Por Eric Nepomuceno
Por primera vez desde su prisión, en abril de 2016, Lula da Silva hizo un largo pronunciamiento, casi hora y media, mostrando estar en plena forma: abordó un largo abanico de temas y aspectos de la tragedia vivida en Brasil, con énfasis en algunas iniciativas del ultraderechista presidente Jair Bolsonaro y, en especial, relacionadas a la pandemia que diezmó a al menos 270 mil vidas y sigue en ascenso, ahora con la media de dos mil muertes diarias.
Al mismo tiempo, recordó logros de sus dos mandatos presidenciales y, en una clara muestra de que al recuperar sus derechos políticos también recuperó su espacio de lucha, lanzó señales sobre cómo serán sus pasos a partir de ahora. No se declaró candidato en 2022, pero actuó como si lo fuera.
Las duras críticas de Lula sobre la conducta errática, irresponsable y genocida de Bolsonaro tuvieron efecto inmediato: horas después y luego de 36 eventos oficiales en los que hizo alarde de no usar mascarilla, el mandatario apareció utilizando el protector. Y más: elogió las vacunas, pese a haber retardado de manera absurda su adquisición.
El discurso de Lula giró alrededor de cuatro ejes principales: la economía destrozada, el desempleo, la pandemia y la hartísima distribución de armas llevada a cabo por Bolsonaro.
“El pueblo no quiere armas, quiere empleo”, “el pueblo no quiere armas, quiere vacunas” fueron frases esparcidas lo largo del pronunciamiento de Lula, y también tuvieron inmediato efecto sobre el clan presidencial. Horas más tarde, el senador Flavio, primogénito de Bolsonaro, envió un mensaje a sus seguidores a través de las redes sociales: “Nuestra arma es la vacuna”. Hasta hace menos de 24 horas él, a ejemplo del papá presidente, despreciaba la inmunización.
Si el duro discurso de Lula, bien como su disposición de ir rápido al frente de batalla, creó semejante desconcierto en el clan presidencial, a punto de provocar un vuelco radical e inesperado, en el medio político se abren incógnitas sobre cómo reaccionarán la derecha y el centro-derecha. Ya la izquierda y el centro-izquierda empiezan a moverse rumbo a un frente amplio que, por lo que se entendió de las palabras de Lula, buscará cooptar sectores empresariales y también conservadores, a no confundir con reaccionarios, dispuestos al diálogo.
Además de partidos de los derecha, otro sector que reaccionó mal a la vuelta al ruedo de Lula fue el de las Fuerzas Armadas. Varios altos mandos, algunos en el ápice de la carrera, aceptaron hablar con periodistas bajo la condición de anonimato, una manera de mandar un duro alerta al ex mandatario. Pese a que Lula les recordó que, bajo sus dos mandatos, las Fuerzas Armadas fueron ampliamente favorecidas, una vez más quedó patente que los uniformados activos –de los retirados mejor ni hablar– alimentan un odio visceral al PT. Es a raíz de lo que hizo la entonces presidente Dilma Rousseff, instaurar la Comisión de la Verdad, que es considerado entre los castrenses una “medida puramente revanchista”.
Al menos en este primer momento, y hay indicios de que tanto Lula como los más altos dirigentes del PT lo preveían, se estableció una polarización entre Bolsonaro y el ex mandatario.
El discurso incisivo de Lula tuvo como respuesta del actual mandatario una serie de vaguedades de difícil comprensión. Si uno fue puntual y objetivo en sus denuncias, el otro pareció un barco a la deriva en sus respuestas para defenderse.
Todo eso ocurre en medio de la escalada trágica de la pandemia. Para la nochecita se supo que en las 24 horas anteriores el número de víctimas fatales pasó de dos mil. Considerándose el gran volumen de sub-notificaciones, algunos especialistas dicen que en verdad pueden haber sido más del triple.
Hay un colapso generalizado en hospitales de casi todo el país y el general en actividad al frente del ministerio de Salud gira sin rumbo, como si fuese un borracho en medio de una balacera.
Y también por la nochecita surgieron rumores relacionados a qué estarían tramando los altos mandos de las Fuerzas Armadas, en especial del Ejército, frente al cada vez más palpable desgaste de su imagen en la opinión pública, gracias a su identificación con un gobierno genocida.
El rumor más intenso indica la disposición castrense para, de seguir el desgobierno del ultraderechista, patrocinar una especie de catapulta para extirparlo y ascender a su sillón al vice-presidente, el muy reaccionario general retirado Hamilton Mourão. Quien, por su vez, establecería un “gobierno de notables”, en substitución al amontonado de nulidades y patéticas y aberrantes figuras actuales, del cual saltaría una figura para, en 2022, disputar la presidencia con Lula.
Nada indica que eso venga a ocurrir a corto o mediano plazo. Pero todo indica el efecto explosivo de la vuelta de Lula al ruedo.