Por Daniel Guiñazú
En los seis Balones de Oro anteriores que ganó desde el primero en 2009, Lionel Messi fue distinguido siempre por sus excepcionales campañas en Barcelona. Ahora no: este séptimo premio considera, antes que nada, su determinante participación en la Copa América de Brasil. Y es, en paralelo, un gran reconocimiento a la Selección Argentina. Sin la cual, es muy posible que el supercrack rosarino no hubiera sido consagrado como el mejor jugador del mundo. El título continental que logró vestido con la casaca celeste y blanca, le dio a Messi el lustre que no tuvo su última temporada en el equipo catalán, pese a haber sido goleador de la Liga española y campeón de la Copa del Rey.
El Balón de Oro, instituido en 1956 por la revista France Football, siempre fue un premio que reconoció los méritos acumulados en el fútbol europeo o en las Copas del Mundo: nunca en estos 65 años había mirado por fuera del Viejo Continente. Y esta vez lo hizo pudiendo no haberlo hecho: en una temporada en la que además de la Champions y la Europa League, se jugaron la Eurocopa que ganó Italia y la Liga de la Naciones que se adjudicó Francia, había figuras de sobra para elegir. Pero se eligió a Messi y a su emocionante aventura en Brasil. Con ningún otro jugador hubiera sucedido esto. Con Messi, si. Y eso habla de su grandeza, de todo lo que sigue brillando su estrella en lo más alto del fútbol mundial. Aunque tenga 34 años y la línea de llegada de su carrera inigualable, esté cada día un poco más cerca.
Emocionó ver los colores argentinos levantarse ganadores en medio de una ceremonia glamorosa y repleta de superfiguras europeas. Y haber sido el impulso que Messi necesitaba para dejar una marca más en la historia: ningún jugador ganó siete veces el premio individual más importante del fútbol. Y ninguno lo consiguió doce años después de haber logrado el primero. Los records, los números, los premios, su permanencia desde hace 15 años en la elite de la alta competencia lo han dictaminado hace mucho: Messi es el jugador más importante de todos los tiempos del fútbol argentino. Las emociones, que durante casi todo este tiempo le habían resultado esquivas, empezaron a cambiar luego de la consagración en Brasil. Instalado en el corazón de los hinchas, el Mundial de Qatar dentro de un año exacto, será su última oportunidad de ascender a ese podio afectivo en el que todavía Diego Maradona se planta imbatible.
Pero nada de esto hubiera sido posible si, a pesar de las amarguras y las ingratitudes, Messi no hubiera persistido en seguir viniendo a jugar en la Selección. El Balón de Oro que recibió en París rodeado de su familia, también premia eso, su orgullo, su amor por la camiseta y su sentido de pertenencia. La Argentina que tantas veces lo hizo llorar, ahora le dio la mano que necesitaba para seguir siendo el mejor del mundo. Por eso, el premio que ganó Messi también es un premio para la Selección. Sin ella, no hubiera dado este nuevo salto a la gloria.