Por Ricardo Bustos
Un año ha pasado desde aquel día que vimos muy lejos al famoso virus desde las Playas o las sierras en vacaciones. Todo fue tan de prisa que no tuvimos tiempo de analizar nuestros pasos a seguir, en medio de ese desconcierto generado por la lógica desinformación sobre el tema, tanto en gobernantes como en profesionales de la investigación científica o de la salud.
Para algunos fue una reacción seria, casi temerosa, con los cuidados obvios por las dudas, pero otros, una gran mayoría, especialmente jóvenes, hicieron caso omiso (y hoy continúan igual). Contagiaron y provocaron en muchos casos, hasta la muerte de sus mayores.
Los veteranos, estamos un año más viejos, subsistiendo, padeciendo encierros sin lógica, que generan tremendo estrés en nuestra salud y párrafo aparte para la salud mental y la falta de contención, ante una nueva forma de vida que no estaba en nuestra hoja de ruta.
Problemas graves aún sin solución en una generación que ha vivido con normas diferentes, adaptándose como puede a los nuevos desafíos sin herramientas posibles para enfrentarlos. En mí caso, estoy convencido, aún con mí pensamiento positivo, que queda un largo y sinuoso camino para volver a lo más parecido que podemos definir cómo normalidad.
Creo que muchos de mis pares, entre los que me incluyo, quizá no lo veamos, así de simple, sin vueltas ni falsas expectativas. A los que sigan, sugiero cambien su forma de vida en todo sentido, desde adentro hacia afuera de su ser, sin egoísmos ni planes a muy largo plazo porque ese será el crédito que podrá ofrecernos esta nueva forma de vivir. Ojalá, el Universo pueda acomodar todo en su justa medida con la menor cantidad de daños "colaterales". Con todo respeto.