Por Jorge Alemán
Ningún gobierno democrático podrá, si la pandemia se extiende en el tiempo, afrontar las distintas manifestaciones de demandas sociales y sus protestas correspondientes. Cuando todas las fronteras ambientales, ecológicas, económicas han sido sobrepasadas por el neoliberalismo, la catástrofe se perfila en el horizonte.
La idea de que a partir de una operación autorreflexiva el neoliberalismo se replegará a sí mismo y dará lugar a una nueva justicia en el mundo es por lo menos ingenua. En todo caso, tendrán que ser una vez más las propias luchas populares encadenadas en sus levantamientos por organizaciones políticas antisistema las que tal vez cambien las cosas.
Pero las mismas, por ahora, no han adquirido una consistencia lo suficientemente potente y una existencia real para asumir esa tarea. De allí que los gobiernos democráticos serán atravesados por un tenso juego trágico entre mantener el orden democrático de entrada capturado por el poder neoliberal y, a la vez, no perder su dimensión democrática en los ejercicios de represión que deban afrontar. Ya que está dimensión democrática es, hasta nuevo aviso, el único límite al autoritarismo desenfrenado.
Tarea imposible, tanto que puede llegar a erosionar de tal modo a los gobiernos democráticos, incluso a los progresistas, como para que la pandemia sea la antesala de gobiernos autoritarios desconocidos en el mundo contemporáneo.
Argentina, por ejemplo, ha acumulado tantas desigualdades estructurales a lo largo de su historia que sólo una insurrección revolucionaria estaría en condiciones de afrontarlas. Aquí surgiría otro problema político-histórico; la realidad de la mundialización capitalista obstaculiza materialmente la posibilidad revolucionaria y su sujeto histórico. El capitalismo opera con un doble vector, por un lado fragmenta y hace imposible la construcción de un sujeto histórico y, por otro homogeneiza, de tal forma que cualquier corte brusco o precipitado es inevitablemente reintegrado al capitalismo.
Por ello, el dilema que se presenta es cómo hacer con los gobiernos democráticos de espíritu reformista, donde se sabe que mientras atajan la pandemia y la terrible captura de la deuda a la vez no pueden asumir la tremenda desigualdad que se impone en su realidad de hierro. Cómo continuar con todas las luchas, reinvidicaciones y sucesivas denuncias del sistema sin provocar la caída del gobierno democrático que, por otro lado, la derecha espera que se produzca cuanto antes.
A partir de ahora, si la pandemia, como parece, continuará con sus estragos, este será el límite, se sepa o no, que se presenta para las izquierdas, el gobierno democrático y el neofascismo que aguarda. Las buenas noticias de Chile y Bolivia no anulan este paisaje trágico.