Por María Fernanda Rivas
Breve radiografía del amor en tiempos de Covid. Se dice que amamos como podemos, no como queremos.
Cabría preguntarnos cuál es el impacto de la “era del COVID-19” en los vínculos amorosos. ¿Qué efectos han generado los largos meses de encierro, la convivencia obligada y las angustias derivadas de la pandemia? ¿Cómo es enamorarse o buscar pareja en estos tiempos?
Durante este año aparecieron nuevas formas de control sobre el cuerpo restringiendo las expresiones de afecto: los besos, los abrazos, la sexualidad...
Circularon consejos de profesionales recomendando “sexo seguro en tiempos de covid”: Se sugirió, por ejemplo, evitar contacto sexual con personas con quienes no se convivía, utilizar videollamadas y sexo virtual. Se multiplicaron las noticias acerca de la práctica de “orgías digitales”.
Lo cierto es que se puso en evidencia que paradójicamente en tiempos de aislamiento los seres humanos parecen darse cuenta de que necesitan más de los otros.
En relaciones en las que el contacto físico se encontraba suspendido pareció ser el momento propicio para ejercitar la capacidad de espera, de dar espacio a la fantasía y a la sensación de añoranza (el extrañar).
El contexto actual en algunos casos hizo que las personas se encontraran más receptivas y ejercitaran distintas vías de comunicación. Además, la virtualidad permitió aperturas que cara a cara a veces no son posibles por timidez o inseguridad. En algunas circunstancias en las que se buscaba un contacto erótico y fugaz, subyacía a él la necesidad de un suministro de calma a través de la conexión con otro.
En ciertas relaciones, el estar “de entre casa”, -en pijamas y pantuflas-, el hecho de poder mirar al otro sin maquillaje creó un campo propicio para el despliegue de la ternura. En medio de la emergencia y la sensación de vulnerabilidad, el apego -el sentirse cuidado y protegido- pasó a tener una importancia crucial.
Otras parejas no sobrevivieron a los efectos de la convivencia prolongada y obligada – y reducido al mínimo el contacto con el mundo exterior- desarrollaron intensos estados de “fusión” que resultaron destructivos. En ciertos casos se pusieron en evidencia aspectos desconocidos de uno o ambos, cuyo descubrimiento no fue nada grato y precipitó a la separación.
¿Por qué nos enamoramos? El Psicoanálisis nos ha enseñado que es necesario amar para no enfermar...
El estado de enamoramiento ha sido comparado por Sigmund Freud con la hipnosis, por la sensación de intensa idealización, necesidad de fusión y posesividad en relación a a aquel que recibe el privilegio de nuestra mirada. Se dice que cuando nos enamoramos nos “enceguecemos”, debido a que imaginamos que el elegido colmará todas nuestras expectativas. Si bien es un espejismo -y un estado transitorio-, cuando aparece escapa a nuestro control voluntario y constituye un paso fundamental en la construcción de una pareja estable. Se dice también que el enamoramiento no desaparece. Suele atemperarse y resurgir periódicamente expresándose de diferentes maneras.
Es necesario distinguir entre “enamoramiento” y “amor”. Algunos autores hablan de una etapa de “pos- enamoramiento” como un camino que va del uno al otro. El amor requiere de un “trabajo” emocional, que consiste en sostener y aceptar el desencuentro, la no coincidencia, en definitiva...la otredad del otro.
Cuando el amor desemboca en una relación “institucional” -o elección conyugal- permite el armado de una pareja con un proyecto de futuro: un “nosotros”, sobre el cual recaen fuertes cargas de idealidad, a diferencia de lo que sucede con las relaciones fugaces o las llamadas “aventuras”.
Amamos para no estar solos, por necesidad de ser protegidos y proteger, para sentirnos acompañados en la lucha por la vida, para colmar deseos de trascendencia y como intento de curar heridas padecidas dentro de la propia familia de origen, entre otras cosas.
Las personas aman de distintas maneras, según sus edades y etapas vitales por las que atraviesan (adolescencia, adultez, vejez, etc.). Es por esto que pueden “des- elegirse” o incluso “volver a elegirse” luego de crisis o momentos de cambios profundos.
Existen diferencias, por ejemplo, entre el “des-enamoramiento” y la “desilusión traumática”: en el primer caso predomina la pena por lo que “no fue” y no la sensación de injuria. Se da en parejas que no necesitan culparse para poder separarse. La desilusión traumática, en cambio, se asienta en sucesos puntuales que han producido daño, afrentas al orgullo que predisponen a los “ex” a quedarse detenidos en el pasado, al que vuelven permanentemente a través del rencor.
Algo acerca de lo cual resulta importante reflexionar es en qué medida somos libres de elegir a quién amar y de qué forma. Se dice que amamos como podemos, no como queremos. En todos los seres humanos existen, por un lado, condicionamientos inconscientes ligados a la historia familiar, a las formas de crianza, a las vicisitudes amorosas de nuestros ancestros, que nos llevan a elegir a determinadas personas y no a otras. Por otro lado, estamos también atravesados por mandatos culturales que hacen del Amor una construcción epocal. Recordemos, por ejemplo, el amor platónico, el amor cortés, el amor romántico, los matrimonios concertados entre familias -no tan lejanos y aún vigentes en algunas culturas-, etc. Reitero: no somos del todo libres de elegir cómo amar. Porque estamos inmersos en una trama social que “nos construye” en función de lo que sucede en nuestro tiempo.
Zyngmunt Bauman, en su texto Amor líquido -del año 2003- había descripto un tipo de amor “de moda” caracterizado por el temor al encierro y al compromiso que se extinguía con la misma velocidad que el deseo por un objeto de consumo, una vez que se conseguía.
Más preguntas entonces ¿Cómo resignificaremos lo que nos ha traído el Covid-19 en relación a los vínculos amorosos? ¿Dejará huellas esta crisis luego de que pase la pandemia? ¿Pondrá límites a la afectividad y al sexo? Necesitamos nuevas hojas de ruta, sin duda, también en el amor...
(*) Lic. en Psicología. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora del libro “La familia y la ley. Conflictos-Transformaciones”.