Por Eduardo Aliverti
El Gobierno ya está en pleno tiempo de descuento hacia noviembre, y sólo varían algunas interpretaciones sobre qué cabe esperar en los minutos que restan. Para después hay otra historia.
Las metáforas futboleras son lo que, por lejos, más se escucha en estos días y en todas partes: en los despachos oficiales, en los corrillos de la oposición, en la dirigencia, en la militancia de la calle o de los teclados, entre los periodistas y analistas de un palo y otro.
Y está bien. El fútbol es una que sabemos todos porque en sus frases y retratos nos entendemos al toque, acerca de lo que sea y con la política poco menos que a la cabeza.
A éste lo pusieron para llevarse las marcas; éste es de madera, pero por lo menos la rechaza; estamos colgados del travesaño; la defensa no para a nadie; llenémoslos de centros que alguna va a entrar; hay que pararse de contragolpe; el arquero de ellos es flojo por arriba, y el nuestro un colador por abajo; ¿no se da cuenta el técnico?, y sigue un sinfín. Haga cada quien su juego alegórico y póngale nombre político propio, adaptado a las circunstancias. No falla, o aunque sea es didácticamente divertido.
Hay coincidencia absoluta respecto de que dar vuelta el resultado es imposible. Y en que sacar el empate es improbable.
En cambio, en el Gobierno creen, por certeza u obligación, que se puede achicar la diferencia.
Y en la oposición, como saben que eso sí es probable, desempolvaron curarse en salud con típicas y ridículas prevenciones de fraude.
Pero es obvio que sienten el envión del ganador, calculan agrandar la distancia y el oficialismo también sabe que esa eventualidad es factible.
A partir de acá, dividamos el análisis en dos. Que se concuerde o disienta no modifica la necesidad de hacerlo, y ambos tramos ofrecen incertidumbres.
Sin embargo, no son dudas iguales.
Los interrogantes inmediatos son justamente eso. De cortísimo plazo. De resultadismo puro.
El tiempo de descuento no pronostica milagros, ¿pero sí da para que, entre algunas medidas específicas y la reactivación post-pandémica, cierta base que el Frente de Todos desanimó vuelva a las urnas?
¿O el disgusto ya se extendió demasiado y la reacción que demuestre el Gobierno será considerada electoralista, o tardía, o insuficiente?
¿El choque abierto entre el Presidente y CFK terminó de disgustar y bajonear a votantes potenciales del oficialismo?
¿O acaso sirvió para acabar sincerando algunas cosas y sería un elemento de motivación en su núcleo duro?
En el minoritario mundo politizado --que en Argentina significa apasionada y casi monocordemente politizado-- se vive de enroscarse con aspectos que a la mayoría de “la gente” le interesa cero.
Las figuras y productos periodísticos de un sector y otro se hablan a sí mismos, sin pretensiones de llegar ni un poco más allá (¿por qué tendrían que hacerlo?, preguntarán con su cinismo interminable quienes juegan al candor de la prensa libre y el periodismo independiente).
Eso no quiere decir, en modo alguno, que no deba prestarse atención a indicadores de lo significativo.
Si Juan Manzur es viscosidad pura porque hasta ayer nomás quiso jubilar a Cristina, y por sus líneas directas con La(s) Embajada(s) y aledaños (así se dice de él, y/o él agranda); si las sacudidas en la Corte esconden esto o aquello; si Aníbal Fernández, incluso antes que su cargo en Seguridad, es por fin el vocero que nunca hubo; si a Kicillof le “intervinieron” el conurbano con los intendentes, porque hacía falta más trabajo o transa territorial; si la mesa judicial del macrismo vuelve a autopercibirse estimulada; si las desconfianzas personales subsistentes al nuevo Gabinete serán superadas o son incorregibles; si la reinvención de apoyarse en los gobernadores merece crédito o escepticismo, y si al cabo esto es un cuerpo ministerial para salir del paso o un signo de que se mantendrá la unidad a toda costa, es muy interesante para mesas, sobremesas, foros y tenidas comunicacionales de quienes creen que la tienen... más clara.
Pero el ánimo popular pasa por otro lado y en noviembre dirá si rectifica parcialmente, o ratifica, o amplía, el golpazo que le pegó al Gobierno a menos de dos años de haber privilegiado sacarse de encima a Macri.
Y ahí viene la segunda parte, que no cambia en ninguna de las tres hipótesis (ni siquiera en la de que el FdT se recuperará un poquito, o un poco estimable como bastante).
¿Por qué?
Porque ninguna altera que se necesitará un liderazgo político muy firme, para decidir cómo habrá de jugarse la final hacia 2023. Y mucho más si el resultado del partido intermedio --que no es un amistoso, porque en la política argentina casi nada lo es-- repite o ensancha al de las primarias.
¿Hay probabilidades de que ese liderazgo se concentre en una figura?
No. O no parece.
Quitemos los gustos personales. El ejemplo más grande y seguramente único es que sólo Cristina --por capacidad, por carisma, por antecedentes, por convicción ideológica-- sería capaz de encabezar un proceso semejante.
El problema es que sigue sin alcanzar con ella sola, como ya ocurrió hace dos años y como ella reconoció. Guste o no guste.
La movida de CFK en 2019 tuvo la creatividad y potencia, notables, de asumir lo que se requería para conseguir votos.
Y dejó para después, para cuando surgiera, la incógnita de qué sucedería con una jefatura o administración bicéfala del peronismo (bicéfala o algo más, al sumarse las gobernaciones resbalosas de provincias clave, los movimientos sociales, las tribus internas, la relación con los sindicatos, etcétera).
Eso que quedó debajo de la alfombra, a sabiendas de todos, fue dando muestras paulatinas de que en algún momento saldría completamente a la superficie. Y salió, también de momento, poniéndole freno a daños que podían --pueden-- ser irreversibles.
La cuestión es que nada modifica que en el Frente de Todos se necesitan precisamente todos; que ninguno de sus integrantes está en condiciones de dejar de tragar sapos --que en la oposición no comen, porque no tienen problemas digestivos-- y que el riesgo es el retorno de lo que se había ido en apariencia, excepto creer o sentir que este Gobierno es igual a una derecha desbocada.
Según las PASO, mucha gente sí ya cree o siente que da lo mismo porque, a juicio personal y repetitivo, es eso y no un entusiasmo sensato o irrefrenable con cambiemitas, ni con opciones radicalizadas a derecha e izquierda.
El resultado de noviembre no variará eso; el Gobierno deberá seguir gobernando y, si es improbable que pueda hacerlo bajo el mando férreo de una figura, las que tiene deberán ponerse de acuerdo en proponer un rumbo mucho más claro.
En otras palabras: un liderazgo conceptual que trace cuál modelo de recuperación y desarrollo está dispuesto a afrontar, en los marcos capitalistas, sin ser una fotocopia de lo peor ni una variante poética.
¿Con qué actores empresariales se sentará a negociar en unos casos y comandar siempre, para extraer renta de dónde? ¿Y con cuáles socios del “campo popular”? ¿Y con cuáles del sindicalismo? ¿Y con qué determinaciones en la reglamentación laboral y en la creación efectiva de fuentes de trabajo? ¿Y escapando hacia adelante y cómo de un Congreso y un poder judicial donde, envalentonados, le trabarán cualquier iniciativa que perjudique intereses mayores?
Son apenas algunas preguntas de respuestas muy complicadas.
Es decir, las únicas que en política valen la pena.