¿Tres o cuatro de la mañana? Reloj no tenía (tampoco tengo ahora) pero creo que a esa hora me desperté. 1994. En mi cama, en mi cuarto. Sola. Desnuda. Con mi camisón doblado a un costado de la mesita de luz ¿Porque me desperté? ¿Acaso un monstruo en mis sueños me hizo despertar? Sudada. Despeinada. Asustada. Quería ir a bañarme. Mi mamá me dijo que volviera a la cama porque faltaban un par de horas para desayunar e ir al colegio.
No sé porque, pero mi papá siempre me dio rechazo. Rechazo es una palabra algo ambigua capaz...¿repulsión? ¿Por qué? No sé. Pero siempre fue así. “Vení, vení, subite al auto que nos vamos de paseo”. “Mirá, mirá, lo que te trajo tu papá”. “Siempre fuiste la más linda”. “Sos la más linda para papá”. “No se lo digas a tu hermana porque se pone celosa y llora, y sabés cómo es…”
Siempre me dio asco. No me cerraba. No me parecía un padre. Pese a sus regalos, viajes, preferencias ¿Eso es ser un padre? Los papás de mis amigas no eran así. Los papás de mis amigas no las miraban con esos ojos. Las miraban con otros ojos. A mí nunca me miraba con esos ojos. Rechazo. Huida. Asco. Repulsión “¿Porque no querés ir con papá?” Preguntaba cómplice mi mamá. “No quiero, no me gusta”.
Apenas pude empecé a escaparme de casa. No quería estar ahí. No quería estar encerrada en esa biblioteca mientras mi papá tomaba whisky. Ese aliento. Ese aire. Esos libros. Por eso escapé. Por eso a los trece desaparecía de mi casa. Por eso cada vez que volvía mi vieja me cagaba a palos. Pero no me dolía. Y yo volvía a escapar. Y escapé. Escapaba para no sentirme cómplice. Escapaba para no tener ganas de bañarme 5 veces por día. Divorcio. Escapé siempre que pude. Escapé hasta conocer al papá de mi hijo. A los 15 años ya tenía otra familia. Una familia a la que le importaba. En la que sentía que un regalo era una muestra de afecto y no un soborno. Empecé a sentir amor. Agrado. Seguridad. Protección.
Llamados de mi familia. Acosándome. Diciendo que vuelva. “Drogadicta”, ”alcohólica”… ”¿Por eso te escapás?”
Siento que escapé porque nunca supe nada. Buscando una respuesta que nunca me dieron “¿Por qué no puedo decir a qué te dedicas mamá?” En mi casa siempre me enseñaron a no contar nada. A callarme la boca. A no decir la verdad. A mentir. A manipular.
Mi nueva familia me abrió los ojos ¿Año 2010? “¡El hijo de puta era del 601! Mirá la lista”, me decía G., el papá de mi hijo. Y estaba ahí. Con Nombre. Segundo Nombre. Apellido y Documento. Era del 601... ¡del 601!
No solo el monstruo había “asustado” a miles de argentinos, sino que el monstruo, en su retorcida cabeza, también me había atormentado.
601. Al fin sabía algo. Al fin sabía de dónde venía el rechazo. Al fin sabía la clase de gente que sale de ahí. Y volví a acordarme de mi mesita de luz. De mi camisón doblado.