El hecho caló hondo también en quienes debieron alguna vez defender sus derechos frente a los estrados, pues el jurista era conocido por llevar adelante causas de trascendencia social cuyos pormenores él mismo se encargaba de hacer públicos. Quienes trabajaron con él aseguran que muchos de los expedientes los tramitaba “sin cobrar un peso”, ya que se trataba de víctimas de delitos.
Su deceso ocurrió a media mañana. Fue en un café del microcentro correntino al que el letrado penalista había entrado para esperar a su socio, Rubén Leiva. Tenían previsto repasar algunos escritos para presentar en los Tribunales.
El profesional del Derecho ingresó sin mirar a su alrededor y se dirigió a una mesa en el centro del salón, cerca de una columna, a un metro de una escalera que conduce a un primer piso.
A pocos pasos, en otra mesa que daba a su espalda, un hombre que había llegado minutos antes, lo esperaba agazapado en una mesa ubicada en la esquina del local. Tenía el rostro tapado por una boina.
Cuando González movió la silla para sentarse, el otro cliente -identificado como Carlos Martínez, quien había contratado semanas antes al letrado para que lo defienda- se paró, sacó un arma, caminó hacia el letrado y le disparó seis veces. Después hizo cinco pasos hacia la puerta y con la misma pistola se disparó en la cabeza. La secuencia duró 12 segundos.
El episodio tuvo trascendencia a nivel nacional y fue tema de debate.
La tarde siguiente al día fatal, el café céntrico estaba colmado por clientes atraídos por el morbo que despierta un hecho truculento.
Un agujero en una columna del salón es el recordatorio de aquella mañana funesta. Hasta hoy en el murmullo de los parroquianos se escuchan alusiones a ese día.
El episodio generó preocupación entre los abogados correntinos, quienes reclamaron al Poder Judicial medidas de protección para los letrados ante hechos de violencias