Los procesos electorales no se dan en modo abstracto. Se producen en momentos, circunstancias, contextos y coyunturas históricas determinadas por un marco nacional e internacional.
Por ello, nuestras elecciones tienen sus particularidades y creo que las de este año tienen algunas a considerar seriamente.
Nuestro país está inmerso en un contexto determinativo en cuanto a valores y principios del sistema democrático como no ocurriera desde 1983 y parece imprescindible que reafirmemos la democracia.
Una facción en la Argentina nos llevó a este debate, ya que sólo reconoce la voluntad popular cuando la mayoría vota por ellos, sostiene de manera soslayada que el voto popular debe "interpretarse como una rendición" y, por lo tanto, entre otras cosas, dispuso no entregar los atributos de mando al Presidente electo y sus legisladores no concurrieron a la Asamblea Legislativa en la asunción presidencial. Esto y desconocer la legitimidad democrática es casi lo mismo.
Pero, además, el marco internacional tiene un gran debate: el mundo viene evolucionando hacia procesos educativos, tecnológicos, industriales y productivos sin precedentes, a solo un paso de una nueva revolución tecnológica de quinta generación. En ella se reconfigurará el trabajo y los métodos de producción: es muy factible que en una década ya no existan el 50 por ciento de los empleos tal cual hoy los conocemos.
Esa nueva dinámica moldea una sociedad absolutamente distinta a la que conocimos, conflictiva, con grandes diferencias educativas, sociales y económicas y enormes divergencias. Es allí donde hay que gobernar y el desafío es cómo se gobierna.
En ese panorama, hay dos maneras de hacerlo. Una son los hegemonismos que agudizan las divergencias, tensionan la relaciones sectoriales, no dialogan, se cierran y por ende fomentan la confrontación como metodología política, aborrecen la transparencia y no creen en una justicia independiente. Es decir, democracias débiles y autoritarismo latente, gobiernos con la mirada puesta en el pasado y con falsas premisas de un mundo que ya fue.
La otra comenzó a fines del siglo XX, cuando en muchos países del mundo occidental se registraron liderazgos modernos y gobiernos de coalición que resolvieron y condujeron el proceso político democráticamente dentro de los propios matices que lo integran. Son gobiernos con programas sólidos, con objetivos a corto, mediano y largo plazo, están integrados al mundo, sostienen como valores el diálogo, la transparencia, la justicia independiente y los derechos humanos son un hito innegociable dentro del desarrollo de sus naciones.
En esas naciones los índices de pobreza son bajísimos, su educación es de calidad, su desarrollo en infraestructura y tecnología es de magnitud y aún así también tienen dificultades propias en materia migratoria y de empleo. Pero se sostienen a partir del esfuerzo y la cultura del trabajo.
Los argentinos sabemos lo que ocurrió con el modelo hegemónico. Disfrazado con una supuesta "bonanza económica", nos dejó más de 30 por ciento de pobreza, pésimos niveles educativos, un país aislado, instituciones débiles, altísimos niveles de corrupción y una penetración de la droga y el narcotráfico impensada hace sólo dos décadas atrás.
El mundo nos da otra oportunidad: el acuerdo Mercosur-Unión Europea, con un mercado de 300 millones de consumidores que representan el 25 por ciento del PBI mundial. Por allí pasa nuestra posibilidad de progreso y eso requiere consensos políticos amplios para realizar mayores transformaciones en nuestra economía, en nuestra educación, inversión en infraestructura y tecnología, en logística y nuestra producción, es decir el trabajo argentino, debe llegar al mundo. Lo contrario es condenarnos al abismo.
Por ello la incorporación de peronistas a Juntos por el Cambio, que ya tenía diversidad de pensamientos, es una apuesta más al proceso democrático e integrador del siglo XXI, donde distintas visiones y matices políticos pueden complementarse, accionando con respecto y pluralidad con el objetivo de volver a unir a los argentinos.
Ese es el verdadero desafío de la Argentina que viene. El próximo Gobierno deberá terminar con la lógica de la hegemonía y la confrontación permanente, que nos persigue desde hace mucho tiempo.
Estamos finalizando la segunda década del tercer milenio y es necesario irrumpir con una manera moderna de gobernar la Argentina. Es tiempo de una coalición de gobierno fuerte, amplia y democrática, hoy expresada claramente en Mauricio Macri-Miguel Pichetto y todos los integrantes de Juntos por el Cambio.
En estas elecciones está en juego un modelo de país. Uno es democrático, plural e integrador; el otro, autoritario, retrogrado y revanchista. Nuestro pueblo requiere de un proceso de unidad nacional, no como un lema de campaña, sino como una construcción colectiva que lleve al desarrollo en este siglo XXI complejo, dinámico y globalizado. Eso es lo único que nos permitirá salir a la decadencia.
Ex Defensor del Pueblo de la Nación. Actual Director de Pellegrini FCI.
Publicado en Infobae.