Caminos de tierra que se elevan y descienden vertiginosamente presentando a la naturaleza como única alternativa para los sentidos. Trece casas habitadas en un paraje con 500 soñadores que se aferraron a la idea de salvar la historia del lugar. A tan sólo 14 kilómetros de Tandil, El Almacén “El Solcito” recibe cada fin de semana a los turistas que buscan “comida casera como las de antes, tranquilidad, campo e historia”.Alejandra Confalonieri es una joven veterinaria que durante años soñó con reabrir aquel viejo lugar que, en algún momento, fuera propiedad de un tío de su marido. Miraba desde la ventana de su casa familiar, el antiguo edificio que se ubicaba a pocos metros y languidecía con el paso de los años. Fue en 2018 que lograron comprarlo y hace apenas unos meses se atrevió a destrabar aquella cerradura y abrir por primera vez la puerta del viejo almacén, construido en 1931 y que por años fuera bar y almacén de ramos generales de la familia Lazarte. La pandemia fue la excusa perfecta para que, con sus propias manos y miles de ilusiones gestadas en silencio, comenzara a restaurar cada uno de esos espacios, sacando el polvo a los pocos adornos que quedaban y recuperado rincones del pasado.Una cortina modesta de arpillera protege una pequeña ventana y, desde allí, pueden observarse las vías del ferrocarril, donde alguna vez el tren pasaba y el maquinista se bajaba en busca de un trago, para luego continuar. Por la otra ventana puede visibilizarse el “Club Defensores El Solcito”, donde aún hoy, se disputa el fútbol de la Liga Agraria.Basta con cruzar la puerta verde para sentirse invadido de recuerdos, latas de galletitas, botellones donde antiguamente se ponía la leche, asientos de arado que llevan la historia del suelo impregnada, botellas de aceites y, bajo una de las ventanas, un gran piano que eriza la piel. Imposible dejar de pensar en las manos que alguna vez fueron dueñas de semejante objeto musical, cuántas tardes habrá entretenido a los lugareños, qué melodías habrán volado de sus teclas. El piano hoy es propiedad del hijo de Alejandra, quien muchas veces toma coraje y regala un poco de música a los visitantes, aunque también está disponible para quien quiera ocupar la banqueta por un rato.El clásico piso bordó, un tanto sufrido, intercala alguna baldosa color ocre y enmarca a las mesas distribuidas estratégicamente para que nadie se pierda esta experiencia de 180 grados de historia. Los platos de loza lucen más vivos que nunca cuando una comida bien campera aparece en ellos. En el lugar abunda la amabilidad, una exquisita comida con gusto a casero y un tiempo que se distribuye de otra manera, obligando a quien llega a detenerse para recordar otros tiempos, otra vida, otros amores, otras historias. Todo el proyecto está relacionado con la naturaleza. En el lugar no hay planes terminantes, su dueña deja que los turistas marquen el rumbo: “por el momento abrimos los fines de semana, pero iremos evaluando si podemos más adelante acercar otra propuesta para los días de semana. Nosotros queremos que conozcan nuestras recetas familiares. Mi hermana, que es Chef, es la encargada de la cocina, del sabor y de la creatividad que ofrecemos en cada plato. No hay carta, solo un menú diario que en invierno incluye guisos estofados, tallarines, pastel de papa, carnes asadas al horno” dice Alejandra mientras sirve las mesas. Pero además, en el Almacén se puede merendar con tortas fritas o pastafrolas. Para el verano, según relata tendrá otra propuesta con mesas afuera para degustar una picada con cervezas “la gente quiere estar sentada al sol mirando las sierras y el atardecer”, concluye. El turismo rural en Tandil es una propuesta que se extendió exponencialmente en los últimos años en pueblos y parajes y sus alternativas son muy amplias, en especial para quienes desean vivir experiencias distintas, fuera del tiempo, atreviéndose a degustar los sabores caseros que tienen la sencillez del campo y rememoran las recetas de las abuelas.