El español se impuso con autoridad y dejó una huella más: ganó su decimotercer título en París y alcanzó los 20 trofeos de Grand Slam del suizo. El recuerdo del mítico aviador y los cuatro Mosqueteros queda minimizado ante la leyenda de Rafa.
Suele decirse a menudo que la historia del tenis se escribe en los torneos de Grand Slam. Los jugadores graban su nombre a fuego cuando consiguen conquistar al menos uno de los cuatro eventos más importantes del mundo. Semejante afirmación, sin embargo, resulta pequeña cuando se pone en dimensión la leyenda de Rafael Nadal, quien aplastó 6-0, 6-2 y 7-5 a Novak Djokovic en el partido por la historia, se consagró en Roland Garros por decimotercera vez y alcanzó la marca de 20 títulos grandes en manos de Roger Federer. Así de abrumador es Nadal en París: redujo al mínimo la extensa historia del icónico torneo parisino protagonizada por aviadores y mosqueteros.
El campeonato más relevante del planeta sobre polvo de ladrillo nació como Campeonato de Francia en 1891, cuando sólo podían participar tenistas pertenecientes al club Stade Français. Décadas más tarde, en 1925, se convertiría en un evento internacional y cambiaría su nombre a Roland Garros, en honor al heroico piloto de la Primera Guerra Mundial que dejó una huella es imborrable: caído en combate en 1918, cinco años antes había sido el primer hombre en cruzar el Mar Mediterráneo en avión, al conectar las ciudades de Fréjus y Bizerta.
René Lacoste, Henri Cochet, Jean Borotra, Jacques Brugnon conquistaron por primera vez la Copa Davis en 1927, ante Estados Unidos en Philadelphia. Las reglas de aquel momento establecieron que Francia se clasificara de forma directa a la final del año siguiente como local, por lo que fue necesario construir un complejo que colmara las expectativas. Los Cuatro Mosqueteros emergieron como un mito: defendieron el título mundial durante cinco años consecutivos en el Stade Roland Garros, el recinto construido en 1928 para su propio homenaje, y yacen inmortalizados con sus estatuas personales en la Place des Mousquetaires.
El legendario aviador y los eternos mosqueteros se rendirían a los pies de Nadal, el hombre que nació para reescribir los libros de historia. Con el humillante triunfo ante Djokovic se ocupó de revalidar, una vez más, la supremacía que suele ejercer en Roland Garros. Los números terminan pulverizados siempre que el español pisa el polvo de ladrillo de París. Para poner en contexto: Rafa ya suma nada menos que cien victorias en Roland Garros y registra apenas dos derrotas. Sólo Robin Soderling en 2009 y el propio Djokovic en 2015 fueron capaces de ponerle un freno. El mito, no obstante, no para de crecer. Ni la pandemia del coronavirus, el suceso inusual que llegó para modificar al mundo, pudo torcer el rumbo. Nadal se impuso pese a todas las condiciones en su contra: el cambio de fecha, las bajas temperaturas en el otoño francés, el techo retráctil y las nuevas pelotas pesadas configuraban una amenaza, pero Rafa emergió más fuerte que nunca.
Campeón una vez más sin ceder ni un solo set, una estadística impecable que ya había logrado en las ediciones 2007, 2008, 2010, 2012 y 2017, el español de 34 años dejó en el camino al bielorruso Egor Gerasimov (83°), al estadounidense Mackenzie McDonald (236°), al italiano Stefano Travaglia (74°), al norteamericano Sebastian Korda (213°), al italiano Jannik Sinner (75°) y al argentino Diego Schwartzman (14°), quien lo había derrotado tres semanas atrás en Roma.
Ausente en la gira del US Open por el peligro de la pandemia, Nadal apenas disputó diez partidos desde febrero de este año, pero se preparó a conciencia para volver a convertirse en rey de las canchas lentas. Así se transformó en el quinto singlista que gana al menos 20 torneos de Grand Slam en toda la historia: si bien niveló con Federer, ahora sólo tiene por delante a la australiana Margaret Court (24), la estadounidense Serena Williams (23) y la alemana Steffi Graf (22). Y no existe situación que pueda surgir como una analogía real para comprender lo que significa.
En ningún momento Djokovic encontró respuestas para contrarrestar la aplastante versión de Nadal, reconvertido en una suerte de máquina que no fallaba una pelota. En una final que se extendió por más de dos horas y 40 minutos, el español apenas acumuló 14 errores no forzados. Jamás estuvo en aprietos ni mucho menos, incluso más allá de la recuperación momentánea que ensayó el serbio en el tercer parcial. La historia estaba en juego y Nadal exhibió un despliegue acorde a la exigencia del acontecimiento. Tan grande es el predominio de Nadal en París que no sólo hizo crujir la plusmarca de Federer, con quien construyó una rivalidad única, sino que también parece haber desplazado al aviador y a los mosqueteros. La historia es toda suya.