"La Cuaresma ha trazado el camino de regreso. Es la oportunidad, quizás la última, de recorrerlo con humildad y confianza", recordó el arzobispo emérito de Corrientes.
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, subrayó que “el propósito de Dios es la salvación de los hombres; y logra su cumplimiento en el misterio de la Pascua."
“Esto supera la concepción de convertir a Dios en un juez implacable, que ejecuta al pecador sin piedad, causando miedo al encuentro con Él”, afirmó en sus sugerencia para la homilía del próximo domingo.
“El Padre, que Jesús revela, quiere que el hombre se convierta y se salve. Será preciso reeditar, una y otra vez, la bellísima parábola del Padre Bueno o del ‘hijo pródigo’”, sostuvo.
Monseñor Castagna enfatizó que “la misión de Cristo consiste en que los hombres, conmovidos por tamaña predilección del Padre, se conviertan y aprendan a comportarse como hijos, aunque tengan que atravesar distancias humanamente inalcanzables”.
“Aquel hijo que regresa, geográfica y moralmente desde tan lejos, es imagen de cada uno de los hombres. Dios es el Padre que espera a su pequeño hijo atolondrado, para abrazarlo y besarlo con ternura”, puntualizó.
“La Cuaresma ha trazado el camino de regreso. Es la oportunidad, quizás la última, de recorrerlo con humildad y confianza”, concluyó.
Texto de las sugerencias
1. Todos necesitan encontrarse con Cristo. La fama de Jesús trasciende las fronteras de su pueblo. Todos quieren verlo y escucharlo, unos por curiosidad, otros por una sincera búsqueda de la verdad. Los Apóstoles son sus intermediarios, y los más extraños personajes acuden a ellos para que les faciliten el acceso al prodigioso Maestro. Así lo logran: “Señor, queremos ver a Jesús. Felipe va y se lo dice a Andrés: Felipe y Andrés van y se lo dicen a Jesús”. (Juan 12, 19) El Señor no se deja influenciar por la muchedumbre que lo asedia. Sabe que su destino no es el éxito y el prestigio ante el mundo, sino la salvación de los pecadores. Al seguimiento entusiasta de la gente opone la visión desalentadora de la Cruz. La Semana Santa ofrece el espectáculo del acontecimiento anunciado y de su estremecedor cumplimiento. A los Apóstoles les resulta increíble lo que Jesús les anuncia, como respuesta al seguimiento de la multitud. El estilo honesto del Maestro revela su inevitable cumplimiento. Para eso vino, es la razón de su presencia en el mundo. El éxito de su misión es su muerte, por crucifixión, y su resurrección. Es inexplicable lo que ocurre en las diversas escenas del drama de la Cruz. El ensañamiento de aquellos verdugos, hostigados por un sector fanatizado del pueblo, alcanza dimensiones inimaginables. Haremos memoria del acontecimiento doloroso de la Cruz. La finalidad de la misma es convencer de la magnitud del amor de Dios por los pecadores. Constituye el origen de las conversiones más espectaculares: San Pablo, San Agustín son los prototipos clásicos. Los peores se convierten en los mejores y, sus conversiones, en causa ocasional de otras conversiones. En ellas es testimoniado el poder de la gracia. Mientras no se manifiesten esos testimonios, la evangelización no será más que un esfuerzo de magros resultados. Los frutos de la actividad pastoral serán insuficientes, y los proyectos dimanados de la teología y de la catequesis se revelarán estériles. Como los verdaderos teólogos son los santos, los auténticos evangelizadores son también los santos. San Juan Pablo II afirmaba que el mundo necesita el “testimonio de la santidad” de los cristianos.
2.- La vida humana, como semilla destinada a morir en el surco. El Apóstol y evangelista Juan recuerda las palabras de Jesús y se atiene a su significación. La semilla debe caer en tierra y morir, para producir abundantes frutos. Quien se resiste a morir como semilla se condena a la soledad y niega la vida de sus posibles frutos. La comparación que utiliza Jesús posee un sentido que todos pueden comprender. Es su estilo docente. Cuando enseña piensa en los más humildes y, desde ellos, se dirige a todos. No entienden quienes no quieren entender. Habitualmente el “grande”, que no se decida a ser pequeño, no captará el sentido del Evangelio. Se comprueba en destacados intelectuales de la actualidad. Para entender a Jesús, Verdad hecha palabra y enseñanza, es imprescindible adoptar la humildad, que siempre caracteriza a los verdaderos sabios. La humildad no es empobrecimiento intelectual, todo lo contrario. Es ella la que capacita para llegar a la Verdad, a toda verdad. Su práctica consiste en ser semilla que muere y se transforma. Los santos, comenzando por la Virgen Santísima, han iniciado y recorrido el camino de la pobreza de corazón. Jesús se propone como modelo: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí que soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”. (Mateo 11, 29) La fe se funda en la palabra de Jesús. Se nutre de ella, y obtiene de ella su fuerza iluminadora. Nuestras reflexiones cuaresmales están inspiradas en la Palabra - Jesucristo - por ello todas ellas hacen referencia a la Escritura. Este es un Tiempo centrado en la Palabra. No debe terminar cuando concluya el Tiempo litúrgico. La vida creyente está, toda ella, alimentada con la meditación y celebración de la Palabra. Su continua y atenta lectura - y celebración - aclimata la vida cristiana en el mundo. Descuidarla atrae daños irreparables a la vida y misión de la Iglesia. Durante la Cuaresma hemos procurado intensificar la práctica de la “lectio divina” y, la Semana Santa, confirma su actualidad y vigencia. Nuestro corazón, de esa manera, se prepara para la Pascua. La mediocridad, que prevalece hoy en la sociedad, produce un contagio que enferma toda práctica de fe, hasta reducirla a ritos esqueléticos que la vuelven insignificante e insípida. La presencia de Cristo resucitado, al suscitar muchos santos, recalienta el fervor de la fe. Muchos bautizados, han perdido, o nunca lo han tenido, el entusiasmo de la fe, infundida en el Sacramento.
3.- Dios ama tanto al mundo. El amor de Dios llega al extremo de entregar a su Hijo divino a una muerte humillante y extremadamente dolorosa, con el fin de que nadie quede al margen de su amor: “Si, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo divino, para que quien cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”. (Juan 3, 16) La Semana Santa es la principal oportunidad para que cobremos conciencia del amor que Dios nos tiene. Así mismo, podremos comprobar que, aceptando ese Don del Padre, obtendremos la Vida eterna. Nuestra situación actual, en el mundo, produce apremiantes cuestiones, que afectan la esperanza y la paz. Celebramos el Misterio central de la fe cristiana. En su contenido está la Verdad, que otorga sentido a la vida, y que logra resolver las agobiantes incógnitas que inquietan hoy el espíritu de muchos contemporáneos. No podemos eludir el tema del sufrimiento y de la muerte. La transitoriedad salpica nuestros más esperanzadores proyectos. El fin se nos viene encima, como perspectiva de vida, y pone en cuestión nuestro deseo de definitivez y permanencia. La muerte es el fin, que oscila entre el silencio y las creaciones de ficción que los más imaginativos ofrecen a sus lectores y espectadores. Las incógnitas deben ser resueltas sin demora. Nuestro tiempo es breve, es preciso no perderlo. Su inexorabilidad nos obliga dejarlo todo para ocuparnos de lo importante y necesario. En el diálogo con Marta de Betania, ponderando la actitud contemplativa de su hermana María, Jesús revela dónde está “lo único necesario”. Los mismos creyentes, cuando descuidan la fe, pierden el tiempo. Todo, hoy parece estar destinado a distraernos de lo único necesario y a vaciarnos de Dios. Es preciso despejar el camino de la vida, e identificar lo que produce el vacío de lo necesario. El despojo, al que Jesús exhorta, produce una dolorosa sanación del alma. La gracia que dispensa el Espíritu está en plena actividad, gracias a la palabra de Cristo, que suscita y da crecimiento a la fe. Al servicio de la misma está la institucionalidad de la Iglesia. Para ello, será preciso y urgente, que los principales responsables de la misma, se mantengan fieles a su original inspiración. El Espíritu de Pentecostés está presente y vigente en cada época de la historia. La fidelidad al mismo debe caracterizar a la Iglesia, como “Sacramento de Cristo”. Requerirá la humilde disposición a mantener una continua y honesta evaluación.
4.- Dios es el Padre que espera nuestro regreso. El propósito de Dios es la salvación de los hombres. Logra su cumplimiento en el Misterio de la Pascua: “Porque Dios no envió al Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Juan 3, 17) Esto supera la concepción de convertir a Dios en un juez implacable, que ejecuta al pecador sin piedad, causando miedo al encuentro con Él. El Padre, que Jesús revela, quiere que el hombre se convierta y se salve. Será preciso reeditar, una y otra vez, la bellísima parábola del Padre Bueno o “hijo pródigo”. La misión de Cristo consiste en que los hombres, conmovidos por tamaña predilección del Padre, se conviertan y aprendan a comportarse como hijos, aunque tengan que atravesar distancias humanamente inalcanzables. Aquel hijo que regresa, geográfica y moralmente desde tan lejos, es imagen de cada uno de los hombres. Dios es el Padre que espera a su pequeño hijo atolondrado para abrazarlo y besarlo con ternura. La Cuaresma ha trazado el camino de regreso. Es la oportunidad, quizás la última, de recorrerlo con humildad y confianza.