El arzobispo emérito de Corrientes afirmó que "Dios siempre nos hace esperar, ofreciéndonos la ocasión de insistir como niños, y vivir la experiencia de su misericordia, testimoniándola a los demás".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que “la oración insistente revela el amor que profesamos a Dios” y agregó: “La parábola, que Jesús inventa, es un ropaje literario para sus principales enseñanzas”.
“Amar a Dios es hacer su voluntad, pero también es decirle que lo amamos. Dios no se cansa de escucharnos, ni se muestra molesto por nuestra insistencia, como aquel juez de la parábola”, aseguró en su sugerencia para la homilía.
“La diferencia infinita se revela en su respuesta generosa”, subrayó, y señaló: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?”.
El prelado afirmó que “Dios siempre nos hace esperar, ofreciéndonos la ocasión de insistir como niños, y vivir la experiencia de su misericordia, testimoniándola a los demás”.
“Siempre recuerdo la respuesta que di a una parejita de ateos confesos. No entendían orar a quién, según ellos, no existía. ‘Imaginen que han padecido un naufragio y descubren flotando un madero con una radio en él, que probablemente no funcione. Por si acaso ¿no la pulsarían con insistencia?’ Les aconsejé que hicieran lo mismo con Dios: en los momentos difíciles de sus vidas, recen ‘por si acaso’ existe: ciertamente - aseguré - les responderá y se habrán encontrado con Él”, graficó.
Texto de la sugerencia
1. La oración insistente. “Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse” (Lucas 18. 1). Es común que se produzca el desánimo cuando la oración aparece sin respuesta o extremadamente monologante y tediosa. El verdadero orante busca a Dios y, de manera secundaria, que sea satisfecha su intención personal. La incondicional predisposición para obedecer a Dios constituye el mejor estado del alma. No es común, lamentablemente. Cuando Dios es buscado, por ser Quien es - para nosotros - nuestra relación se hace filial y conduce al Bien y a la santidad. No se ocuparía Jesús de ella si no constituyera una necesidad para el logro de nuestra salvación. La insistencia, oportuna o inoportuna, nos pone frente a Él y nos obliga a examinar nuestra conciencia. Ser conscientes de nuestra necesidad de Dios es lo mejor que nos puede ocurrir. Muchos de nuestros contemporáneos logran expresarlo con sinceridad, algunos con cierta vacilación y otros simplemente no creen.
2. Hiperactivismo vs contemplación. Es la belleza “siempre nueva y siempre antigua”, expresada por San Agustín. Pasa peligrosamente desapercibida para los -hombres y las mujeres- distraídos de “lo único necesario”. El hiperactivismo domina gran parte de quienes pretenden ordenar la vida moderna en sociedad. Mientras no recuperen su capacidad contemplativa crearán monstruos, animados por la violencia y la impiedad. No hay salida. La incapacidad comprobada impide todo acceso real a la Verdad y a la Vida. Los pasos hacia adelante demandan humildad y generosidad. Los santos han podido orientar sus vidas a la santidad, mediante el aprendizaje de la humildad. Son inimitables a no ser en este común denominador: la pobreza de corazón y la decisión de darlo todo a Quien lo dio todo en su único Hijo. Para lograrlo se les reclamó tomar la actitud de María de Betania. Incluyó el silencio, gran lenguaje de los ángeles y de los contemplativos, capaz de ir más allá de las palabras, y convertirse en expresión de la inefabilidad del Misterio de Dios. Para escuchar a Jesús, y aprender quien es -y lo que transmite- no existe otra adecuada actitud que la pobreza y el silencio.
3. Respuesta al amor de Dios. La actividad del contemplativo es la respuesta generosa al amor de Dios. “Amar al Amor” diría San Francisco de Asís, practicante ejemplar de la contemplación, en las antípodas de lo que el mundo considera “meditación trascendente” o cierto estilo de extraño retiro espiritual. Jesús nos lo enseña en su propio recogimiento, tanto en el desierto como en el monte. Estar tanto tiempo “en oración con Dios”, indica una relación de amor con su Padre, expresada en la Cruz y en el monte Tabor. Como conclusión de la Transfiguración en el monte, el Padre mismo nos manda escucharlo. Cristo es la realización de lo que la contemplación intenta. No existe otro Rector -para ese aprendizaje- fuera de Él. Es en Él, en quien se revelan los auténticos valores que deben regir la vida humana. Sobre todo, constituye la revelación humana más perfecta de Dios, que es Amor. Dios, tan cercano a los hombres, en el Misterio de la Encarnación de su Hijo, les ofrece a todos la posibilidad de salvarse. Jesús lo afirma constantemente, para no dejar lugar a dudas. El mundo actual parece incapaz de cumplir el proyecto creador de Dios.
4. Dios no se cansa de escucharnos. La oración insistente revela el amor que profesamos a Dios. La parábola, que Jesús inventa, es un ropaje literario para sus principales enseñanzas. Amar a Dios es hacer su voluntad, pero también es decirle que lo amamos. Dios no se cansa de escucharnos, ni se muestra molesto por nuestra insistencia, como aquel juez de la parábola. La diferencia infinita se revela en su respuesta generosa: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?” (Lucas 18, 7) Siempre nos hace esperar, ofreciéndonos la ocasión de insistir como niños, y vivir la experiencia de su misericordia, testimoniándola a los demás. Siempre recuerdo la respuesta que di a una parejita de ateos confesos. No entendían orar a quien, según ellos, no existía. “Imaginen que han padecido un naufragio y descubren flotando un madero con una radio en él, que probablemente no funcione. Por si acaso ¿no la pulsarían con insistencia?” Les aconsejé que hicieran lo mismo con Dios: en los momentos difíciles de sus vidas, recen “por si acaso” existe: ciertamente -aseguré- les responderá y se habrán encontrado con Él.+