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Mons. Castagna: "Dios, premio y alegría de los santos"

El arzobispo emérito de Corrientes estimó que "la Iglesia debiera instituir una fiesta para celebrar el regreso a casa de los hermanos pecadores", como un modo de unirse "al gozo del cielo".

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, destacó el proceder de Dios en su relación generosa con los hombres, en la que muchas veces “el recién convertido merece la misma recompensa que quienes nunca han pecado”.

“Es común que Dios santifique, de inmediato, a quienes ‘a las cansadas’ se convierten”, sostuvo al respecto, poniendo el ejemplo que surge de la parábola del hijo pródigo.

“Al contrario de la parábola, si el hijo mayor hubiera apreciado su filiación, no habría dudado un instante en unirse a la fiesta y participar del gozo de su padre”, consideró.

El prelado emérito recordó que “el pecador convertido, aún a última hora, será motivo del gozo indescriptible de quienes jamás han perdido su vinculación con el Padre”. “La Iglesia debiera instituir una fiesta para celebrar el regreso a casa de los hermanos pecadores. De esa manera, se uniría al gozo del cielo por la conversión de los pecadores”, concluyó.

Texto de la sugerencia

1.- Contabilidad de las horas y calidad de la respuesta. Esta parábola abre una visión de la vida humana, descartada por el mundo. El merecimiento está vinculado a la calidad de la respuesta. No importa tanto contabilizar las horas en la jornada de trabajo, cuanto la prontitud en la respuesta humilde y generosa. A medida que va transcurriendo el día, el propietario de la viña sale - en distintas horas - a contratar a obreros. Si se califica el trabajo por la cantidad de horas empleadas en él, y no en su calidad, variará el concepto de la justicia. Así ocurre en la parábola, rematada con una sentencia colmada de sabiduría: “Así, los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos”. (Mateo 20, 18) La intensidad del trabajo de los recién contratados merece recibir la misma paga que los contratados en la primera hora. En la enseñanza de Jesús la paga o salario trasciende todo monetarismo. El amor de Dios satisface el esfuerzo humano. Los recién incorporados reciben la misma recompensa que los llegados a primera hora.

2.- La impropia valoración de la paga salarial. Nadie debe considerarse discriminado en el momento de poner las cuentas en orden. Jesús, con el fin de destacar la singularidad del salario, se refiere a la incomodidad de los llegados al iniciar la jornada. Se consideran merecedores de “algo más”, sin advertir que la verdadera recompensa lo llena todo y supera con creces toda remuneración. La bondad infinita del empleador, constituye el valor justo del salario: “Amigo no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete”. “¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?” (Mateo 20, 13-14) El don es calificado por la bondad del donante o propietario de la viña. Para Santa Teresa de Ávila “solo Dios basta”. Así piensan los santos. Muchos autocalificados “cristianos” pretenden una recompensa - para su vida creyente - que dista mucho de ser Dios: la espiritualidad como seguridad y consuelo, la salud, a veces la acumulación de bienes temporales, o el reconocimiento de los hombres, de la Iglesia y del mundo. ¡Qué nada es todo lo que no es Dios! Es nuestro Padre y, en el misterio de su Verbo encarnado, es nuestro Salvador. Lo es todo, y, al cabo de nuestra vida, se constituye en la recompensa por el cumplimiento del contrato laboral.

3.- Los últimos serán los primeros. La disposición de iniciar el pago con los recién contratados, nos revela cómo procede Dios en su generosa relación con los hombres: “Así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. (Mateo 20, 16) Con frecuencia, Jesús echa mano a una terminología de difícil comprensión. Para el Maestro es importante recordar la verdad olvidada: que el don remunerativo, de la jornada de la vida, no resiste ser igualado con el concepto de “premio y castigo” con que el mundo rige su humana interpretación de la justicia. El recién convertido (o contratado) merece la misma recompensa que quienes nunca han pecado. Es común que Dios santifique, de inmediato, a quienes “a las cansadas” se convierten. En la parábola del hijo pródigo, el padre de familia organiza una gran fiesta para celebrar el regreso del hijo menor que se había perdido y que, arrepentido, recorre el difícil camino de vuelta a casa o, mejor dicho, a los brazos de su padre. El hijo mayor representa a quienes, por haber soportado el calor de toda la jornada, pretenden algo más que lo concertado en el momento de firmar el contrato. No había entendido que ser hijo de tan buen padre es la mejor paga a su fidelidad.

4.- Dios, premio y alegría de los santos. “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. (Lucas 15, 7) Al contrario de la parábola, si el hijo mayor hubiera apreciado su filiación, no dudaría un instante a unirse a la fiesta y participar del gozo de su padre. El pecador convertido, aún a última hora, será motivo del gozo indescriptible de quienes jamás han perdido su vinculación con el Padre. La Iglesia debiera instituir una fiesta para celebrar el regreso a casa de los hermanos pecadores. De esa manera, se uniría al gozo del cielo por la conversión de los pecadores.+

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HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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