El arzobispo emérito de Corrientes llamó a "estar atentos e invocar al Espíritu Santo, de manera consciente y personal", para evitar caer en los "abismos y miserias" del tiempo actual.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, compartió sus sugerencias para la misa del domingo 28 de mayo, fiesta de Pentecostés.
El prelado aseguró que “cada celebración de Pentecostés es la actualización de la presencia activa del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo. Acudir a Él es dar lugar preferencial al amor del Padre y del Hijo en nuestras vidas. Por Él Dios nos ama hasta el extremo de la cruz de Cristo. Recibirlo es dejar que el amor nos conforme y aliente”.
“La incidencia extraordinaria que tiene esta verdad en nuestra vida de fe se pone de manifiesto cuando más es desafiada por la incredulidad. Es preciso estar atentos e invocar al Espíritu Santo, de manera consciente y personal”, agregó.
Y señaló: “Es perjudicial su olvido, tanto en el pensamiento como en el comportamiento de muchos cristianos y sus ministros. Desde aquel Pentecostés, todo el mundo está afectado espiritualmente por el Divino Espíritu. Sus mejores inspiraciones proceden de Él”.
Finalmente, señaló: “Estamos a mucha distancia aún de observar esa presencia en la organización de nuestra sociedad y de sus instituciones. Existen legislaciones desconectadas, en muchas de sus cláusulas, de las inspiraciones del Santo Espíritu. El mundo actual, en muchas de sus leyes, contradice al Espíritu de Pentecostés, y se precipita al abismo de sus pecados y miserias”.
Texto de las sugerencias
1. El nacimiento de la Iglesia. La aparición del Señor resucitado causa, más que sorpresa, un indecible gozo: “Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”. (Juan 20, 20) Un gozo que debiéramos experimentar al saber que Jesús ha resucitado y, aunque invisible, está entre nosotros. Su Palabra, impresa en la Escritura y formulada por su Iglesia, y los sacramentos, constituyen los signos inequívocos de su presencia viva. Una presencia activa, transformadora de quienes creen en ella. Pentecostés es el cumplimiento de la principal promesa de Jesús: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”. (Juan 14, 26) Sus discípulos, de todos los tiempos, dependerán de ese Abogado y Protector. Cuando descuidan su importancia se produce una deformación que impide el cumplimiento de la misión que se les ha encomendado. El día de Pentecostés, la primera comunidad cristiana acompañada por María, recibe al Espíritu Santo prometido, señalando el nacimiento de la Iglesia.
2. El Santo Espíritu “como el alma de la Iglesia”. Hoy celebramos ese nacimiento, su progreso y desarrollo, como Reino de Dios. A partir de entonces los Apóstoles, y la Iglesia sobre ellos fundada, sentirán que el Espíritu Santo se constituye “como en su alma”. Sin alma no hay vida y estaríamos velando un cadáver. Dios no lo permite. La promesa de Jesús asegura su vitalidad: “Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 20) El Paráclito mantiene viva esa presencia. Debemos leer en los signos la realidad divina escondida y, no obstante, muy presente. Para ello se nos reclama un permanente ejercicio de la fe. Aunque el Espíritu Santo haya sido objeto de un desconocimiento inexplicable, su acción finalmente ha horadado la piedra y, en las últimas décadas, ha gravitado, de manera destacable, en la espiritualidad de la Iglesia. Oficialmente la Iglesia ha conservado la devoción al Espíritu Santo, invocándolo en los momentos de mayor trascendencia de su trayectoria institucional: Concilios y Sínodos, Conclaves para la elección de los Sumos Pontífices, Ordenaciones sagradas y otros eventos. Es de lamentar que las formalidades, más que la vida profunda, hayan apagado el fervor que manifestaron los Apóstoles aquel día de Pentecostés.
3. Una presencia activa en la Iglesia y en el mundo. Cada celebración de Pentecostés es la actualización de la presencia activa del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo. Acudir a Él es dar lugar preferencial al Amor del Padre y del Hijo en nuestras vidas. Por Él Dios nos ama hasta el extremo de la Cruz de Cristo. Recibirlo es dejar que el Amor nos conforme y aliente. La incidencia extraordinaria que tiene esta verdad en nuestra vida de fe se pone de manifiesto cuando más es desafiada por la incredulidad. Es preciso estar atentos e invocar al Espíritu Santo, de manera consciente y personal. Es perjudicial su olvido tanto en el pensamiento como en el comportamiento de muchos cristianos y sus ministros. Desde aquel Pentecostés todo el mundo está afectado espiritualmente por el Divino Espíritu. Sus mejores inspiraciones proceden de Él. Estamos a mucha distancia aún a observar esa presencia en la organización de nuestra sociedad y de sus instituciones. Existen legislaciones desconectadas, en muchas de sus cláusulas, de las inspiraciones del Santo Espíritu. El mundo actual, en muchas de sus leyes, contradice al Espíritu de Pentecostés, y se precipita al abismo de sus pecados y miserias.
4. La fidelidad al Espíritu. Es un día para celebrar. Se impone excluir de nuestra Liturgia toda reducción a estereotipos teológicos, que apenas entienden los teólogos de oficio. Los santos, subordinados incondicionalmente al Espíritu Santo, constituyen modelos de coherencia y fidelidad. El más prestigioso de todos, después de Jesús, es María. Nos basta recurrir a la lectura de los cuatro Evangelios para comprobar su veracidad. La predicación apostólica, y de quienes han sido constituidos en Padres y Pastores de la Iglesia, insiste en la importancia de la fidelidad al Espíritu. Su práctica heroica iluminó a los maestros y doctores, asistió toda actividad pastoral y fortaleció a los mártires. Es preciso, y urgente, que recobre hoy su vigencia.+