El arzobispo emérito de Corrientes recordó que "para lograr la capacidad de perdonar, es preciso obtener la humildad del arrepentimiento por las ofensas que hayamos infligido a los demás".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que, “para lograr la capacidad de perdonar, es preciso obtener la humildad del arrepentimiento por las ofensas que hayamos infligido a los demás”.
“Poca gente se dispone a pedir perdón”, aseveró al respecto en su sugerencia para la homilía dominical.
El arzobispo lamentó que, “para ciertos sectores de nuestra sociedad, se considera una debilidad toda expresión de arrepentimiento, hasta esgrimir el término contradictorio: ‘Perdono, pero no olvido’”.
“El olvido no es una actitud emotiva, sino una decisión libre de la voluntad, aunque persistan, sin sanar aún, las heridas padecidas”, puntualizó.
“No es fácil seguir a Jesús, pone en jaque nuestro apego al orgullo que nos ha enfermado. La gracia hace posible superarlo”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- Somos los únicos responsables del mal. Jesús vino a perdonar el pecado del mundo. A eliminar el mal causado por el pecado. Somos testigos y víctimas del mal, del que nos reconocemos únicos responsables, como el publicano de la parábola. El remedio o antídoto del pecado es el perdón que Dios concede a quienes lo solicitan humildemente. Pedro se hace vocero de sus condiscípulos y, sensible a la enseñanza de su Maestro, formula una pregunta directa que los otros, presumiblemente, tenían a flor de labios: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces? Jesús le respondió: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. (Mateo 18, 21-22) El “setenta veces siete” señala la generosidad del perdón, de la que Dios mismo es modelo perfecto. No nos perdonamos a nosotros mismos, al contrario de Dios que perdona y olvida. La mezquindad de la casuística de Pedro se contrapone con la generosidad del don de Dios, que Jesús nos revela.
2.- Dios siempre está dispuesto a perdonar. El perdón de Dios causa la desaparición del pecado. Nuestra memoria, a pesar de nuestra sincera voluntad de perdonar, mantiene viva la ofensa hasta que el “siete veces” sea remplazado por el “setenta veces siete”. La parábola del servidor inclemente presenta un ejemplo claro. Aquel Rey muestra el comportamiento compasivo de Dios. El pobre deudor pide una prórroga para satisfacer la deuda. Al rey le basta la súplica humilde para perdonarle la totalidad de lo adeudado. Pero aquel súbdito perdonado, no se comporta así, con su consiervo, ante una deuda significativamente menor: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?” (Mateo 18, 31-33) El “Padre Nuestro” mantiene el mismo principio: “perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. La seguridad de ser perdonados corresponde a nuestra decisión de perdonar sinceramente a quienes nos ofenden. El perdón de Dios es gratuito pero no incondicional. La gratuidad convierte el perdón en un conmovedor acto de amor. El “ámense unos a otros” incluye necesariamente el “perdónense”. No hay perdón sin amor y viceversa.
3.- El perdón es expresión de amor o no es perdón. Es éste un tema trascendente en la visión evangélica de las relaciones interpersonales. La consulta de Pedro y la parábola del servidor inmisericorde, abren la perspectiva de un nuevo comportamiento ético. Perdonar y ser perdonado, coinciden con el anhelo del corazón humano, que encuentra su felicidad en amar y ser amado. El pecado contradice el logro de ese ideal. El Cordero de Dios, “que quita el pecado del mundo”, hace posible lo que parece imposible en la actual convivencia familiar y social. El odio, instalado en los desencuentros llamados “grietas”, es vencido por el amor, también en las diversas manifestaciones del perdón. Mientras nuestra convivencia no desemboque en el arrepentimiento y el perdón no llegará a ser amor, en el que se fundamenta toda sociedad civilizada. Algunas expresiones de enemistad indican que estamos muy lejos del ideal de una sociedad capaz de construir su propio destino de fraternidad y de paz. Los cristianos son el fermento, mezclado en la realidad tironeada por el trigo y la cizaña. El tiempo de la cosecha ha comenzado ya, en el cruce con la eternidad se producirá su etapa final. Vivimos separando el bien del mal, en el esfuerzo ascético por el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios.
4.- El arrepentimiento. Para lograr la capacidad de perdonar, es preciso obtener la humildad del arrepentimiento por las ofensas que hayamos infligido a los demás. Poca gente se dispone a pedir perdón. Para ciertos sectores de nuestra sociedad se considera una debilidad toda expresión de arrepentimiento, hasta esgrimir el término contradictorio: “perdono, pero no olvido”. El olvido no es una actitud emotiva, sino una decisión libre de la voluntad, aunque persistan, sin sanar aún, las heridas padecidas. No es fácil seguir a Jesús, pone en jaque nuestro apego al orgullo que nos ha enfermado. La gracia hace posible superarlo.