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Mons. Castagna: "Entonces ¿quién podrá salvarse?"

"Es preciso recibir la respuesta del Señor con un corazón purificado por la penitencia y el amor confiado", expresó el arzobispo emérito de Corrientes.

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, en sus sugerencias para la homilía de este domingo, recordó que "la misión de Cristo y de su Iglesia trasciende una época, para prolongar su acción a la extensa historia humana".

"Es gravemente nocivo excluir a la Iglesia, en países de profesión católica, de sus principales manifestaciones: política, ciencia, arte y cultura", advirtió.

"Se producen graves contradicciones, en pueblos de origen cristiano, cuando se niega, en el comportamiento, lo que se afirma profesar en el credo", afirmó, y ejemplificó: "Soy católico y abortista, o me adhiero a la teoría de género, opuesta a las enseñanzas básicas de mi Iglesia".

"La pregunta angustiosa de los discípulos recibe una respuesta clara, del divino Maestro: 'Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: entonces, ¿quién podrá salvarse?'", expresó, citando el Evangelio.

El arzobispo consideró que es preciso recibir la respuesta del Señor con un corazón purificado por la penitencia y el amor confiado: "Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: 'Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible'".

Texto completo de las sugerencias

1.- La felicidad consiste en darlo todo. Es impactante el lenguaje de Jesús, al comprobar el retraimiento del hombre rico ente el ofrecimiento de seguirlo. Buena persona, que había guardado, desde su niñez, todos los mandamientos: "Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". (Marcos 10, 21) Le ofrece lo mejor, más valioso que todos los bienes de la tierra, con tal que renuncie al afecto que mantiene por ellos. A pesar de su bondad y fidelidad, aquel hombre poseía muchos bienes y estaba apegado a ellos. Por ello se entristece ante el ofrecimiento de Jesús, que pone como condición desapegarse de los bienes que posee. El mal no consiste en poseer bienes, sino en apegarse idolátricamente a ellos. El mal de aquel buen hombre consiste en el apego, que hace insostenible la propuesta de Jesús. Aquel encuentro, ofrece al Maestro la ocasión de enseñar: "Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos! Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios ¡" (Marcos 10, 23) Los grandes obstáculos, para ser parte del Reino de Dios, son las modernas idolatrías: el poder, el placer y el dinero. El asfixiante apego a las mismas, invade hoy la sociedad, hasta impregnar sus espacios más representativos. Únicamente la gracia de Dios puede neutralizar dicho mal: "Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, no para Dios, porque para él todo es posible". (Marcos 10, 27) La misión de Cristo, y de la Iglesia, es revelar que lo imposible para los hombres es posible para Dios. La misión de Cristo consiste en mostrar la posibilidad de lo humanamente imposible. La vida santa de los cristianos es la prueba de que Cristo resucitado hace posible lo que los hombres consideran imposible. La santidad es la recuperación, de la situación de pecado - mediante la Pascua de Cristo - a todo el género humano. La frivolidad, que invade la sociedad contemporánea, causa un letargo espiritual, parecido al que padecieron los Apóstoles en el Huerto de los Olivos.

2.- Sentido fraterno de los bienes. Al escuchar la enseñanza de Jesús, los criterios que parecen prevalecer actualmente, y que rigen el comportamiento del mundo, adquieren una dimensión particularmente grave. La presencia de Cristo y la impronta de su palabra cobran gran urgencia y luminosidad. Los bienes que enriquecen a unos, empobrecen a otros. No obstante, la orientación de los mismos - hacia los pobres - indica, en la mente de Jesús, que existe un bien común que es preciso preservar y respetar. La exhortación dirigida a aquel hombre bueno, descubre el sentido fraterno de los bienes: económicos y culturales. La mezquina posesión de los bienes ciertamente contraría el sentido evangélico del amor fraterno. Por ello, para la vivencia de la fe, las diversas enseñanzas y exhortaciones del Señor cobran una enorme importancia. No constituyen normas impracticables sino verdaderos desafíos, que orientan a una perfección que los ciudadanos del mundo se proponen lograr con pobres resultados. Desde el anuncio del Arcángel San Gabriel a María, Dios no cesa de recordar que lo imposible para los hombres es posible para Dios. El propósito de redimir al ser humano, mortalmente herido por el pecado, encuentra - en Cristo - al Dios que cura a los hombres y, si han muerto, los resucita. Al hacer lo que es imposible para los hombres, Cristo es reconocido como el Mesías de Dios. La depresión causada por el estado de pecado, cobra dimensiones que incapacitan, para un recto ejercicio de las virtudes ciudadanas. Es imposible auto redimirse, únicamente Dios vence esa imposibilidad. Cristo, como Hijo de Dios e Hijo del hombre: "vence el pecado y la muerte". De allí la necesidad de su presencia, que causa la resurrección y la Vida. Rechazarlo es convertir la historia humana en un cementerio, bien o mal cuidado. En amplios sectores de la actual sociedad se percibe una angustiante sensación de muerte. Aunque se multipliquen los "sepulcros blanqueados", la muerte no será vencida sin la intervención de Cristo resucitado. Él ha dispuesto permanecer "hasta el fin de los tiempos". Lo hace, mediante la Iglesia que lo anuncia - para la fe - y lo hace presente mediante la celebración de los sacramentos. De allí, la urgencia de borrar el mote de "innecesaria" que el mundo pretende imponerle. Es la ocasión de manifestar que la misión única de la Iglesia, en un mundo sin valores, está urgida que se los recupere.

3.- Entonces ¿quién podrá salvarse? La misión de Cristo y de su Iglesia, trasciende una época, para prolongar su acción a la extensa historia humana. Es gravemente nocivo excluir a la Iglesia, en países de profesión católica, de sus principales manifestaciones: política, ciencia, arte y cultura. Se producen graves contradicciones, en pueblos de origen cristiano, cuando se niega, en el comportamiento, lo que se afirma profesar en el Credo. Por ejemplo: soy católico y abortista, o me adhiero a la teoría de género, opuesta a las enseñanzas básicas de mi Iglesia. La pregunta angustiosa de los ´discípulos, recibe una respuesta clara, del divino Maestro: "Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" (Marcos 10, 27) Es preciso recibir la respuesta del Señor con un corazón purificado por la penitencia y el amor confiado: "Jesús fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible". (Marcos 10, 27) Vivimos confiados en el poder de Dios y descansamos en su misericordia. No procede de un esfuerzo ascético extraordinario, al contrario, es un descanso en el amor de Dios que, contando con nuestra generosa respuesta, realiza milagros de ternura y misericordia. Así Dios hace a los santos, no importa la edad y la distancia moral previa a la conversión. Grandes pecadores se convirtieron en grandes santos. Pequeños, como los pastorcitos de Fátima obtienen una madurez excepcional, que hoy se venera en nuestros altares. Sólo Dios puede lograr esos prodigios de santidad. Nos corresponde confiar en Él y rendirnos a su acción santificadora. Cada hora de nuestras jornadas nos ofrece un cúmulo enorme de gracias, encaminadas - todas ellas - a nuestra santificación. La predicación de los Apóstoles y de la Iglesia, abre perspectivas nuevas. Debemos estar dispuestos a adoptarlas, para que constituyan la orientación en el difícil tránsito terrestre. La confusión, y la grave desorientación, que de ella procede, cubre todo el espacio, en el que el mundo habitualmente se mueve. El Evangelio viene a remover los inconvenientes, que es preciso superar, aceptando los desafíos más acuciantes de la hora. La oposición, que sigue vigente en la actualidad, puede desalentar a los mejor intencionados. Cristo nos devuelve la esperanza, recordándonos que para Dios nada es imposible, incluso cuando la persecución arrecia, desalmada y sin freno.

4.- La muerte como tránsito a la Vida eterna. Pedro, consciente de que el seguimiento de Jesús le exige dejarlo todo, manifiesta que esa es su situación, y la de sus condiscípulos. De inmediato Jesús les habla de la recompensa. Aunque incluye una remuneración temporal, señala su término final: la Vida eterna. Nuestra recompensa es Dios, y la Vida eterna con Él. Esta convicción debiera ilusionarnos al pensar en la muerte. Es en ella donde se produce el tránsito tan temido, y, no obstante, tan esperanzador y cercano. Saber, como lo supo San Francisco de Asís, que la muerte es una "hermana", siempre tan próxima y pobre, disipa nuestras más profundas tinieblas. Personas, en quienes debiera ser familiar este pensamiento, se muestran angustiadas ante su perspectiva. Me refiero a sacerdotes y consagrados; muchos de ellos huyen del tema o lo ocultan temerosamente. La intimidad con Jesús inspira referirse a la muerte, como lo hacían, y lo hacen, los santos.

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HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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