El arzobispo emérito de Corrientes, en sus sugerencias para la homilía del domingo, se refirió a la Ley, al magisterio de Jesús, a nuestro trato con Él y a la legitimidad de las leyes humanas.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en sus sugerencias para la homilía del domingo 6° del tiempo ordinario, se refirió a las distintas visiones acerca de la Ley por parte de Jesús y de los fariseos, al magisterio de Cristo, a la familiaridad en nuestro trato con Él y al Señor como revelador de la voluntad del Padre.
Respecto del cumplimiento de la Ley que propone y realiza Jesús, el arzobispo emérito consideró que “compromete a la persona humana, excluyendo la interpretación farisaica de la Ley, que sólo contempla el cumplimiento literal del frio precepto” y agregó que: “con esta perspectiva, la Ley no pierde su obligatoriedad, sino que la amplía y define. Por ello, el Señor valora la observancia de la Ley y su necesaria aplicación”.
En cuanto al magisterio de Jesús, monseñor Castagna expresó: “Tiene clara la verdad, porque Él es la Verdad, y en consecuencia acierta con su aplicación”. “La exhortación del Padre a que lo escuchen trasciende la pía consideración de unos pocos versículos bíblicos. Es el único Maestro, más adelante lo dirá Él mismo, sin paliativos, para quienes pretendan competir con Él”, agregó.
Luego, en relación con el trato familiar con el Señor, sostuvo que acatando sus palabras, “llevamos nuestro discipulado a una auténtica familiaridad con Él”.
Refiriéndose a la Virgen María, sostuvo: “Su consentimiento a la voluntad de Dios, la convierte en el familiar más cercano de Jesús. Este misterio, humanamente impenetrable, da luz a la vida cristiana”. E ilustró al respecto: “Nuestra obediencia al Padre nos convierte en hijos suyos y hermanos de Jesús. Por el mismo motivo nos familiariza con María y establece similares lazos con la Iglesia, Madre y Virgen como María”.
Para concluir, el arzobispo emérito comentó que, cuando se disocia “del conocimiento de la voluntad del Padre, como se revela en la persona y enseñanza de Cristo, la legislación humana pierde el sustento de verdad que necesita para ser legítima”.
Y amplió de esta manera el concepto: “El pueblo argentino -en su mayoría cristiano- por el imperio de una discutible concepción laicista, debe padecer la imposición de leyes que se oponen a su credo. A quien no cree no se le debe imponer la fe, aunque sea de la mayoría, pero a quienes creen no se les debe obligar a traicionar u ocultar su fe”.
Texto completo de las sugerencias
1. El cumplimiento de la Ley. Jesús y sus seguidores han sido considerados transgresores de la Ley. Es más exigente la fe que la ley. Jesús viene a dar cumplimiento de la Ley: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas, yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5, 17). Ese cumplimiento compromete a la persona humana, excluyendo la interpretación farisaica de la Ley, que sólo contempla el cumplimiento literal del frio precepto. Jesús reacciona con vehemencia contra el fariseísmo y sus adláteres. ¡Qué claridad escalofriante la del Señor en su denuncia contra los escribas y fariseos!: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!” (Mateo 23, 23). Con esta perspectiva la Ley no pierde su obligatoriedad, sino que la amplía y define. Por ello, el Señor valora la observancia de la Ley y su necesaria aplicación. Para aventar cualquier duda lo expresa de esta manera: “Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice” (Mateo 5, 18).
2. Cristo, el Maestro ungido por el Padre. Su coherente enseñanza desciende a casos concretos, resolviéndolos uno por uno. La angustiosa búsqueda del bien y de la verdad encuentra en Él una clara resolución. De esa manera, promueve un entrenamiento para resolver las cuestiones más intrincadas. Tiene clara la verdad, porque Él es la Verdad, y en consecuencia acierta con su aplicación. La exhortación del Padre a que lo escuchen trasciende la pía consideración de unos pocos versículos bíblicos. Es el único Maestro, más adelante lo dirá Él mismo, sin paliativos, para quienes pretendan competir con Él: “En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “maestro”, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos” (Mateo 23, 8). Su condición divina, y su encarnación de María Virgen, lo constituyen en quien es entre nosotros. Él conoce, como nadie, la voluntad de su Padre y se somete a ella sin vacilar. Más aún, la considera el único alimento de su vida entre los hombres: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra” (Juan 4, 34).
3. Discipulado y familiaridad con Cristo. La voluntad de Dios se revela en su fiel cumplidor, Jesucristo. La conocemos si acatamos las palabras del Hijo. De esa manera, llevamos nuestro discipulado a una auténtica familiaridad con Él: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 12, 48-50). Es tierno y conmovedor lo que dicen los Padres cuando se refieren a esta expresión de Jesús: “María es más Madre de Cristo por haber obedecido al Padre, que dando su carne y sangre al Verbo de Dios”. Su consentimiento a la voluntad de Dios, la convierte en el familiar más cercano de Jesús. Este misterio, humanamente impenetrable, da luz a la vida cristiana. Nuestra obediencia al Padre nos convierte en hijos suyos y hermanos de Jesús. Por el mismo motivo nos familiariza con María y establece similares lazos con la Iglesia, Madre y Virgen como María. Así lo entendían los Santos Padres y el pueblo creyente. Es urgente recuperar el valor de la Ley, sometiéndola a la voluntad del Padre.
4. Cristo revela la voluntad del Padre. Disociados del conocimiento de la voluntad del Padre, como se revela en la persona y enseñanza de Cristo, la legislación humana pierde el sustento de verdad que necesita para ser legítima. Presenciamos contradicciones inexplicables en nuestras legislaciones. El pueblo argentino -en su mayoría cristiano- por el imperio de una discutible concepción laicista, debe padecer la imposición de leyes que se oponen a su credo. A quien no cree no se le debe imponer la fe, aunque sea de la mayoría, pero a quienes creen no se les debe obligar a traicionar u ocultar su fe. La Iglesia no gobierna pero, tiene derecho a formar a sus miembros conforme a los contenidos de la fe profesada solemnemente en el Bautismo. Es lo que hace. Nadie puede negarle el derecho de defender la fe y su práctica, cuando, como en Nicaragua, se la pretende amordazar con un sistema persecutorio implacable e injusto.