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Mons. Castagna: "La fe no es una teoría filosófica"

El arzobispo emérito de Corrientes afirmó que sí es "la adhesión de la vida, mediante un comportamiento coherente y comprometido", y recordó a los mártires, cuyo ardor contagia la fe y la santidad.

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó -en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo- que, "entre los mártires, se destacan muchos obispos, sacerdotes, religiosos y numerosos laicos", y aseguró: "El ardor de la fe de esos hombres y mujeres, niños y adolescentes, producía un verdadero contagio de fe y santidad".

"La gracia de Dios cuida de que no falten esos testimonios impresionantes. No tienen la publicidad que otros acontecimientos y personajes obtienen en los medios que dominan la información actual", lamentó.

"La presencia, aunque silenciosa, de los más virtuosos, gravita positivamente en una sociedad sacudida por el escándalo y la violencia. El contenido de la fe no es una teoría, siempre refutable, sino la adhesión de la vida, mediante un comportamiento coherente y comprometido", sostuvo.

El arzobispo afirmó que "una vida fiel a Dios es irrefutable", y graficó: "Los santos podrán ser agredidos y rechazados, pero jamás refutados. La Verdad se encarna en ellos, como en Jesús. Como a Él, el error y la corrupción podrán dirigir sus andanadas, pero no obtendrán el consentimiento de la gente honesta".

"El Adviento prepara los corazones para celebrar la Navidad y cohonestar los mejores sentimientos del corazón humano", concluyó.

Texto completo de las sugerencias

1. Los protagonistas del Adviento. Juan Bautista manifiesta, junto a María, ser un valioso protagonista del Adviento. Su misión es preparar lo que estaba tan próximo a cumplirse. Isaías lo describe con exactitud al profetizar el gran acontecimiento de la salvación. Lo destaca de tal forma que siembra dudas sobre su identidad. El anhelo por la aparición del Mesías, y al ver a Juan tan hombre de Dios, sus seguidores se preguntan si acaso no es el Enviado. Su palabra es ardiente e impactante, y crea una celebración penitencial a la que todos desean someterse. Cuando niega abiertamente ser el Mesías se identifica como la voz que otorga sonoridad a la Palabra verdadera: "Una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos" (Lucas 3, 4). Su misión es preparar la llegada del Mesías y cederle el paso hacia un mundo sumido en el pecado. El mundo es el desierto, y en él Juan pega un grito, imposible de silenciar. Aunque su acción profética logra su perfección en Cristo, no deja de gravitar también hoy, preparando el sendero que conduce directamente al Salvador. Así lo presenta la Iglesia, en la predicación de la Buena Nueva. Juan, en la liturgia de la Iglesia, sigue hoy ejerciendo su invalorable misión de allanar los senderos que conducen a Cristo. A veces se pretende imponer rígidamente una religión sin presentar a Quien es el destino de la búsqueda que la motiva. La humanidad siempre ha expresado su hambre de trascendencia, y lo ha manifestado de muy diversas y, a veces, contradictorias maneras. Cristo vino a cerrar esa búsqueda, constituyéndose en su término: alfa y omega. Es el Profeta de Dios, en quien se expresa la Verdad intensamente buscada. Todo profetismo obtiene de Él su perfección, porque es la misma Palabra encarnada. Aceptarla, y ofrecerla al mundo, coinciden, ante la mirada asombrada de una sociedad derrumbada y triste. Cristo vino a revelar la paternidad de Dios, en medio de la orfandad, causada por el pecado y la incredulidad. Nadie, que se aventure en su intimidad, afligida por la ausencia de Dios, podrá empecinarse en negarlo.

2. El mundo desafía nuestra fidelidad. Durante este Tiempo Fuerte se produce, de la mano de la Iglesia, un encuentro con la Verdad encarnada. Necesitamos ese encuentro y debemos promoverlo en la sociedad de la que somos parte. Cristo personifica el amor al Padre y a todos los hermanos. Se nos presenta como modelo a imitar. Unidos a Él -y con Él- será nuestra principal tarea amar al Padre, ser dóciles al Espíritu y amar a todos los hombres, nuestros hermanos. Nos llevará toda la vida lograrlo. Su gracia posibilita la realización de ese ideal. El mundo desafía nuestra fidelidad a Cristo, desde los obstáculos que obstruyen el seguimiento de Jesús, al que Él mismo nos exhorta. Nuestra presencia -eclesial- es indispensable para que el mundo crea en Jesús y se adhiera a Él. Es la base y la culminación de la evangelización de esta sociedad violenta y permisiva. Sin expresarlo con palabras el mundo espera "hasta con angustia" (San Pablo VI) recibir el testimonio de santidad de los cristianos. El testimonio de vida es irrefutable. El mundo moderno podrá entreverarse dialécticamente con la Iglesia, pero no podrá negar el valor incuestionable de la santidad de los buenos cristianos. Allí radica el éxito de la acción evangelizadora, que la Iglesia desarrolla por mandato del mismo Cristo. Renovar la evangelización es atender y cultivar la santificación de los evangelizadores. Vale decir, abocarse a la tarea de lograr que los bautizados sean buenos cristianos, o santos. La misión de la Iglesia requiere ese testimonio de santidad. El mundo no se convence mediante una argumentación puramente filosófica, destinada a convertirse en una alternativa ideológica, entre múltiples opciones. La autenticidad de lo expuesto -como Verdad- exige el respaldo de la vida de quienes han optado por Ella. La Palabra de Dios es la misma Persona de Cristo, que se introduce en la historia, para cambiar la de quienes la reciben. San Juan dice, en el prólogo de su Evangelio, que "a los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios" (Juan 1, 12). La transformación de la vida de los creyentes es la consecuencia de esa aceptación. Constituye una forma nueva de vida, no la adhesión a una idea sino la concreción de un ideal. Cristo, el Verbo encarnado, enseña y muestra cómo vivir concretamente lo que enseña. El lenguaje de la vida es simple y directo, irremplazable cuando se trata de garantizar la veracidad de la Palabra que es única y de necesario aprendizaje. Quienes siguen a Jesús están destinados a ser testigos y no simples expositores.

3. Juan es la voz de la Palabra. San Juan Bautista, ante la pregunta de la gente que lo sigue, manifiesta su extraordinaria humildad y sabiduría: "Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correo de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego". (Lucas 3, 15-16) Sabe que no es el Mesías, aunque no supiera entonces quien era el Mesías. En su conciencia resuenan las palabras proféticas de Isaías: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos" (Isaías 40, 3-5 / Lucas 3, 4). San Agustín afirma que Juan es la voz, que da sonoridad a la Palabra. No es la Palabra, pero es necesaria como voz, para que el mundo la escuche y la acepte. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es la voz y la misma Palabra transmitida por la voz. Este Tiempo de Adviento nos ofrece la ocasión de escuchar, en la voz de Juan, a Cristo: Palabra eterna. Durante estos privilegiados domingos, es preciso intensificar nuestra atención a los textos bíblicos que la Iglesia nos ofrece. En ellos se produce el repaso de los Misterios de la fe. La meditación, acompañada por una ferviente oración, la celebración de los sacramentos, en particular la Eucaristía y la Reconciliación, constituyen la "práctica", descuidada por un porcentaje alto de bautizados. Es la ocasión de convertir la práctica en una verdadera forma de vida. Para ello se necesita la restauración de un catecumenado de reconquista, que recupere a muchos bautizados que han perdido la fe, o la han debilitado, o la han dañado gravemente. Hace pocos días hemos recordado a San Francisco Javier, misionero incansable y catequista de las verdades esenciales. Sin lugar a dudas, el fervor de su prédica, y la lozanía de su apostólica enseñanza, procedían de un amor incondicional a Jesucristo. Entre los mártires se destacan muchos obispos, sacerdotes, religiosos y numerosos laicos. El ardor de la fe de esos hombres y mujeres, niños y adolescentes, producían un verdadero contagio de fe y santidad.

4. La fe no es una teoría filosófica. La gracia de Dios cuida de que no falten esos impresionantes testimonios. No tienen la publicidad que otros acontecimientos y personajes obtienen en los medios que dominan la información actual. La presencia, aunque silenciosa, de los más virtuosos, gravita positivamente en una sociedad sacudida por el escándalo y la violencia. El contenido de la fe no es una teoría, siempre refutable, sino la adhesión de la vida, mediante un comportamiento coherente y comprometido. Una vida fiel a Dios es irrefutable. Los santos podrán ser agredidos y rechazados pero, jamás refutados. La Verdad se encarna en ellos, como en Jesús. Como a Él, el error y la corrupción podrán dirigir sus andanadas, pero no obtendrán el consentimiento de la gente honesta. El Adviento prepara los corazones para celebrar la Navidad y cohonestar los mejores sentimientos del corazón humano.

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HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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