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Mons. Castagna: "Para muchos cristianos, y tantos otros contemporáneos, Cristo es un desconocido"

Por Domingo Salvador Castagna*

Arzobispo emérito de Corrientes, Ciudadano Ilustre de la provincia

Una encuesta singular.

En una época, marcada por las encuestas, se entenderá la que presenta el evangelista San Mateo. Jesús escoge una de ellas, muy rudimentaria, pero cuestionadora y de gran importancia apologética: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dice que es? Ellos respondieron: «Unos dicen que es Juan Bautista; otros Elías, y otros, Jeremías o alguno de los profetas» (Mateo 16, 13-14).

Pregunta y respuesta, capaces de ofrecer a aquellos hombres una perspectiva que los oriente a la verdad.

Si las actualizáramos nos llevaríamos una enorme y desalentadora sorpresa. Para muchos cristianos, y tantos otros contemporáneos, Cristo es un desconocido, se lo confunde con algún importante líder religioso: Juan Bautista, Elías o algunos de los profetas. Es deber de los Apóstoles reconocer a Dios en su Maestro. La encuesta privada, a la que el Señor echa mano, facilita ese conocimiento.

¿Quién es Jesús? Pedro responde.

«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?» (Mateo 16, 15).

¡Qué compromiso para aquellos hombres que lo aman y siguen! No pueden salirse de lo que la gente dice, no obstante, intuyen que la gente se equivoca, aunque ellos mismos, no hayan descubierto aún la verdadera identidad de su Maestro. No se atreven a ir más allá de lo que ven los encuestados de entonces. ¿Quién es Jesús? Pedro -que no se guarda nada de lo que piensa- es quien se adelanta y ofrece su inspirada opinión: «Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16, 16).

Nada que ver con los resultados de la primera encuesta. Jesús es Dios.

El mismo Señor se identifica al responder a Pedro: «¡Feliz de tí, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo!» (Mateo 16, 17).

Pedro cree en Jesús, y obtiene así la capacidad de representar a sus condiscípulos. Lo hace como siempre, decidido y un poco atropellado. Se equivoca en otras circunstancias, pero, en aquellos momentos, manifiesta estar inspirado por el Padre. Las palabras de Jesús no dejan lugar a dudas.

Los sucesores de Pedro y los Apóstoles.

Pedro y los Apóstoles están hoy representados por el Papa y los obispos. Son los garantes de la fe en el Hijo de Dios encarnado. El mundo necesita que los sucesores actuales de Pedro y de los Apóstoles atestigüen la divinidad de Jesucristo, sin confundirlo con algún profeta o líder social.

Para ello, la Iglesia debe mantener siempre, en pleno ejercicio, el ministerio apostólico.

Pentecostés se ha constituido en el momento fundacional de la Iglesia de Cristo. El prodigioso cumplimiento de la principal promesa de Jesús, marca la inauguración de una historia que abarcará toda la historia humana.

Estamos en Pentecostés, y nuestra vida está conducida hoy por el Espíritu que descendió entonces sobre María y los Apóstoles. Es preciso que cobremos conciencia de la acción del Espíritu, y respondamos a su constante inspiración. Jesús vincula, necesariamente, su permanencia en el mundo con Pentecostés: «Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20).

Nuestra responsabilidad de creyentes es manifestar, a nuestros contemporáneos, la presencia de Cristo, que ofrece el don inapreciable del Espíritu. Él convencerá al mundo de su estado de pecado: «…si no me voy el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando Él venga, probará al mundo dónde está el pecado…» (Juan 16, 7-8).

La presencia activa del Espíritu en el mundo.

La denuncia, incluida en el anuncio evangélico, no es principalmente condenatoria sino expresiva de la presencia activa del Espíritu. El Espíritu, en el acontecer de la historia humana, desempeña una misión, opuesta a todo lo que agrede a la vida y a la verdad. El Hijo de Dios encarnado se constituye, a Sí mismo, en la Verdad y la Vida.

El Espíritu Santo, suyo y del Padre, crea, conserva y repara a la persona humana, desde lo más profundo de su ser, desgarrado por el pecado y el error. Jesús es el Camino. Lo declara a Tomás: «Tomás le dijo: Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino? Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Juan 14, 5-6).

Homilía del domingo 27 de agosto.

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HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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