"La realización de la verdad en el amor es el cometido final de toda actividad humana, o no es humana", recordó el arzobispo emérito de Corrientes en su sugerencia para la homilía.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, aseguró que “la realización de la verdad en el amor es el cometido final de toda actividad humana, o no es humana”.
“¡Cuánto inhumanismo campea en las relaciones personales y sociales! Basta observar diversos movimientos callejeros - y de guantes blancos - para hallar el mismo resultado antiético e inmoral”, advirtió.
“El egoísmo parece contaminarlo todo y el trueque de favores se impone como norma intocable o ‘moneda de cambio’”, agregó.
En su sugerencia para la homilía dominical, el prelado recordó que “el precepto evangélico del amor lleva a su cima, transformándolo, el mandamiento del Antiguo Testamento: ‘Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos’”.
Monseñor Castagna sostuvo que “el modelo del verdadero amor es el revelado por Cristo, que pide a su Padre el perdón para quienes ejecutan la inicua sentencia de su crucifixión y muerte”.
“El primer imitador y discípulo es el diácono Esteban que suplica lo mismo para quienes lo apedrean. Ambos, a todos atribuyen ignorancia: Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’”, añadió.
Texto de la sugerencia
1. El mandamiento nuevo. Dicen, y acertadamente, que “la medida del amor es el amor sin medida”. Así lo manifiesta Jesús al dejarse matar para redimir a los causantes de su cruenta muerte. Su inexplicable don de amor es constituido en modelo del amor entre los seres humanos. Por ello nos deja un “mandamiento nuevo” del que es un testimonio vivo y asombroso: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. (Juan 13, 34) La novedad de su mandamiento contrasta con la frágil concepción del amor que rige las relaciones entre las personas. Se produce una indisimulable oscilación entre un extremo y el otro del amor. La presencia del egoísmo lo contamina todo, entre los seres que dicen amarse, incluso las manifestaciones más generosas y nobles. Cristo viene a eliminar el egoísmo, en sus múltiples expresiones. La situación de pecado, en la que nos encontramos, necesita de la acción redentora de Dios, en el Misterio de Cristo.
2. El pecado del mundo. Cuando el mismo Apóstol y evangelista San Juan señala, en palabras pronunciadas por el Bautista, la presencia de Jesús, lo afirma con absoluta claridad: “Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1, 29) El pecado del mundo es una situación de la que todos, sin excepción, deberán ser redimidos por Cristo, el Cordero de Dios. Para ello, el mismo Señor compromete su libertad entregando la vida a quienes pretenden destruirlo. No se la arrebatan, la ofrece libremente, por amor. Así se constituye en modelo del verdadero amor, realizador de la comunión viva entre las personas. Mientras no se logre, el pecado persistirá como mortal herida. ¡Cuánto aún falta recorrer para llegar a concretar ese ideal! No obstante, la gracia de la Redención opera transformaciones en el comportamiento de muchos hombres y mujeres. Ciertamente se producen ejemplos de honestidad y fidelidad a la verdad que causan admiración. La virtud de esa gracia mantiene su eficacia en las peores circunstancias. Del barro y del estiércol nacen los lirios “lo imposible para los hombres es posible para Dios”.
3. El egoísmo vs. un “mandamiento nuevo”. La realización de la verdad en el amor es el cometido final de toda actividad humana, o no es humana. ¡Cuánto inhumanismo campea en las relaciones personales y sociales! Basta observar diversos movimientos callejeros - y de guantes blancos - para hallar el mismo resultado antiético e inmoral. El egoísmo parece contaminarlo todo y el trueque de favores se impone como norma intocable o “moneda de cambio”. El precepto evangélico del amor lleva a su cima, transformándolo, el mandamiento del Antiguo Testamento: “Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos”. (Mateo 5, 43-45) El modelo del verdadero amor es el revelado por Cristo, que pide a su Padre el perdón para quienes ejecutan la inicua sentencia de su crucifixión y muerte. El primer imitador y discípulo es el diácono Esteban que suplica lo mismo para quienes lo apedrean. Ambos, a todos atribuyen ignorancia: “Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lucas 23, 34)
4. En el amor que se tengan se acreditarán como cristianos. Los últimos versículos del texto mencionado dice más de lo que podemos entender. Cristo señala a sus discípulos y les revela que serán identificados, como seguidores suyos, por el amor que se tengan: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. (Juan 13, 35) Se supone que sus discípulos han aprendido y adoptado el mandamiento nuevo: “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. (34) Será absolutamente obligatorio que lo aprendan y adopten. De otra manera no podrán ser sus testigos, y no lograrán hacer creíble su enseñanza. Los discípulos transmiten lo que aprenden de su Maestro, y “en su Maestro”. Es esta la ocasión para examinarnos: el cumplimiento martirial -al estilo de Jesús y de Esteban- del nuevo mandamiento ¿nos acredita ante el mundo actual como discípulos de Jesús?+