Miles de jóvenes invadieron la costanera para agolparse en el playón de Boca Unidos. Sin barbijos, sin mención del covid-19, mucha algarabía y felicidad en un sector de la sociedad que añoraba volver a las pistas.
Si alguien pretende encontrar un barbijo en los 1000 metros de distancia que separan la playa isla Malvinas hasta el playón de Boca Unidos, sepa que es más fácil encontrar una aguja en un pajar.
Hasta las 4.30 todo está permitido. Son horas sin pandemia, el covid-19 no existe entre los miles de jóvenes que se agolpan en la peña universitaria y aquellos que eligen amontonarse en la costanera sobre los barandales.
La noche era hermosa, brisa suave, cielo nublado, pero con brillo y de fondo el puente multicolor.
En el acceso se aglomeran los que tienen entradas, los que no y aquellos que presumen de un padrino dentro de la organización que les permitirá entrar a la fiesta, sin necesidad de tener que hacer fila.
Un escuálido púber de cabello revuelto se acerca al guardia de la puerta y entre dientes lanza la pregunta que todos obvian: ¿Hay que tener barbijo para entrar? La respuesta es la misma siempre: fila izquierda los que tienen entrada en mano; fila derecha, los que van a comprar.
Algunos sacan pecho y hasta muestran el carnet de vacunación anticovid que nadie pidió. Adentro la fiesta explota. La entrada es de 500 pesos, una mujer se apropia del ticket entero. Es como si no se comprara nada. A quienes llegan con la entrada en la mano, se les recorta el talón desde la línea punteada y el guardia se queda con la parte más pequeña y con la otra. A los otros, nada.
Adentro hay algo de humo, juego de luces color magenta, olor a alcohol, pero que no molesta. El ambiente de fiesta es prometedor y hay quienes eligen quedarse dentro, donde horas antes funcionó un patio de comidas. Hay mucha gente. Mucha. Nadie tiene barbijo.
La noche en su máximo esplendor
Una joven se une en un sinfín de abrazos y besos a un enjuto caballero. La noche gris, metalizada y bondadosa, en su máxima expresión.
A solo unos pasos de distancia, una pareja se roba la atención con unos sensuales pasos de meneo y quiebre de cintura. Es el éxtasis del momento interrumpido por una muchacha de remera roja y anteojos de cristales amarillos, que apresura el paso con una jarra de fernet en la mano. Persigue a un cuarentón de pelo ralo, que llama la atención por el mono psicodélico que lleva puesto. Lo alcanza, luego de intentar hacerse oír sin éxito. Lo toma del brazo y le pregunta: “¿Vos sos el del glitter?”. Él no entiende nada, pero alcanza a menear la cabeza. Algunos afortunados habían accedido a un maquillaje con el pegamento que además trae brillo, el que también se usa para los cumpleaños infantiles.
Batalla por alcohol
La barra o cantina se ubicó del lado derecho al escenario. Fue un improvisado altar de madera de unos 10 metros en el que se habían pegado las hojas A4 con la lista de precios en trazo grueso de fibra negra: dos latas de cerveza, $500; un vaso con fernet, $700. También comercializaban vino, agua, entre otras bebidas.
Tres mujeres de diferentes edades y dos hombres multiplicaban sus brazos para intentar saciar las ansias de alcohol de una juventud que se apiñó sobre el altar. Hubo mucha insistencia, pero ninguna falta de respeto y mucho menos violencia.
No faltó algún que otro ruego, luego de que la cantinera anunciara que no podía vender más porque se le habían acabado los tickets que habilitaban la compra. Debía contar el dinero de su caja y cerrarla. Los atiborrados billetes se le escapaban de la pequeña alcancía y un patovica intentaba sofocar la escasa iluminación con un celular.
Salió otra ronda de vales. Los tres frezzer y las tres vitrinas quedaron vacías. Los jóvenes quieren más y ya no hay. Algunos se conforman con más hielo.
Las tres mozas que atienden a los ansiosos muchachos y muchachas, intercambian sonrisas cómplices y alguna que otra venta sin ticket o con un talón reconvertido.
Por el amplio playón los jóvenes se reparten en grupos, cual tribus. Bailan con sus grupos de amigos y apenas hace falta una distracción para que la reunión en corro se agrande.
La hora de salida
El tenor de la fiesta cambió a las 3.30. El Dj Rodrigo Sandoval y el animador Nico Rodríguez iniciaron la etapa predespedida, con los clásicos apelaron a la nostalgia, al pasado, a los recuerdos. No olvidaron los avisos parroquiales: 20 de noviembre recepción de Veterinaria, canilla libre. El próximo sábado, Los Rancheros.
Martina, una correntina que estudia Ingeniería Biomédica en Entre Ríos, se prende del brazo de un desconocido. Le ordena que baile. Todo es risas. “Mirá si voy a ir al medio del playón con toda esa gente, que no conozco a abrazarme y contagiarme el covid. Soy la más inteligente del grupo”, se jacta mientras se coloca el barbijo. Es la primera vez en toda la noche que alguien menciona el virus.
Al cabo de unos minutos, sus amigos vuelven y se burlan: ¡“Estás pensando en el after”!, en clara referencia a su nueva amistad. Otra vez todo es risa. A metros le lanza un grito a su amiga: ¿Lo encontraste? Gestos de reprobación. “Es una boba, anda detrás de un gil que la hizo llorar. Mirá si yo voy a buscar a un nabo que me haga llorar”.
Un policía pone fin a cualquier posibilidad de un after y ordena, de manera gentil, abandonar el lugar. Martina se despide y sale disparada en busca de sus amigos, sin promesa de un futuro encuentro.
Son las 3.45 y ya no queda nadie en el escenario. Las luces son mínimas, la policía y los patovicas barren a todos. No debe quedar nadie y así sucede. La postal es clásica: un cementerio de latas y vasos plásticos desperdigados por todo el playón.
El aluvión de jóvenes se vuelca a la costanera.
Facundo, el héroe del celular
El móvil 780 del comando 911 de la policía de Corrientes irrumpe con sus luces centelleantes y una voz metálica y robótica anuncia: “Por favor, a todas las personas, retírense a sus hogares”. Dice personas, ante la duda de que alguna otra cosa se sienta sorprendido
La multitud emprende una lenta marcha. Todo es fiesta, risa y abrazos. Asaltan los carritos de panchos y hamburguesas. El regreso se estira, la noche sigue joven.
A las 4.30 irrumpen los inspectores de la Municipalidad y les exigen retirarse. Ponen fin a la producción acelerada de panchos y hamburguesas. Hay caras largas.
La tranquilidad se acaba con un grito en seco: “Hijo de puta". El tamborileo de los pasos revela lo sucedido. Un robo. Dos jóvenes salen despedidos a perseguir a los dos ladrones.
Es una carrera de fondo. Un grupo le grita a la patrulla 536 del comando de la policía. Una agente le señala a su copiloto que es por calle General Paz. Ponen marcha atrás y la Hilux ruge, el conductor no logra poner primera y pierde valiosos minutos. Las ruedas chillan y se pierden en busca de los delincuentes.
No pasan ni cinco minutos y todos vuelven. Los estudiantes aplauden eufóricos a la policía. Un morocho fornido , con una sonrisa de oreja a oreja y dientes blanquecinos, levanta el trofeo. Había recuperado el celular.
“Se separaron y cuando estaba por alcanzar al que llevaba el celular, lo tiró”, dice glorioso el héroe de la noche, al que todas se lanzan a felicitar, mientras corean su nombre, selfie de por medio.
La dueña del smartphone se apropia de él con un fuerte abrazo. Caminan por la costanera hasta la avenida 3 de Abril y relatan una y otra vez la aventura épica. La gloria es interrumpida otra vez por la metálica voz del patrullero 780, que está vez mejora su súplica: “Chicos, a sus casas. Terminó el horario permitido”.
La Policía de Alto Riesgo baja de la trafic y ocho agentes de negro apuran el operativo barrido y ordena ponerse los barbijos. Acompañan camionetas y motos. Al cabo de unos minutos, nadie queda en la costanera. Los pasos se cierran con patrulleros que interrumpen ambas vías.
La noche llegó a su fin. La algarabía juvenil viaja a través de la suave brisa y se impregna en todo el ambiente. De la pandemia nadie habla, no existe. Solo quieren divertirse y no aguantarían otra cuarentena estricta. Eso está claro. Habrá que apurar la campaña de vacunación y, si resulta necesaria, una tercera dosis. El aforo se respetó, pero tal vez sea gracias al fin de semana XXL y que los que no estuvieron esta noche, viajaron. El Litoral