(CNN) -- En los sótanos de Orikhiv, las tropas ucranianas no se mueven de los muros. Aunque están bajo tierra, las potentes bombas rusas que caen a diario podrían derrumbar todo lo que hay sobre ellos, por lo que los bordes de su mundo subterráneo son más seguros.
Piensa en este riesgo, y en los hombres y mujeres que lo soportan cada noche, cuando oigas hablar de los avances de la contraofensiva ucraniana. Es lenta, peligrosa, sangrienta y más dura de lo que nadie esperaba. Pero no nos equivoquemos: quizá sea el momento más importante para la seguridad europea desde la caída del Muro de Berlín, o incluso desde 1945.
Las fuerzas ucranianas no están ni de lejos donde esperaban estar a medida que se acerca el otoño boreal. Los meses de verano en torno a Robotyne, al sur de Orikhiv, y al norte de Mariúpol, han estado marcados por un espantoso arrastrarse sobre hectáreas de campos minados, con las tropas luchando durante semanas por minúsculos asentamientos que pueden contarse en calles, o incluso edificios.
Una vez capturados, como se ve en pueblos como Staromaiorske o Urozhaine, queda tan poco en pie que casi no hay lugares donde las tropas ucranianas libertadoras puedan refugiarse. El vencedor se queda solo con los escombros.
La impaciencia y el cansancio evidentes en Occidente por los progresos de Ucrania serán sin duda pasados por alto en Nueva York esta semana, cuando el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, utilice su renovado Ministerio de Defensa para presentar un gobierno rejuvenecido, preparado para el largo y doloroso invierno que probablemente le espera. Pero ni siquiera debería sentir la necesidad de hacer un discurso de ventas.
Ucrania lucha por su territorio, sí. Pero es un momento asombrosamente vital para la seguridad europea: el resultado de la batalla de los próximos dos meses podría decidir el tenor de la próxima década en términos globales.
Aunque el avance de los ucranianos en el frente sur se aceleró a principios de mes, ahora parece haberse estancado parcialmente. Todavía están a cierta distancia de Tokmak, el punto intermedio hacia Melitópol, y de alcanzar el objetivo de separar la Crimea ocupada por Rusia del corredor terrestre hacia la Rusia continental.
Las fuerzas de Kyiv avanzan lentamente hacia el sur, en dirección a Mariúpol, pero el avance es tortuoso y el terreno son grandes extensiones de tierras de cultivo. El territorio recién capturado que mostraron en agosto los infantes de marina del regimiento 35 a CNN no era más que la ruina de un minúsculo edificio municipal, entre caminos rurales ondulados y plagados de baches. Hay poco que tomar y poco que defender.
Soldados ucranianos maniobran un vehículo de combate Bradley (BFV) en Orikhiv. Crédito: Oliver Weiken/picture alliance/Getty Images
Pero la lucha sigue siendo, a pesar de todo, crítica. A finales de noviembre, el tiempo se volverá frío y el invierno no tardará en llegar. Ya corre el riesgo de volverse más húmedo y fangoso de lo que preferirían los blindados de asalto ucranianos. Pero los últimos avances importantes de Kyiv se lograron a mediados de noviembre del año pasado, tras la retirada rusa en Jersón, por lo que es justo suponer que les quedan otras ocho semanas.
Una vez que llegue la nieve, Moscú intentará consolidar aún más su actual línea del frente. Las horas de luz serán menos. El frío hará que las unidades de ataque ucranianas sean mucho más vulnerables cuando intenten penetrar en las líneas rusas. Esto hará aún más sangrienta una tarea ya de por sí espantosa.
Es de suponer que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, cuenta con el invierno para reforzar su posición. Sus fuerzas han resistido este verano con más vigor del que muchos preveían. Todavía es posible que empiecen a flaquear: sus recursos humanos no son infinitos y el lento ritmo de los ataques ucranianos a sus líneas de suministro corre el riesgo de que, en algún momento indefinible del futuro, se produzca el mismo tipo de colapso que se vio en Járkiv el pasado septiembre. Pero Rusia podría resistir.
Eso podría significar un invierno de distopía. Occidente transmite su implacable determinación de apoyar a Kyiv. Pero no cabe duda de que los miles de millones de dólares de ayuda que parece anunciar Washington semanalmente podrían estar en peligro a medida que se acerca la campaña electoral de 2024.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, preferiría hacer campaña con una solución ucraniana a mano, más que con la promesa de invertir el dinero de los contribuyentes estadounidenses en un futuro indefinido en una guerra que pocos estadounidenses siguen a diario. Algunos republicanos ya están expresando sus dudas. Donald Trump, favorito para la candidatura presidencial republicana, cree que puede arreglar mágicamente la guerra en 24 horas, con lo que se arriesga a hacerle grandes concesiones al hombre al que parece tener miedo de criticar: Putin.
El apoyo europeo tampoco está concretado. Frente a las presiones económicas, la unidad a ultranza del bloque en la guerra es un caso atípico, y también podría tambalearse si disminuye el apoyo de Estados Unidos. Otro invierno de altos precios del combustible y elecciones inminentes podría hacer que esta unidad también tambalee.
La congelación de las líneas del frente meridional también podría provocar una escalada de la guerra. Ucrania se siente cada vez más cómoda atacando a Moscú con drones, lanzando ataques transfronterizos y bombardeando Crimea con misiles de largo alcance. Es la evolución natural de la respuesta militar de Kyiv a un vecino invasor.
Pero pensemos en lo que pasaba un año atrás y recordemos el miedo que sentían los funcionarios occidentales ante la mera idea de que la propia Rusia fuera atacada. Ese fue el motivo por el que no se suministró a Ucrania misiles de largo alcance que pudieran alcanzar Crimea o el territorio ruso fronterizo con Ucrania.
Ahora Crimea está siendo atacada casi a diario, y Occidente tiene poco que decir al respecto, ya que los misiles son aparentemente de fabricación ucraniana. A medida que se acerca el invierno y la población civil ucraniana sufre las consecuencias de los nuevos ataques rusos contra las infraestructuras, es de esperar que aumenten los llamamientos para que se produzcan mayores daños en el territorio continental ruso.
Moscú, por su parte, parece algo más atrevido. Cualquiera que sea el resultado de la reunión de Putin con el autócrata norcoreano Kim Jong Un, el mero hecho de que el jefe del Kremlin se dirigiera con la gorra en la mano a un vecino paria, suplicando munición, sugiere que la lista de cosas que Putin no contemplará es realmente muy corta. Puede que nunca conozcamos el resultado de esta reunión, y el papel que China ha desempeñado para facilitarla o moderarla, hasta que se haga sentir en el campo de batalla ucraniano.
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Hay otro riesgo más grave de escalada. Dos incidentes recientes en Rumania y Bulgaria, en los que se han encontrado fragmentos de drones en, o detonados dentro de, las fronteras de estados de la OTAN, sugieren de nuevo que lo impensable hace un año está ocurriendo ahora.
Las autoridades de Bulgaria ofrecieron pocos detalles sobre la forma en que el dron llegó a la localidad de Tyulenovo, en el mar Negro, y afirmaron que no era posible afirmar de forma concluyente de quién era y de dónde procedía. El presidente de Rumania, Klaus Iohannis, calificó de violación inaceptable de su espacio aéreo y del espacio aéreo de la OTAN, el descubrimiento de un segundo lote de presuntos fragmentos de drones rusos en una semana.
La opinión pública occidental sobre la guerra, librada en un territorio lejano, por una nación en los confines de Europa, está muy alejada de la de los rusos, donde la guerra ha impregnado la vida cotidiana. En la televisión estatal rusa se trata de una guerra existencial contra toda la OTAN. En las televisiones de los estados miembros de la OTAN, se presenta más bien como una oportunidad de asestar un golpe duradero a Rusia, afortunadamente infligido por alguien distinto de la OTAN.
Pero la OTAN no puede permitir que pasen los próximos dos meses sin una mayor sensación de urgencia, sin darse cuenta de que la llegada del invierno sin un serio empeoramiento de la suerte rusa pone en grave peligro la seguridad europea en la próxima década.