Desde la entrada en Goma (capital de la provincia de Kivu del Norte) y Bukavu (Kivu del Sur) del grupo rebelde M-23 , apoyado por Ruanda, la vida es otra al este de la República Democrática del Congo (RDC). Hoy se vive allí con miedo, angustia y un sentimiento de supervivencia, siguiendo las noticias y contando los muertos que cada mañana se encuentran en las calles.En medio de la guerra y la tensión, que ha dejado ya 8.500 muertos según el Gobierno congoleño, hablamos con una de las miles de refugiadas que han tenido que huir de las bombas y las masacres. Se llama Nathalie Vumilia , tiene cinco hijos y es miembro de la asociación Mujer y Derecho, con sede en Bélgica, y profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Bukavu . Además, es consultora y especialista en cuestiones de género, mediación familiar, derechos de la mujer y del niño. Tras la invasión del M-23, Nathalie huyó con su marido y sus hijos, tres chicos y dos chicas de entre 7 y 19 años, por miedo a las matanzas. Escapando a toda prisa en coche, se cobijaron en Bujumbura, en la vecina Burundi, donde viven ahora en una casa alquilada.Noticia Relacionada Violencia en el Congo estandar Si «Niños y adolescentes con armas han tomado las calles de Bukavu» Gabriel González-Andrío En la toma de esta ciudad congoleña por parte de la guerrilla del M-23, apoyada por Ruanda, la ONU ha confirmado ejecuciones sumarias de jóvenes que se habían hecho con fusiles abandonados por el ejércitoNathalie dedicaba su vida a la defensa de los derechos de las mujeres y las personas más vulnerables, como los niños. «Tenía ambiciones políticas: conseguir que las mujeres estuvieran representadas en la Asamblea Nacional del Congo . Pero, antes de presentar las candidaturas, uno de mis hijos fue secuestrado por una banda y tuvimos que pagar unos 3.000 dólares (2.750 euros) por el rescate», explica por teléfono.Ahora, la vida universitaria se ha detenido en Bukavu. «Muchos estudiantes y profesores han huido de la guerra y otros tratan de superar la conmoción en sus hogares. Algunos se han unido a los movimientos rebeldes por instinto de supervivencia. Además, no estamos percibiendo nuestros salarios», se queja Nathalie preocupada.Huida de BukavuNathalie y su familia salieron de Bukavu pocos días antes de la entrada del M-23. «Como Goma ya había caído en manos de los rebeldes, tuvimos que evacuar a los niños antes de que la situación empeorara. Partimos en coche y solo nos llevamos algunos artículos de primera necesidad. Los niños estaban muy frustrados y tuvimos que llamar a un psicólogo», recuerda.«Nuestra vida en Burundi no es tan sencilla. Mi marido perdió su trabajo cuando Trump cerró la Usaid (siglas en inglés de Agencia de Estados Unidos para la Ayuda Internacional). Yo no tengo trabajo ahora. Solo nos ayudan nuestros pocos ahorros, pero tenemos fe en Dios. Las cosas mejorarán y se abrirán puertas. Además, hemos acogido a niños huérfanos y en la casa alquilada somos ya once personas», explica, revelando su espíritu solidario.Ahora, Nathalie y su familia corren el riesgo de terminar junto a sus otros 40.000 compatriotas en un campo de refugiados de ACNUR, dependiente de la ONU. «Sabemos que la vida allí es dura, tenemos miedo, pero nunca se sabe si acabaremos allí», afirma apesadumbrada. La vida como exiliados les ha obligado a vivir cada día la misma rutina. «Por la mañana temprano, a partir de las seis, llevamos al niño al colegio, dedicamos algo de tiempo a la lectura, comemos y cenamos casi siempre lo mismo, alubias con boniatos, y seguimos las noticias sobre lo que pasa en Bukavu», relata. «Salimos poco de casa porque no conocemos la lengua kirundi», agrega.Esta madre de familia tiene muy claras las causas de un conflicto que dura ya treinta años y ha causado más de seis millones de muertos. Apunta directamente a Occidente: «Es hora de jugar limpio con el pueblo congoleño. Las potencias occidentales deben dejar de contribuir a las masacres. Si quieren nuestros minerales, podrían acceder a ellos a través de canales legales que respeten los derechos humanos», afirma. Y pone el dedo en la llaga: «Las mismas potencias que vociferan sobre el respeto de los derechos humanos son las que trabajan junto a los grupos armados. Deben dejar de apoyar la usurpación de los minerales de sangre». «La paz aún es posible»Nathalie cree que, pese al clima actual, «la paz aún es posible». «La guerra no beneficia ni a vencedores ni a vencidos, si es que los hay. Algunas reivindicaciones de los movimientos armados pueden ser fundadas y legítimas, pero la forma en que se plantean no es justa», subraya.Mientras tanto, miles de ciudadanos saben que sus vidas penden de un hilo. «Al hambre y las balas de los rebeldes o de las fuerzas leales, ahora hay que sumar las miles de armas abandonadas que han quedado en manos de expresidiarios y civiles». Durante la invasión del M-23 , tanto en Goma como en Bukavu se han producido excarcelaciones masivas de cientos de presos peligrosos. Ante la ola de robos y violaciones, la población civil ha ejecutado públicamente a algunos de estos exconvictos en plena calle. Nathalie no quiere afear la conducta de los que han decidido hacer las maletas y huir de la guerra. Para ella, la cuestión está clara: «Si los jóvenes congoleños pueden encontrar una vida mejor en otro lugar, les animo a marcharse. No lo veo como una fuga de cerebros. El contexto de nuestro país no es esperanzador para el futuro de nuestros hijos. Si pueden encontrar un lugar mejor, deben ir allí y regresar para contribuir al desarrollo del país».