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Internacionales

Éxodo o muerte en el frente con Rusia

A las tres de la madrugada, los rusos han bombardeado Kostiantynivka y han matado a un hombre. A las ocho de la mañana, Roman y Eduard están en Drujkivka, el pueblo vecino, y allí se ponen chaleco y casco antibalas, activan el detector de drones y repasan dónde están los torniquetes. Luego suben a la furgoneta y van hacia Kostiantynivka.En los controles, los soldados enseguida reconocen la furgoneta de East SOS. Va rotulada con el nombre de la fundación y la palabra «evacuaciones», y también el logo de la agencia estadounidense Usaid , apoyo económico fundamental de este y otros proyectos humanitarios en Ucrania hasta que Trump cortó estas ayudas. «Nosotros seguiremos salvando gente. Pero estamos buscando financiación», dice Eduard.Desde 2022, East SOS ha evacuado a más de 88.000 personas cuando el frente se les echaba encima. Kostiantynivka era hasta hace poco un lugar relativamente seguro. A diez kilómetros está Chasiv Yar , uno de los puntos más calientes del frente. Allí, los rusos avanzan lentamente y los bombardeos sobre Kostiantynivka se han intensificado. La semana pasada, lanzaron más de un centenar de bombas sobre la ciudad matando a 16 personas. De los 70.000 habitantes que tenía Kostiantynivka en 2021, quedan 9.000; los que aún no habían huido lo están haciendo ahora.Noticia Relacionada estandar No Polonia buscará proveedores distintos a Starlink si Musk desconecta a Ucrania de este sistema de satélites Estados Unidos paga cerca de 50 millones de dólares al año por el acceso de Ucrania a este sistemaMaríaEduard y Roman siguen las indicaciones de Google Maps para llegar a casa de María. El paisaje de la ciudad ha cambiado. Si hace unos meses apenas había edificios tocados por las bombas, ahora uno mira alrededor y encuentra alguna casa en ruinas, una fachada salpicada de metralla o el esqueleto de una gasolinera. Se oyen dos explosiones que no alarman a nadie porque, por cómo suenan, parece que son proyectiles de salida, no impactos. María vive en un entresuelo insalubre, devastado por la soledad. Tiene 88 años, está sorda y se mueve con dificultad. Sale la vecina y regala bollitos a los voluntarios; luego baja otra. Entre los cuatro consiguen llevársela. No colabora nada, reniega y les manda callar y grita. Una vez sentada en la furgoneta, ya no dirá nada en todo el día. Irá a Dnipró, a un refugio para desplazados internos. Sus vecinas se quedan allí, por ahora. Mientras se despiden, un perro callejero entra en el edificio con el rabo entre las patas.TatianaTatiana es bastante más joven y será la segunda evacuada del día. Vive en una casa de pueblo, apartada del centro. En el recibidor tiene un calendario de 2022. No parece preocupada: « Volveré cuando acabe la guerra », dice. «Mi situación no es tan mala: mis hijas viven en Dnipro y una fundación me pone un piso allí». Deja atrás al perro; los vecinos le traerán comida.Mientras Tatiana acaba de sacar las maletas, Roman se espera fuera. Se escucha una batería de explosiones, también de salida. Luego, Roman levanta la mirada al cielo cuando ve, a cierta altura, algo volando. ¿Es un pájaro? ¿Es un dron? Es un pájaro. Pero no se aprecia con claridad hasta que, unos segundos después, vira y, ahora sí, se diferencian las alas. «Si ves un dron y estás en un coche, es más probable salir con vida», dice Roman. «El coche ha de ser rápido, tener buena suspensión y llevar inhibidores electrónicos; y tener un buen conductor». De fondo suena el motor de la furgoneta, que estará siempre en marcha hasta que salgan de Kostiantynivka. Continúa Roman: «Y, si detectamos el dron yendo a pie, la única opción de sobrevivir es correr a un sitio cerrado ». El 30 de enero, el británico Eddy Scott, voluntario en la organización UA Basa, perdió el brazo y la pierna izquierdas tras el ataque de un dron contra la furgoneta con la que hacían evacuaciones. Roman ve medio coche abandonado y coloca en el parabrisas una pegatina de la fundación: «East SOS - Evacuaciones (gratis)» y un número de teléfono.Oleksandra y Anna; EllaNo muy lejos de allí, esperan Oleksandra y su madre, Anna. Tienen familia en Dnipró, así que también las llevan allí. Desde el jardín, se ve un almacén con el techo totalmente hundido por el impacto de un proyectil. Oleksandra dice sentirse tranquila ahora que se van de allí: «Esta noche no hemos dormido nada. Ha habido cuatro explosiones muy cerca. Buscaba algún sitio seguro en casa, me dejaba llevar por la intuición». Anna es una anciana y apenas tiene movilidad. Para sacarla ahora de la cama, Eduard y Roman pasan una camilla de lona por debajo de ella, la levantan y, con la ayuda de un vecino, la llevan hasta la parte trasera de la furgoneta y la estiran allí en una especie de cama rudimentaria que le han preparado. Un rato después, estirada a su lado estará Ella, quinta y última evacuada del día.Rumbo a DnipróAl salir de Kostiantynivka, se detienen en una gasolinera y Roman y Eduard se quitan el chaleco y el casco. Han sido dos horas y no ha habido ningún incidente más allá de alguna explosión lejana: «A veces puede haber una pausa de dos o cuatro horas entre bombardeos», dice Roman, «pero no hay días tranquilos en el frente ».Luego llevan a las cinco mujeres a la base de Pavlograd, que está a casi tres horas en coche. Allí las cambian a otra furgoneta que las llevará a Dnipró. Eduard y Roman regresan al Donbás, a Kramatorsk. Evitan el camino más rápido, que sería por Pokrovsk, muy cerca del frente, y van por Dobropilia. Y, justo cuando pasan por allí, por el norte de la ciudad, se escuchan dos fuertes explosiones, y luego la tercera. Unas horas más tarde, sale la noticia: un ataque ruso mata a once personas en el centro de Dobropilia .Al día siguiente, cuando Eduard y Roman regresen a Kostiantynivka, saldrán ilesos de un ataque cuando estén evacuando a enfermos del hospital.

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