Japón aguarda unas elecciones generales que este domingo abrirán un nuevo capítulo en la historia moderna del país, dejando atrás el legado del difunto estadista Shinzo Abe. El primer ministro Shigeru Ishiba busca afianzar un mandato recién estrenado tras su inesperada victoria hace un mes en las votaciones internas del Partido Liberal Democrático (PLD) . Las encuestas, no obstante, apuntan más bajo con cada día que pasa, por lo que dicho cambio podría resultar breve, ante una mayoría pírrica que dificulte la gobernabilidad, o aún mayor, dada una insuficiencia parlamentaria que habilite a la oposición y abra un escenario impredecible. Semejante trance en absoluto resulta habitual aquí. El PLD ha gobernado durante sesenta y cinco de los setenta años transcurridos desde la ocupación estadounidense tras la II Guerra Mundial. El Japón contemporáneo, su cautivador aspecto, su escrupuloso civismo, su graciosa idiosincrasia, constituyen una producto del conservadurismo tanto como sus contrariedades: la uniformidad, la rigidez, el anquilosamiento. Si décadas atrás las calles de Tokio sugerían el futuro ahora, sin menoscabo a su encanto, evocan por contra el pasado.El sistema político, sin embargo, adolece padecimientos más terrenales. En particular la corrupción, a raíz de sendos escándalos –la influencia de la Iglesia de la Unificación y una trama de sobresueldos– que provocaron la retirada del primer ministro anterior, Fumio Kishida. El PLD eligió en su lugar a Ishiba, una figura alejada del sentir mayoritario de la formación, némesis de Abe y perdedor de hasta cuatro primarias, pero a la vez popular entre el electorado general por una imagen de moderación y autenticidad que la realidad ya ha comenzado a poner a prueba.Noticia Relacionada estandar Si Shigeru Ishiba, nuevo primer ministro de Japón tras cinco fracasos jaime santirsoIshiba aspira a retener el puesto largo tiempo ansiado, alargando una hegemonía de sustrato estructural. «La oposición está muy fragmentada, incluso cuando el PLD está débil no hay una alternativa clara», explica Ko Maeda, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de North Texas. El origen de esta división remite a la Constitución, redactada por funcionarios estadounidenses durante la ocupación y promulgada en 1946, cuya reforma supone el más hondo anhelo del PLD para normalizar, entre otras cuestiones, la capacidad militar nacional. «Para los partidos de izquierda, prevenir la reforma constitucional es un objetivo fundamental, pero esa opinión no es compartida por los partidos y votantes de centro-izquierda. El eje, por tanto, separa de manera permanente a la izquierda del centro-izquierda, lo que favorece al PLD».La sociedad japonesa mantiene fresca en la memoria colectiva, además, el recuerdo del último cambio de gobierno. En 2009, la victoria del extinto Partido Democrático inició una caótica etapa marcada por el desastre nuclear de Fukushima , la crisis financiera global y la sucesión de tres primeros ministros a lo largo de otros tantos años que acabó por desembocar en el retorno al poder de Abe en 2012.Unas personas caminan delante de un cartel con carteles de campaña de los candidatos que se presentan a las próximas elecciones generales en Tokio EFEMatemática políticaEl último de ellos fue Yoshihiko Noda, quien hoy comanda la alternativa al frente del Partido Democrático Constitucional (PDC). Su victoria en las primarias a finales de septiembre influenció la votación paralela del PLD, pues su experiencia hubiera perjudicado al bisoño Shinjiro Koizumi y su moderación hubiera arrinconado a la radical Sanae Takaichi; también la convocatoria inmediata de elecciones por parte de Ishiba, antes de que Noda tuviera tiempo de trabar alianzas para construir un hipotético bloque alternativo de cara a este duelo definitivo, disputado en el centro del tablero ideológico.Contaba el primer ministro con el impulso de popularidad que caracteriza al arranque de todo liderazgo. La opinión pública, empero, no está convencida. Ishiba ha estrenado su mandato con un índice de aprobación del 51%, el comienzo más bajo en una serie histórica que se remonta a 2022. Su predecesor Kishida, sin ir más lejos, debutó entre el escepticismo con un prudente 59%.Las encuestas, en consecuencia, aprietan. Los 465 escaños de la Cámara de Representantes cifran la divisoria en 233. En el momento de disolución del parlamento, el PLD controlaba 279, suyos 247 y otros 32 de los budistas conservadores de Komeito. Ahora bien: según un estudio difundido este lunes por el diario \'Asahi Shimbun\', la formación de Ishiba podría perder hasta 50, mientras que sus aliados caerían por debajo de 30. El PLD, por tanto, no contaría con los apoyos necesarios para reeditar su mayoría por primera vez desde el estrepitoso derrumbamiento de 2009 –a 119–.El PDC de Noda alcanzaría 140, una mejora sustancial con respecto a los 98 actuales, pero incapacitado todavía para conformar una alternativa. Así, la solución más probable pasaría porque un tercer grupo se uniera a la coalición imperante, bien los populistas de Nippon Ishin no Kai –44 escaños vigentes, 40 proyectados– o bien los centristas del Partido Democrático para el Pueblo –7 vigentes, 20 proyectados–. Una inclusión, sea como fuere, que complicaría aún más los delicados equilibrios en materia de acción gubernamental y ralentizaría la toma de decisiones.Una mujer camina junto a un cartel con carteles de campaña de candidatos a las próximas elecciones generales en Tokio EFERetos sistémicos«Es muy probable que Ishiba pierda una cantidad sustancial de escaños, encuesta tras encuesta señalan que el PLD va a sufrir una derrota sin precedentes en su historia reciente», augura Tomohiko Taniguchi, profesor en la Universidad de Tsukuba y consejero del Fujitsu Future Studies Center. «Una opción es que la coalición no pueda sostenerse y dependa de otros partidos, otra que pierdan el gobierno. La oposición es muy diversa, hay voces de extrema izquierda que creen que Japón debería abandonar la red de aliados de Estados Unidos. Una precaria perspectiva que no podría llegar en peor momento». El vencedor, en efecto, deberá lidiar con circunstancias extraordinariamente complejas. Empezando por una economía que, tras superar décadas de paralizante deflación, comienza a constreñir por el extremo contrario. «Estamos entrando en una etapa manejable», comenta Kazuto Suzuki, afamado profesor de Políticas Públicas en la Universidad de Tokio y director del Instituto de Geoeconomía. «La \'Abeconomía\' [denominación popular para la política impulsada por Abe]fue una estrategia formulada con mucha claridad que no produjo los resultados esperados. Pero creo que su legado ha empezado a hacerse notar tras la pandemia».Ishiba, muy crítico en su día con este programa, siempre ha priorizado los esfuerzos redistributivos. Sus primeras medidas en este sentido ya están anunciadas: un programa de estímulos dirigido a los hogares para aliviar el aumento de los costes de vida, así como una marcada elevación del salario mínimo interprofesional hasta los 1.500 yenes/hora (9,11 euros) frente a los 1.055 actuales (6,41). «Ishiba permanece en el PLD porque quiere cambiar la Constitución y fortalecer la defensa de Japón. Pero desde un punto de vista económico, sus políticas son socialdemócratas», resume Suzuki.El ganador de las elecciones, con independencia de quién sea y con qué apoyos cuente, deberá gestionar asimismo el reto demográfico, apañado de momento por una migración que crece de manera cautelosa pero sostenida: los trabajadores extranjeros se han doblado en la última década, apenas dos entre ciento veintitrés millones. También un alarmante contexto global en función del curso que tome Estados Unidos, garante de su seguridad, tras las elecciones –celebradas nueve días después de las japonesas– y la amenazante vecindad de China, Rusia y Corea del Norte . Un nuevo capítulo, en resumen, que se adentra en la incertidumbre de un tiempo caótico hasta para más predecible de los países.