Al mismo tiempo que la corrupción y el abuso de poder se multiplican, proliferan las casi inevitables comparaciones con el caso Watergate . Quizá en la esperanza de que la justicia y la rendición de cuentas logren abrirse paso con ayuda de los tribunales, la prensa, la corresponsabilidad de los partidos políticos, el sistema de controles y equilibrios y, en última instancia, el repudio de los votantes. El nostálgico problema de estas comparaciones es que el mundo político construido a partir del allanamiento de la sede del Comité Nacional Demócrata en el complejo Watergate de la capital federal –que en cuestión de dos años forzó la dimisión del presidente Nixon – terminó hace muchísimo tiempo. Hasta el punto de que realmente lo único que permanece de aquella cultura política es la contumaz desconfianza de los ciudadanos hacia sus gobiernos.La mejor ilustración de ese mundo político de ayer, vinculado a la guerra de Vietnam , es que Richard Nixon, tras ganar con un envidiable margen su reelección, tuvo que renunciar cuando Watergate llegó al punto sin retorno de un juicio político. En contrate, Donald Trump ha sido reelegido presidente pese a haber instigado un golpe de Estado desde la Casa Blanca, dos \'impeachment\', su condición de delincuente convicto y demás acusaciones de fraude, subversión electoral, obstrucción a la Justicia, difamación y agresión sexual.Noticia Relacionada EL CLUB DE LA COMEDIA ELECTORAL estandar Si A todas horas: la política como \'reality show\' Pedro Rodríguez Donald Trump ha transformado la política de Estados Unidos en un \'reality show\'. Su nueva \'reality politics\' se basa en formatos y contenidos, entre lo banal y lo soez, increíblemente popularesBuena parte de las reformas inspiradas hace 52 años por Watergate son historia pasada. Desde los esfuerzos por controlar la financiación de campañas a la normalización de la mentira en el lenguaje político, pasando por los frenos a la «Presidencia imperial» que Nixon ambicionaba. Del empeño por la transparencia y la ética en la vida pública se ha pasado a la siniestra opacidad de oligarcas que consideran la política como su próximo gran pelotazo y a la máxima inmunidad equivalente a impunidad refrendada por el Tribunal Supremo. Sin olvidar, todo ese sectarismo que ha terminado por desfigurar hasta lo irreconocible a un Partido Republicano anti-sistema y a un Partido Demócrata sin atractivo para la clase trabajadora.