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Internacionales

Trump viene con la era de los imperios en el bolsillo

A pesar de la llegada de Trump , los ataques aéreos rusos contra las instalaciones y redes de distribución energéticas ucranianas se prolongan. Asimismo, se suceden los ucranianos contra refinerías y polvorines rusos. Sobre el terreno, las tropas rusas conservan la iniciativa y avanzan en todos los sectores del frente. La mayor actividad combativa se localiza en el óblast ruso de Kursk y en el ucraniano de Donetsk. En el primero, las unidades rusas siguen limpiando el territorio en poder de las ucranianas, sobre el tercio restante del total que éstas llegaron a ocupar. En el óblast de Donetsk, las tropas rusas acogotan Velyka Novosilka, mientras parecen renunciar, por el momento, a asaltar Prokovsk eludiendo así empeñarse en un largo, desgastante y feroz combate urbano. Por el contrario, intentan desbordar ese baluarte por ambos flancos (oeste y este) tanto para devaluar Prokovsk, barrera y centro logístico de las tropas ucranianas en la zona, como para acelerar el control de todo el óblast. En un vital pulso entre dogmatismo y pragmatismo este último va ganando. Ejemplo paradigmático de ello son las recientes declaraciones de Marco Rubio , flamante secretario de estado norteamericano, afirmando que siendo «inaceptable» lo que hizo Putin, «esta guerra debe terminar». Para la nueva Administración norteamericana -y no solo para ella-, ni es previsible que Rusia invadiera toda Ucrania, ni que ésta pudiera recuperar las fronteras anteriores a la guerra. Una escenografía que apuesta por Trump y Putin como los grandes ganadores de las elecciones del pasado 5 de noviembre. ¿Acaso estamos en el umbral de la era de los imperios? El escenario global va perfilando un nuevo orden internacional a tres: EE.UU., Rusia y China, en el que esta última pretendería jugar un papel preponderante en el Pacífico, en detrimento de EE.UU. Y los tres tanto en el Ártico y como en África. El factor Trump está propiciando movimientos acelerados de fichas sobre el tablero internacional, principalmente en los campos político, económico, y de defensa y seguridad. De ahí el acuerdo de asociación «secular», firmado, el pasado jueves, por Zelenski y el premier británico, Starmer . O el Acuerdo Estratégico Integral entre Rusia e Irán, firmado, el pasado viernes, por Putin y el presidente iraní, Pezeshkian. La visión de tres grandes potencias repartiéndose el mundo invita a preguntarse sobre el papel de Europa en la nueva era. Porque el silencio de la UE es estridente. Particularmente el de la presidenta de la Comisión, Von der Leyen, y el de la Alta Representante, Kallas. ¿Qué pasaría si Putin -y no quiero dar ideas-, hiciera sobre el Canal de Suez o el Bósforo similares declaraciones a las de Trump sobre Groenlandia o el Canal de Panamá? En la nueva era, Europa pinchará poco y cortará menos: no estará de repartidor sino de gregario de EE.UU. en lo repartido. Desde el fin de la II Guerra Mundial, nunca había existido una percepción -idea medular en el concepto de seguridad-, de una seguridad europea tan precaria. En tal atmósfera, podrían aventurarse, al menos, tres efectos de especial fricción para España. Uno, el derivado de la falta de sintonía entre el Gobierno social-comunista de Sánchez y un Occidente que hoy trabaja en otras frecuencias políticas. Dos, el deducido del cicatero gasto de defensa español (1,28% del PIB), el último de la lista aliada, que evidencia incuestionablemente nuestra vergonzosa contribución a la defensa común. ¿A quién pretendía timar Margarita Robles con ese bobalicón «somos un aliado serio, fiable y comprometido», con el que se auto vanagloriaba en su discurso en la pasada Pascua Militar? Sermón en el que también desgranó una suerte de ridículo cuadro de honor escolar. De ahí la rechifla de los militares que asistieron al acto, durante la copa de vino posterior, porque en los actos militares solemnes no se puede aplaudir pero tampoco abuchear. Y tres, el procedente del sur, por el progresivo envalentonamiento de Marruecos, país esencial y puerta de África en la visión geopolítica norteamericana. Bajo el paraguas de Trump, como ya sucedió en la anterior legislatura de aquél, Marruecos incrementará su potencia militar, profundizando en el juego del reconocimiento de Israel (Acuerdos de Abraham), así como en el reconocimiento norteamericano de la soberanía sobre el Sahara.

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