La holgada victoria de Trump en las presidenciales del 5 de noviembre parece asentar un nuevo paradigma político, suplantando la confrontación ideológica entre derechas e izquierdas por la del enfrentamiento metafísico entre la democracia representativa y la autocracia. El enorme triunfo del magnate norteamericano ha supuesto no solo un revolcón demoscópico, sino también la apertura de un periodo de incertidumbre planetaria, al menos hasta que el nuevo presidente se haya acomodado en el Despacho Oval. Seguramente, una de las áreas sobre las que Trump proyectará rápidamente su sombra será la guerra de Ucrania. Muy probablemente, el nuevo presidente, cuando aborde el cálculo de esfuerzo-beneficio de la implicación norteamericana en el conflicto, llegue a la conclusión –si es que no la ha alcanzado ya–, de que los tres complejísimos frentes bélicos en los que su país está implicado: los abiertos en Ucrania y Oriente Próximo, y el por destapar en Asia–Pacífico, son consumidores de enormes fuerzas y esfuerzos. Es probable que Trump, avispado hombre de negocios, concluya en la conveniencia de cerrar el conflicto en Ucrania -saco sin fondo-, por la vía de restringir o, incluso de taponar el flujo de la ayuda financiera y militar a Kiev. Un incierto escenario que Zelenski está intentando soslayar, presionando a los países occidentales para que apoyen su Plan para la Victoria, que tan poco fervor ha despertado a ambos lados del Atlántico. El líder ucraniano, durante la Cumbre Política Europea, celebrada la semana pasada en Budapest, ha intentado llevar las aguas a su molino sin haber incitado demasiadas pasiones. Tampoco ha logrado allí progreso alguno ni de una hoja de ruta hacia la entrada de Ucrania en la OTAN, ni de un pretendido acuerdo bilateral con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán , actual presidente rotatorio de la UE y principal opositor a tal adhesión. Nuevos paquetes de ayudaPor otra parte, a pesar de la voceada intención de Trump de «acabar con la guerra en Ucrania en las 24 horas siguientes a su toma de posesión», no parece que tal conflicto vaya a ser de fácil y rápido cierre. Ya se conoce, al menos desde una óptica española, que los compromisos electorales son más fáciles de berrear que de cumplir. Tampoco se sabe si el presidente Biden, en los más de dos meses que todavía le quedan en la Casa Blanca, será capaz de completar la entrega acelerada del subpaquete (en dólares) de 13.800 millones de ayuda militar, incluido en el de 60.850 millones, que fue aprobado por la Cámara de Representantes hace cinco meses, tras tenerlo congelado durante los seis meses anteriores. Eso significaría la entrega inmediata a Ucrania de armamentos y equipamiento militar por valor de 8.500 millones. Algo muy difícil. En un plano operativo, se observa un debilitamiento de la potencia de las unidades ucranianas más sólidas, fruto de la política de extraer de ellas núcleos sobre los que, añadiéndoles tropas menos experimentadas, generar nuevas unidades. Eso facilita que las rusas, menos deficitarias en recursos humanos, mantengan la iniciativa en prácticamente todos los frentes. Tanto en territorio ucraniano como en el ruso del oblast de Kursk. En el primero, los principales combates se desarrollan en las zonas de Kupiansk, Siversk, Chasiv Yar, Toretsk-Zalizne-Pivdenne, Prokovsk-Kurajovo (donde se producen los principales avances) y en Vuhledar. En Kursk, las unidades rusas tratan de destruir a las ucranianas o, al menos, obligarlas a retroceder hacia su propio territorio. En este frente, también es incierto que las tropas enviadas por Pyongyang hayan entrado ya en combate contra las ucranianas, a pesar de las denuncias de Kiev en sentido contrario. En EE, UU., los medios barajan la posibilidad de imponer a Ucrania la cesión de Crimea y el Donbás e, incluso, de una zona-colchón desmilitarizada, así como el compromiso aliado de no integrar a Ucrania en la OTAN en, al menos, una veintena de años. Y que, a cambio de tales condiciones se dotaría a Ucrania de armamento disuasorio. Algo difícil de ejecutar porque, en este caso y durante muchos años, Kiev bastante tendrá con ir reconstruyendo su país, que habría quedado destrozado por la catástrofe bélica. Y, además, en un ambiente de enorme déficit de recursos humanos. Como para dedicarlos exclusivamente a la seguridad del país.