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A 20 años de Cromañón: corrupción, desidia y una masacre que nunca debió ser

Por Santiago A. Fraga y Guido Brunet – Fotos de Jorge Díaz

Cromañón es una profunda herida que todavía sigue sin cerrar. La corrupción, la desidia, la codicia y la negligencia que se cobraron la vida de 194 personas; el uso político y mediático que embarró la cancha durante años en la búsqueda por la verdad y la justicia; el recuerdo en carne viva de los más de tres mil sobrevivientes; la lucha incansable de los familiares y amigos; la impunidad de algunos involucrados; los debates que aún no tienen resolución y la necesidad de recordar la historia para no repetirla son algunos de los tantos condimentos que mantienen latente y transforman en fundamental el ejercicio permanente de reflexión y memoria, a veinte años de la peor catástrofe no natural de la historia argentina. A dos décadas de una masacre.

El 30 de diciembre de 2004, Callejeros realizaba su tercera presentación en días consecutivos en el boliche República de Cromañón, como cierre de un año que, hasta ese momento, había sido de los de mayor crecimiento de su incipiente carrera. Por ello, miles de jóvenes se acercaron con entusiasmo al recinto de Bartolomé Mitre al 3000, en el barrio porteño de Once, sin saber que en realidad estaban ingresando a una verdadera trampa mortal.

Entradas ampliamente sobrevendidas, salidas de emergencia mal señalizadas y cerradas con candado, alta presencia de materiales combustibles, 12 de 15 matafuegos despresurizados y vencidos y otro sin carga, extractores y ventanales bloqueados y un entrepiso entero mal habilitado, entre otras numerosas irregularidades, conformaron un cóctel para transformar lo que debía ser una noche de disfrute en el crimen de cientos de jóvenes vidas. Todo ello, amparado por la codicia empresarial de gente como Omar Chabán y Rafael Levy, la negligencia y la corrupción.

Trampa mortal

Daniela Cuturié tenía 17 años en diciembre de 2004. Es de Avellaneda y junto a su hermano y otros amigos asistieron las tres noches del 28, 29 y 30 a Cromañón. Ellos dos, ahora, son sobrevivientes.

“La primera noche no se veía el show por las bengalas, no se veía absolutamente nada. La del medio fue más tranqui, y la tercera noche había muchísima más gente”, describió Daniela a Conclusión desde la ciudad de Santa Fe, donde hoy vive. En aquella última velada, se estima que ingresaron más de 3.000 personas al boliche, aunque el lugar estaba habilitado solamente para 1.031.

El propio Omar Chabán, gerenciador de Cromañón, le dijo entre insultos al público posterior al show de Ojos Locos y minutos antes de la presentación de Callejeros que «había en el lugar más de 6.000 personas, que el lugar no tenía ventilación y que si se producía un incendio -como ya había sucedido en otras oportunidades- no iban a poder salir«, según figura textual en la sentencia de 2012. Patricio Santos Fontanet, cantante de la banda principal, remarcó lo advertido por el dueño del lugar apenas el grupo subió al escenario.

Especialmente durante los 90’, la cultura argentina del aguante se había trasladado de las canchas de fútbol a los recitales de rock. Para comienzos de los 2000, junto a las banderas y los cantitos se había incorporado otro factor dentro de la misma, que era el entonces aún reciente hábito de utilización de bengalas en los shows.

“En la última noche, cuando empezó a tocar la banda, al minuto y medio empezó el fuego […]jamás se me hubiese ocurrido que podía suceder lo que sucedió. Nadie hizo nada, fue una fiesta, se prendieron bengalas. En esa época era normal, capaz en un lugar cerrado no”, continuó Cuturié en su relato.

Si bien Chabán pasó los diez años que separaron a la masacre de su propia muerte en 2014 remarcando la responsabilidad del público en la tragedia por la utilización irresponsable de bengalas, que él tuviera pleno conocimiento de esta práctica y que incluso ya hubiese habido dos incendios en recitales en ese mismo año es en realidad un aliciente de su responsabilidad en presentar un espacio con condiciones de seguridad garantizadas para la integridad de todas las personas que asisten al lugar, sean músicos, asistentes o empleados.

Nos metieron en una trampa mortal con todas estas irregularidades y salir de ahí fue solo suerte. Yo fui a ver un show a un lugar habilitado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la banda fue a tocar a un lugar habilitado”, remarcó a Conclusión por su parte Diego Cocuzza, sobreviviente, quien hoy es referente de la agrupación No Nos Cuenten Cromañón (NNCC).

Una candela lanzada al aire durante los primeros segundos de “Distinto”, el primer tema de Callejeros de la noche, impactó contra la media sombra que cubría la mitad del techo del local, lo que por las características del material terminó generando una propagación instantánea hacia todo el recinto. Eso, a su vez, incendió también la espuma de poliuretano y la capa de guata que funcionaban como aislantes acústicos en el techo, y estos elementos generaron un humo espeso cargado de cianuro de hidrógeno y otros gases altamente tóxicos que coparon rápidamente el salón y afectaron a todas las personas.

Así como muchos se desmayaron rápidamente por el efecto de estos gases o no lograron encontrar alguna salida a tiempo, la mayoría de las víctimas fatales de aquella noche murieron al volver a ingresar al boliche tras haber podido escapar, con la intención de poder rescatar y salvar la vida de más personas.

Uno de ellos, por ejemplo, fue Martín Arias, el mejor amigo de Ezequiel Denhoff, sobreviviente de aquella noche que dialogó con este medio en la antesala de un nuevo aniversario de la masacre.

“Es algo que recordás todos los días, no hay un día que pase sin que yo tenga una imagen en la cabeza. Cuando se acerca diciembre todo se potencia. Perdí a mi mejor amigo, en brazos. Después tuve un hijo que se llama igual que él, que nació el 29 de diciembre, un día antes. Es de los que volvió a entrar y cuando salió no aguantó. Yo lo buscaba a él y él me buscaba a mí. Yo habré entrado tres veces, y cuando lo subimos a una ambulancia falleció”, contó su desgarrador relato.

Ambos, que en aquel entonces tenían 24 años, eran del público que se encontraba en el piso de arriba, el sector más complejo para poder conseguir escapatoria. Las secuelas de todo lo que vivió fueron tan fuertes que tres años después cayó en las adicciones: “Siempre jodo con que tengo un tornillo sacado porque estuve en Cromañón. Uno queda tocado en la cabeza, no te queda bien. A cada uno le habrá pegado diferente, hay gente que está peor y gente que está mejor. En 2005 estuve internado tres veces en neuropsiquiátrico por intento de suicidio. Me tomaba toda la medicación que tenía. Pasé el aniversario de 2005 a 2006 empastillado. Salgo de estar internado el 5 de enero, fui a un hospital público y me sacaron adelante. Después lleva tiempo, pasé por varios terapeutas, muchas pastillas”. Cocuzza, sobre esto, destacó también que “el Estado tampoco se hizo cargo de la salud mental de los sobrevivientes” y que “17 pibes se quitaron la vida después”.

Silvia Bignami, integrante de Movimiento Cromañon y madre de Julián Rozengardt, una de las 194 víctimas fatales y que tenía tan solo 18 años al momento del hecho, valoró a 20 años del hecho en diálogo con Conclusión que si bien “las condenas (que hubo en el caso) no garantizan la no repetición”, sí fue “una instancia pedagógica” en donde quedaron claras cuestiones como “que la guardería no existía, que hubo coimas, que hubo sobreventa de entradas, que el local tenía capacidad para 1.031 personas y había cinco mil o más, que se usó material inflamable, que no había matafuegos, que se cortó la luz, que las puertas de emergencia estaban cerradas con candado y abrían para el lado que no debían, que el dueño puso canchas de fútbol arriba para ganar más plata, y eso significó que no había ventilación, y que abajo se descubrió un taller clandestino funcionando, que no es menor”.

Antecedentes de incendios en Cromañón

Previo al 30 de diciembre de 2004, hubo otros dos episodios con incendios en Cromañón que, si bien terminaron con mejor suerte, fueron una advertencia y un presagio que nadie quiso ver de la tragedia que terminó ocurriendo.

Ambos ocurrieron ese mismo año, y el primero de ellos fue en mayo. Aquella noche, se habían presentado los grupos Jóvenes Pordioseros y Sexto Sentido, y también una candela fue lo que produjo un incendio en el mismo sector en el que se desataría la masacre de diciembre. En aquel entonces, el público fue evacuado por la salida de emergencia, el fuego fue controlado por bomberos y el propio Chabán, que retiró parte de la media sombra del techo, y el recital incluso continuó luego del episodio.

El otro episodio tuvo lugar apenas cinco días antes del fatídico recital de Callejeros, en la noche de Navidad, cuando en un recital de La 25 nuevamente una candela incrustada en la media sombra generó un principio de incendio. Allí, otra vez, el concierto fue detenido, se evacuó al público, se controló la situación con mangueras y matafuegos y luego el show continuó. «Quédense tranquilos que es ignífugo», le dijo Chabán a los músicos. Show must go on.

Irregularidades del lugar

Algunas de las principales irregularidades que presentaba Cromañón al momento del recital se encontraban en el techo del mismo. El mismo consistía de paneles acústicos de espuma de poliuretano, una capa de guata y finalmente la media sombra. La primera de ellas emanó gases tóxicos como el ácido cianhídrico y el monóxido de carbono, y esa cantidad de cianuro liberada condujo a la muerte de la mayoría de las víctimas. Por otra parte, la media sombra jugó su rol en acelerar considerablemente la propagación del fuego por todo el boliche. Ninguno de estos elementos estaba prohibido por el INTI, a pesar de ser combustibles.

Por otra parte, las salidas de emergencias se encontraban mal señalizadas y había puertas que nunca debían haber sido habilitadas, como aquella que conectaba con el garage del hotel contiguo y que contaba con el cartel luminoso de “salida” sobre sí, algo que el propio Chabán reconoció luego que “nunca tuvo que haber sido habilitado”. Esto, sumado al hecho de que el público triplicaba la capacidad permitida y la intensa capa de humo y gases tóxicos impedían que la gente encuentre las verdaderas salidas y terminaron resultando en un combo letal.

Otra de las graves irregularidades tuvo que ver con la ausencia de ventilación, algo que contribuyó a ahogar el incendio pero también aumentó la presencia de los letales gases tóxicos. Lo peor es que gran parte de esa carencia se debe a que el dueño del complejo decidió instalar en la terraza del mismo unas cancha de fútbol 5.

Misma situación para aquellas personas que se encontraban en la zona de los baños del entrepiso, ya que para salir al exterior desde allí debían bajar una escalera y recorrer 85 metros hasta la salida, algo totalmente antireglamentario. Ese entrepiso, a su vez, era 100 metros cuadrados más grande que el máximo permitido de 300 m2, y esa dimensión obligaba a que el boliche contara con dos salidas desde allí al exterior, pero no tenía ninguna. El ventanal que tenía ese nivel, además, se encontraba tapiado.

De la misma forma, de los quince matafuegos con los que contaba el lugar, solo dos se encontraban operativos, ya que doce estaban despresurizados y vencidos y uno de los restantes estaba sin carga.

Todos estos factores eran motivos para una clausura, si se hubiera realizado alguna inspección correspondiente.

La culpabilización de los jóvenes y la responsabilidad de la banda

Inmediatamente, desde las primeras horas posteriores a la catástrofe, los medios de comunicación ya señalaban al público como parte culpable de la masacre, estereotipándolos como alcohólicos o drogadictos irresponsables y difundiendo diferentes versiones falsas (como la de la existencia de una guardería en los baños del boliche, algo luego desmentido por la propia Justicia) por puro morbo y sensacionalismo.

“Muchos descubrieron que se encendían bengalas en lugares cerrados. Pero las bengalas venían desde cinco o seis años antes en el rock y no tenía que ver con Callejeros ni con una banda puntual”, explicó a Conclusión el periodista Bruno Larocca, especializado en la temática rock y profundamente comprometido con la causa, al punto de haber publicado junto a NNCC este año el libro «Voces, Tiempo, Verdad«.

Mientras más se nos criminalizaba, menos responsabilidad para el Estado. En la tele nos estaban contando una historia que no era”, reforzó, por su parte, Cocuzza.

Sin embargo, mientras es unánime que el público fue víctima y no parte culpable de la masacre, entre la opinión de los sobrevivientes y la de los familiares todavía se encuentra discutido el grado de la responsabilidad que la banda tuvo en el desenlace de esa fatídica noche.

Por ejemplo, mientras que Cocuzza piensa que “la inmensa de la mayoría de los sobrevivientes” piensa que los integrantes de Callejeros “eran pibes que pasaron por la misma situación que nosotros con la diferencia que ellos se comieron el garrón de pagar culpas ajenas con la privación de su libertad” y algunos hasta tocan en los homenajes que realizan, para Bignami “la postura de 90% de los familiares y de gran parte de los sobrevivientes es que la banda es responsable”.

“Los responsables de Cromañón, a mi modo de ver, no es una mesa de cuatro patas. Nosotros ponemos énfasis en la responsabilidad estatal y de los dueños, pero la banda se comportó como un empresario más. Entonces, si sabías que había ocurrido antes un conato de incendio, y si sabés que la capacidad del local era de 1.031… y si no lo sabés, es tu responsabilidad ir a ver donde tocás […]No obstante, nosotros diferenciamos a la banda de sus seguidores, no es que creemos que todo el que cree que Fontanet no es responsable es el enemigo. Creemos que la banda tiene responsabilidad, que no se puede equiparar a la del Estado o la de Levy. Y de hecho, cumplió condena”, desarrolló Silvia.

Algunos integrantes de la banda, por su parte, declararon públicamente en varias oportunidades que si bien sienten responsabilidad, para nada se adjudican tener culpa por sobre lo sucedido, y varios de ellos, de hecho, perdieron familiares, parejas, amigos y seres queridos en aquel desgraciado recital.

Dentro de aquella búsqueda de culpables, la Justicia terminó otorgando en una de sus instancias la misma pena a Daniel Cardell, escenógrafo de la banda, que a Raúl Villarreal, la mano derecha de Omar Chabán (seis años), siendo incluso más que lo que se le dio al dueño del complejo, Levy (cuatro años y medio).

“El escenógrafo que fue a colgar la tela cumplió su condena en prisión de una forma inconstitucional e ilegítima. El juez que tuvo que ordenar su liberación no sabía como justificarlo”, explicó Larocca, quien agregó que “la banda termina siendo juzgada como co-organizadora de un show cuando el arreglo 70-30 era un arreglo habitual que pasaba en todos los boliches con todos los shows”.

La mano de la política

“Fue una causa donde hubo un trasfondo político muy importante. Que no se haya tomado declaración a Aníbal Ibarra habla mucho de la justicia argentina. Muchas causas quedan en la impunidad total, Cromañón es una muestra más”, continuó el periodista. Para él, “la Argentina podría ser analizada a través de lo que pasó con Cromañón, creo que es un reflejo de nuestra sociedad y de cómo funciona la justicia”.

Con todo lo sucedido, es imposible que hubiera existido una masacre de Cromañón sin la corrupción y la vista gorda de la política, que regía tanto para ese boliche como para la enorme cantidad de locales que funcionaban en aquel entonces, desde teatros y salas de conciertos hasta cines y estadios sin las condiciones necesarias para ser habilitados para recibir gente.

Un año antes de la catástrofe, en diciembre de 2003, el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, había desmantelado la Unidad Polivalente de Inspecciones (UPI), que precisamente se encargaba de las habilitaciones y clausuras, a partir de la designación de Fabiana Fiszbin.

El ex inspector Nicolás Walsoe declaró en 2006 durante las audiencias del juicio político contra Ibarra que desde aquel entonces, es decir, durante todo 2004, el área «quedó en estado de caos y descontrol total«. Durante el año de la masacre, había inspectores sin credenciales o con identificaciones vencidas, falta de insumos y de capacitación y «condiciones de trabajo insostenibles», como así también numerosos casos comprobados de sobornos y de habilitaciones irregulares.

Pese a todo esto, la única “condena” que pagó Ibarra fue política, con su destitución de la jefatura de Gobierno (y motorizada por un inmenso lobby mediático que al mismo tiempo terminó catapultando la imagen de Mauricio Macri para su posterior llegada al cargo), y vergonzosamente jamás pasó por el banquillo en ninguno de los cuatro juicios por la causa Cromañón.

En cambio, sí fueron sentenciados algunos funcionarios como Fiszbin, con penas mucho menores a las de la banda y los organizadores y consiguiendo prontamente la libertad.

Quien también la sacó barata fue Levy, quien además de pagar una condena muy barata por su responsabilidad en la masacre, la propia Justicia le terminó devolviendo la tenencia del boliche.

“A fin de 2018, la misma “llamada” justicia que lo condena le devuelve el edificio sin ponerle restricciones y sin avisarle a los familiares y sobrevivientes (interesados en el destino del lugar como espacio de memoria), así que nos enteramos que tiró las pertenencias de los pibes tiró en contenedores y, por un persona que logró entrar, cambió varios cosas de adentro. Sacó las barras, borró las manchas de las manos de los chicos, y las ventanas están tapiadas por dentro”, contó al respecto Bignami. Incluso, después de la masacre, todavía continuaba funcionando el taller clandestino que tenía debajo del inmueble.

Condenas

El trayecto de la causa por los tribunales fue tan extenso como complejo. Unas 26 personas fueron juzgadas a lo largo de cuatro juicios orales, de las cuales 21 fueron condenadas en diversas etapas y 18 llegaron a estar en prisión. En el medio, varias sentencias fueron revisadas y modificadas más de una vez.

De los cuatro juicios, el primero estuvo abocado a la responsabilidad de los bomberos y el cobro de coimas por certificados falsos; el segundo contra los organizadores del recital -es decir, representantes de Cromañón y de Callejeros– y funcionarios del Gobierno porteño; el tercero contra funcionarios, policías y el dueño del complejo, Levy; y el último contra el inspector Roberto Calderini, también por el cobro de coimas.

Después de la gran cantidad de idas y vueltas judiciales, como así también de entradas y salidas a las cárceles, las sentencias finales del segundo juicio fueron de 10 años y 9 meses para Omar Chabán (originalmente eran 20), ocho años para el subcomisario Carlos Díaz (originalmente eran 18), siete años para Patricio Fontanet (originalmente estaba absuelto junto a los demás músicos), seis años para Raúl Villarreal (originalmente solo un año en suspenso) y para Eduardo Vázquez (condenado además a otros 18 años por el femicidio de su ex pareja Wanda Taddei, siendo el único que hoy sigue en prisión), cinco años para Diego Argarañáz (originalmente condenado a 18 años), Christian Torrejón, Juan Carbone, Maximiliano Djerfy y Elio Delgado, tres años para Daniel Cardell, cuatro años para Fabiana Fiszbin (originalmente dos años y cuatro meses), tres años y nueve meses para Gustavo Torres, dos años y diez meses para Ana María Fernández (originalmente dos años y cuatro meses y luego tres años y seis meses, antes de que se la rebajaran nuevamente), siendo detenidos el 21 de diciembre de 2012, saliendo en 2014 y regresando en 2016, cuando Casación y la Corte dejaron firme la sentencia.

En cuanto a los otros juicios contra integrantes de la Superintendencia de Bomberos, inspectores y empresarios, en el primero fueron condenados Alberto Corbellini, Rubén Fuentes y Marcelo Nodar a cuatro años de cárcel por cohecho, Luis Perucca a dos años y nueve meses, y Marcelo Esmok a dos años y medio; en el tercero fue condenado Rafael Levy a cuatro años y seis meses (hoy en libertad condicional) y en el cuarto fue condenado Roberto Calderini, aunque el monto de la pena todavía está en revisión.

Memoria

En 2022, el Congreso de la Nación sancionó una ley que declara «de utilidad pública y sujeto a expropiación» el inmueble donde funcionaba el boliche para destinarlo «a la creación de un espacio dedicado a la memoria de lo ocurrido».

Sin embargo, dos años más tarde, familiares y sobrevivientes todavía esperan novedades de acciones concretas. Mientras que en 2023 se demoró la reglamentación, recién este año se comenzó a llevar adelante la tasación del lugar y en el Congreso buscan sancionar una prórroga para la ley original.

Al respecto, Bignami explicó que “lo que dice la ley es que hay que expropiar todo: el boliche, el hotel y la playa de estacionamiento”, y que no sabe “qué más está haciendo (Levy) de manera encubierta”.

“La expropiación fue una ley que se logró después de mucha lucha en el Congreso de la Nación en 2022. El gobierno de Alberto Fernández hizo muy poco para reglamentar las leyes, y ahora con el gobierno de Javier Milei, pedimos a la Secretaría de Derechos Humanos que intervenga. Hace poco nos enteramos que se va a ingresar al inmueble para tasarlo con el fin de luego expropiarlo, así que sabemos que algo se está haciendo aunque no tenemos acceso a la causa desde hace algunos días. Y como a los dos años se caía la ley, hablamos por lo tanto con Martín Menem para que se vote una prórroga en Diputados. Eso se logró. Pero falta que se vote en Senadores. O sea, nuestra situación actual es un limbo”, continuó.

En paralelo, el 12 de diciembre de este 2024, a casi 20 años de la masacre, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires aprobó la reforma de la Ley 4.786 de “Reparación Integral a los sobrevivientes y familiares de víctimas fatales de la tragedia de Cromañón”, que implica una asistencia vitalicia que incluye prestaciones de salud, educación, inserción laboral y asistencia económica.

Si bien esto fue celebrado, organizaciones de familiares y sobrevivientes también lamentaron la existencia de «requisitos abitrarios y discriminatorios para el reconocimiento» de quiénes pueden acceder a la asistencia, por los que todavía falta reconocer a más de dos mil personas dentro de ese grupo.

Con nuevas generaciones que no vivieron Cromañón y con las anteriores que todavía no conocen toda la verdad de lo ocurrido, es claro que resulta de fundamental importancia mantener viva la memoria y el recuerdo de la masacre, para que jamás vuelva a suceder algo así en Argentina.

Mi hijo tiene ocho años y me preguntó por primera vez ‘Mami, ¿vos estuviste?’. Por eso es importante, que ellos sepan. Ese es mi objetivo todos los años y de acá hasta el día que me muera”, dijo Daniela Cuturié a Conclusión.

Si bien “cada aniversario se remueve un poquito más”, ella siente que después de estos veinte años “con el tema de la serie (publicada este 2024 por Amazon) se interesó más gente”, lo cual independientemente del contenido de la producción lo ve por el lado positivo de la difusión del hecho: “Tengo ese pensamiento, que hay que tener memoria. Hay que recordarlo para que nunca más vuelva a suceder. Para que todos sepan y estén al tanto”.

Larocca, por su parte, apunta también a que “ojalá hagamos como sociedad una autocrítica” y que “la política tiene que hacer una autocrítica de cómo funcionaba un sistema corrupto como el que había en Buenos Aires en aquel 2004”.

“Ojalá que algún día tengamos esa reparación aunque sea moral, de lo que se habló, del público de rock y de lo que se habló de los músicos, de quienes se dijeron muchas mentiras. Hacerle honor a la verdad, eso es lo más importante”, agregó.

Desde la asociación civil No Nos Cuenten Cromañón llevan adelante un programa de asistencia en salud mental y realizan cada año actos aniversario, como así también dan charlas en escuelas «para que las nuevas generaciones entiendan que a través de la memoria y la conciencia lo que pasó en Cromañón no vuelva a pasar».

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