En el mes de noviembre, en el que tradicionalmente la Iglesia recuerda a los fieles difuntos, el Papa invita a rezar con él por todos aquellos que han perdido un hijo. Padres y madres que han experimentado un dolor «especialmente intenso» y más allá de toda lógica humana, porque -como recuerda Francisco en el videomensaje que acompaña su intención de oración- «vivir más tiempo que tu hijo no es natural».
«Estamos tan poco preparados para sobrevivir a la muerte de un hijo, observa Francisco en el Video del Papa de este mes, que ni siquiera nuestro diccionario tiene una palabra adecuada para describir esta condición de vida». «Fíjense que un cónyuge que pierde al otro es un viudo o una viuda. Un hijo que pierde a un padre, es un huérfano o una huérfana. Hay una palabra que lo dice. Pero para un padre que pierde a un hijo, no hay una palabra. Es tan grande el dolor que no hay una palabra».
No hay una palabra, recuerda el Papa, entre otras cosas, porque ante la pérdida de un hijo o una hija, las palabras «no sirven». Ni siquiera las de ánimo, que «a veces son banales y sentimentales», y que, «dichas con la mejor intención, por supuesto, pueden acabar agrandando la herida». La respuesta es, por tanto, otra: más que hablar a esos padres, «hay que escucharlos, estar cerca de ellos con amor, cuidando ese dolor que tienen con responsabilidad, imitando la forma en que Jesucristo consolaba a los que estaban afligidos».
Francisco recuerda que algunas familias, «tras sufrir una tragedia tan terrible como esta, han renacido en la esperanza»: la clave fue el apoyo de la fe, la presencia de ese «espíritu consolador» que el Papa invoca en su intención de oración, para llevar «la paz del corazón». Algunos de ellos figuran entre los protagonistas del Video del Papa de este mes, que reúne historias de gran dolor y esperanza.
Para Francisco, un dolor como el de la pérdida de un hijo, «tan lacerante y carente de explicaciones», solamente «necesita quedarse agarrado al hilo de una oración», un grito dirigido a Dios en cada momento, que no resuelve la tragedia, sino que está habitado por preguntas que se repiten, preguntas que piden saber dónde estaba Dios en ese momento y que, al mismo tiempo, dan fuerzas para seguir adelante y encontrar consuelo en la oración.