La victoria de Donald Trump no sólo generó un verdadero shock internacional por la figura del magnate en sí, sino por la autoridad con la que este triunfo fue obtenido. Con un caudal de votos casi idéntico al de su victoria en 2016 (73 millones de votos), habiendo superado a Harris por 4 millones de sufragios y marcando su diferencia en el Colegio Electoral (295 compromisarios contra 226) y recuperando el Senado mientras los días venideros posiblemente confirmen su posición dominante en la Cámara de Representantes, todo ello obliga a interrogarse cuáles fueron las claves de la victoria de Trump sobre una candidata como Harris, cuyo mérito fue haber revivido la campaña demócrata tras la salida forzada de Joseph Biden en el mes de julio, tratando de promover una candidatura que apuntó al consenso por sobre la grieta que divide la sociedad estadounidense y apuntalando los valores democráticos, amenazados por el discurso rupturista de Trump, impulsando a la vez una candidatura más representativa de la composición social multicultural, de la cual Harris intentó ser referente. Los resultados indican que la sociedad norteamericana priorizó otro tipo de agenda.
Por ello, el primer bloque del programa intentó determinar las claves internas de este triunfo: la contradicción de los buenos números macroeconómicos con la sensación social de una economía sin rumbo; los cambios en la composición del voto en las minorías, los determinantes culturales que motivaron este voto y cómo la agenda política de Trump canalizó mejor este humor tendiente al declinacionismo, motivando el voto hacia un candidato que no sólo no escondió su veta autoritaria, sino que prometió reformular incluso las bases mismas de la democracia norteamericana con sus políticas a la vez que impulsar un nuevo momento conservador, un discurso que sintonizó no sólo con su base de apoyo, sino con sectores sociales que hace cuatro años dieron su voto a Biden. En una entrevista con la periodista Anahí Rubín, residente ella misma en Nueva York, se ofrecen claves desde el terreno para entender este fenómeno que dio lugar a una “ola roja” que dio por tierra con las aspiraciones demócratas de reelección.
En el segundo bloque la mirada pasó por lo internacional y, más específicamente, cuál será la orientación de política exterior del trumpismo tras su primera experiencia ocho años atrás. Con la guerra extendiéndose en Medio Oriente y Rusia avanzando lenta pero progresivamente sobre una Ucrania que depende más que nunca de la ayuda económica y militar occidental, Trump ha prometido soluciones rápidas en ambos conflictos, recostadas tanto en un apoyo irrestricto a Israel en el primer caso, como en una relación que se presume fluida con el presidente ruso Vladimir Putin en el segundo. Ambos escenarios, sin acuerdos de paz a la vista, son verdaderos signos de pregunta en torno al posible enfoque de la administración futura.
Por otro lado, se abordó el retorno de un discurso neo-aislacionista que cuestione nuevamente tanto las alianzas tradicionales como la OTAN, así como la adopción de un discurso que discute la crisis climática internacional y el papel de EEUU en ambos entornos. Es imposible, asimismo, eludir la especulación en torno a las relaciones entre Trump y nuestra región, con América Latina relegada en las prioridades de agenda norteamericana, así como también con Argentina, donde el presidente Javier Milei aspira a una relación privilegiada en base a algunas sintonías ideológicas.