“Por eso en tu total, fracaso del vivir, ni el tiro del final te va a salir”, así termina el tango “Desencuentro” de un decepcionado Cátulo Castillo con música de Aníbal Troilo. Pero no sucedió en este caso, y Nicolás Lisandro de la Torre terminó con su vida en su departamento de calle Esmeralda 22, en Buenos Aires, no sin antes haber tenido la precaución de indemnizar a quien lo acompañó durante sus últimos siete años, Clotilde Vergara, deseándole que sea feliz y que consiga un nuevo trabajo.
Sin dudas que uno de los pilares de la creación de la Unión Cívica Radical y el fundador del Partido Demócrata Progresista ha movilizado ríos de tinta, reconocimientos en vida y homenajes póstumos.
La hija de Ángel Guido, el arquitecto que junto a Alejandro Bustillo, nos dio el único Monumento a la Bandera que existe en el mundo, Beatriz, escribió un libro que su esposo Leopoldo Torre Nilson llevó al cine: “Fin de Fiesta”, y Juan José Jusid, en un trabajo magistral, nos regaló su imperdible “Asesinato en el Senado de la Nación”.
De ideas vanguardistas, fue uno de los adalides en luchar contra la corrupción y el totalitarismo. Su compañero desde el colegio, amigo y correligionario, Enzo Bordabehere (acá la calle que es continuación de Salta, hacia el oeste), fue asesinado en el Senado nacional cuando se interpuso ante las balas disparadas por Ramón Valdez Cora, ex comisario devenido a matón del Partido Conservador y del que todavía Wikipedia no redactó su biografía.
En plena “Década Infame”, de la Torre había estado investigando y denunciando un caso de corrupción entre el Gobierno nacional y el imperio británico en el tema frigorífico, cuando el ministro Pineda de aquel entonces firmó con el Reino Unido el pacto Roca Runciman, con obscenos beneficios aduaneros, impositivos y monopólicos que perjudicaban nuestra economía y soberanía.
“Se dice que estoy solo. Eso puede ser cierto; estoy solo frente a una coalición formidable de intereses; estoy solo frente a empresas capitalistas que se cuentan entre las más poderosas de la tierra; estoy solo frente a un Gobierno cuya mediocridad, en presencia del problema ganadero, asombra y entristece”, dijo el senador y nos corrobora la copia taquigráfica.
Nacido apenas un año después de la aparición del primer número de La Capital, que arrancó como vespertino desde la librería e imprenta de calle Puerto (San Martin) del creador de nuestro escudo rosarino, Eudoro Carrasco, Nicolás, tal su primer nombre, aunque pasó a la posteridad con el segundo, Lisandro, vio la luz en un solar que el progreso luego convirtió en uno de los cines más importantes de la urbe, el Radar.
¿Habrán llegado a proyectar allí la película donde Soriano interpretaba al célebre rosarino y Solá hacía su primer papel haciéndose odiar por la platea?
Al cumplirse 90 años de su nacimiento, la ciudanía le rindió en 1958 un homenaje y colocó una placa cuando todavía Córdoba no era peatonal. Si levantamos la vista al pasar por el 1100 se la puede ver en estos días “adornada” por vetas blancas. Por la altura no pudimos discernir si eran vestigios de la pintura del local comercial o deyecciones de palomas… Cualesquiera que fuera el motivo del “agregado”, sería esperable que se la rescatara y pusiera en valor como un atractivo turístico e histórico, más aun estando a pocos pasos de la tradicional esquina de Córdoba y Sarmiento (que alguna vez fue Libertad).
Y en la libertad, con responsabilidad, del pensamiento, recordamos que este político, escritor y periodista se graduó de abogado con apenas un poco más de 20 años y basó su tesis en algo que aún constituye una gran asignatura pendiente: la autonomía municipal, que recién sería incluida en la modificación de la Constitución Nacional de 1994.
Luego de romper relaciones y batirse a duelo con Hipólito Yrigoyen, quien con su espada le dejó una cicatriz en la cara obligándolo a dejarse la barba, creó y dirigió en Rosario el diario La República, para posicionarse a la derecha del socialismo y a la izquierda de los conservadores. ¿A quién puso como secretario de redacción? Al inefable uruguayo Florencio Sánchez, uno de los fundadores del teatro rioplatense, autor, entre otros, de “Canillita”, “Barranca Abajo”, “M’hijo, el dotor” y “Gente honesta”, obra esta última que aquí le prohibieron subir al escenario hasta por orden policial y por la que recibió una tremenda golpiza.
La Liga del Sur, su primera plataforma política propia, y origen del PDP, le permitió realizar en 1908 un proyecto en el que daba especial importancia a la comuna como elemento clave e indispensable para construir una sociedad democrática. Tanto fue así que en su trabajo doctoral citó a Alexis Henri Charles de Cléres, vizconde de Tocqueville, conocido como Alexis de Tocqueville: «En la comuna es donde reside la fuerza y la vitalidad de los pueblos libres».
No debemos olvidar que, en esa época, de las 250 localidades que tenía Santa Fe (hoy son 365), sólo cuatro eran “ciudades”: Santa Fe, Rosario, Casilda y Esperanza.
En la esperanza de incentivar la curiosidad sobre la vida de algunos políticos que hicieron historia sin necesidad de ser panelistas de televisión, nos propusimos hacer algunas postas y recogimos imágenes de la ciudad para compartir: el solar donde nació, el viejo Nacional Nº 1, cuya foto nos acercó el colega Oscar Martino, el Jockey Club donde fue asiduo concurrente en su época de presidente de la Sociedad Rural, y la última morada donde reposan sus restos.
También sumamos datos para investigar y visitar: la sala homenaje y biblioteca en la sede del PDP, ubicada en Entre Ríos 1443, y el Museo Histórico Provincial “Julio Marc”, en pleno corazón del Parque de la Independencia, donde existe una sala en la que se conservan y exponen objetos y el mobiliario original de su casa en Buenos Aires, incluyendo su biblioteca, cuadros, armas, espada de esgrima y hasta la mismísima silla en la que se quitó la vida.
El barrio Arroyito recibió su nombre y Erminio Blotta levantó su imagen justo en el territorio donde existe una estación de bicicletas públicas y se juntan las avenidas Alberdi y Rondeau.
Luces y sombras acompañaron a Lisandro de la Torre a lo largo de sus 71 años, muchos de los últimos, refugiado en su estancia “Pinas”, en Córdoba, que le valió el mote de “Solitario”.
Soltero, no formó familia ni se le conoció pareja y dedicó su existencia a trabajar políticamente con consignas comprometidas con lo social que lo llevaron a afirmar: “Soy un demócrata que lucha públicamente a favor de la evolución del mundo, al influjo de la opinión pública».
Sin embargo, y parece ser esto una gran deuda moral, a pesar de estar la firma hológrafa en el último papel que mecanografió, no pudo hacer realidad su último deseo: «…desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento, me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo». Y su cadáver recibió sepultura en el Cementerio El Salvador, muy cerca del panteón de un colega rosarino, Ovidio Lagos, pero lejos de todos… por el estigma del suicidio.
Nos despedimos hasta nuestro próximo Rosario sin secretos, con una de sus esperanzadas frases: “El pueblo argentino tarde o temprano sabrá reconquistar su libertad”.
¡Formulamos votos para que se cumplan!