Entre el ayer y el hoy, 120 años de historia
Creer es inherente al ser humano. Creer en algo, en alguien, es necesario y hasta imprescindible para la supervivencia humana. Bien dicen que quien cree, crea, y sin dudas que la fuerza de la oración obra milagros sólo atribuibles a una fuerza inconmensurable y superior. La palabra es verbo, es acción, es movimiento.
En una época en la que desde muchos ámbitos recibimos nada más que incertidumbre una palabra de fe nos da el aliento necesario para seguir respirando. Buscar en los orígenes de nuestra historia nos alimenta y da fuerzas para seguir construyendo, desde hoy, ese destino que nos merecemos.
Por eso, este 16 de octubre, en el Día Mundial del Pan (World Bread Day), establecido en el año 2006 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, decidimos ir con ¡al pan, pan; al vino, vino! y brindamos por nuestros orígenes cuando a principios del siglo pasado un grupo de pioneros firmaron, en 1904, el acta constitutiva del Centro de Propietarios de Panaderías. ¡Claro, nuestra Rosario vivía una etapa hiper floreciente, con un puerto privilegiado sobre el Paraná como granero del mundo!
Aquel Centro, que hoy conocemos como Asociación Industrial Panaderos y Afines de Rosario, se convirtió en la primera del interior fecundo del país y pasó a ser parte de la Federación Nacional del rubro. Ciento veinte años trabajando para poner en valor el tesón original y seguir el ejemplo de tantos pioneros que nos dieron nuestro pan de cada día…
¿Quién no conoce algún inmigrante de Ripalimosani, ese pequeño pueblo molisano, en Italia, que no haya “amasado” una historia en nuestra ciudad?
En la época en que un paisano traía al otro para engrandecer nuestras tierras, costumbres y tradiciones, llegaron en oleadas para sumarse a catalanes y los que llegaban de las Palmas de Islas Canarias, para “hacer la América” en la villa ilustre y fiel.
Luquita Vitantonio fue el tano visionario que la vió. Buscó de conseguir panadería para cada paisano que bajaba de un barco y necesitaba un trabajo, base de todo progreso. Progreso que se potenciaba exponencialmente por los lazos de fraternidad y ayuda mutua. Sin dudas que tenían bien en claro aquel proverbio que decía: “La unión hace la fuerza”
Fuerza con la que no contó ese francés (hubiéramos conocido antes las baguettes, esas varitas, varillas o barras de panes laaaargos…) que pidió permiso para instalar su panadería en la capilla del Rosario del Pago de los Arroyos y el gobierno se lo negó. El padre putativo de Catalina Etchevarría de Vidal, Pedro Tuella y Montpesar, nos contó y lo compartimos, que habían argumentado para negar esa autorización que “la elaboración de pan es familiar, cada vecino puede producirlo sin necesidad de comprarlo.
Mejor suerte tuvo Gumersino Trigo que se convirtió en el primer panadero de la historia rosarina. ¿Habrá sido por predestinación e imperativo de su apellido, igual que Mariano Cienfuegos cuando fue presidente de la Asociación de Bomberos Voluntarios de Rosario? Qui lo sá…
Al catalán Sanmiguel que en 1856 instaló una gran máquina a vapor sobre la barranca que conocemos hoy como Sargento Cabral, con esa gran chimenea que se veía desde el río, lo dejamos para un próximo Rosario sin secretos, deseando, fervientemente, que nunca nos falte el pan de cada día. Y, fundamentalmente, no olvidándonos de agradecerlo.