Por Daniel Caran
“Esta campaña fue una guerra, porque nos estamos jugando cosas muy importantes”, dijo sin tapujos Ricardo Colombi, al referirse a la contienda en Capital.
Lo dijo convencido, y con absoluta tranquilidad.
Está acostumbrado al escenario hostil. Siempre supo moverse entre “las balas”.
Desde tiempos lejanos cuando impulsó sus primeras peleas contra quienes fueron sus principales gestores, escondiendo su indisimulable espíritu conservador en un radicalismo “de moda” que lo llevó a ocupar el lugar ejecutivo más importante de la Provincia.
No es bruto. Mucho menos torpe. Pero le gusta la guerra.
Esa guerra que lo llevó a pelear hasta el hartazgo contra Nora Nazar, hasta descontarle peso por peso la coparticipación municipal, por el solo hecho de ser “la mujer de…”, sumiendo a miles de empleados municipales a la incertidumbre total.
Se repitió después en “la guerra” contra su primo. Y vaya paradoja: otra vez los municipales en el medio, por directa mediación de su delfín Vignolo.
Tato, Nora, Arturo, Camau, Fabián… distintos nombres, y una sola actitud: la guerra.
“Espero que cuando se habló de guerra se habló de una manera figurada, de una contienda fuerte, no es feliz la expresión, creo que tenemos que tener pensamientos y gestos de paz, no es poco utilizar la palabra guerra” subrayó, en referencia a la palabra utilizada por Colombi, el arzobispo Andrés Stanovnik.
No, Monseñor… no habló de manera figurada, ni fue un pensamiento temporal.
Colombi cree y vive a la política como en una guerra. Viene sobreviviendo… aunque las balas le peguen cerca.