Por Eduardo Aliverti
Si algo está claro tras lo ocurrido en Senadores, más un clima social tan espeso como incierto, más cuál será la reacción de factores de poder internos y externos frente a un Ejecutivo que no da pie con bola en su conducción política, es que lo único que se sumó son preguntas. Respuestas no hay por ninguna parte. Lo que sobran son especulaciones.
Hay el poroteo de qué pasaría en la Cámara baja, y cuándo, si se intenta acostar definitivamente el DNU. ¿La sociedad está perdiendo el sueño por eso? Ni por asomo. Podría perderlo cuando, en forma inminente, se le acumulen los tarifazos descomunales. Todo esto para no hablar de cuál será la reacción de un actor que no come vidrio. La Corte Suprema.
¿En serio los gobernadores le darán like a reformar el impuesto a las Ganancias, para que alrededor de un millón y medio de trabajadores vuelvan a pagar el gravamen? ¿Gremios enormes se mantendrán quietos, al solo efecto de que Caputo El Toto pueda seguir dibujando equilibrio fiscal con el Fondo Monetario? Acaba de inventar el superávit de febrero. ¿Cuánto debería aguantar un ministro que sólo ejerce de timbero?
De paso: curioso libertarismo el de estos anarcocapitalistas que, a más de pedirle la escupidera a los emporios porque dispararon los precios hasta límites de crimen social, se meten contra los arreglos paritarios acordados libremente entre empresarios y sindicatos. Ajá.
A Milei ya le había entrado el papelón de haberse aumentado el sueldo. Primero quiso fugar echándole la culpa a un decreto de hace años y cotejó contra el sarcasmo de Cristina, pero ésa no le costó demasiado por el tema de la imagen kirchnerista.
Lo ¿inconcebible? es que después echó por televisión al ignoto secretario de Trabajo, quien no tenía prácticamente nada que ver con el trámite de un Presidente que no sabe lo que firma (en la más benévola de las conjeturas). Resultó que sus propios mastines -los mediáticos- no sabían dónde esconderse. Y, pegado, arribó la votación en la Cámara alta con ingredientes de serruchada de piso, pase de facturas y el trolaje presidencial en situación inédita.
La jugada “reglamentariamente” inevitable de Victoria Villarruel cedió paso a otro trompazo en la cara de Milei. Se reactivaron las dudas en cuanto a cómo actúa la vice.
El mundillo político interpreta que, en su muy estudiado video tras la volteada del DNU en el Senado, Villarruel ratificó su apoyo, exclusivamente, a la figura del jefe de Estado. Es un decir, por supuesto, siendo que Milei es el jefe de un Estado que quiere destruir porque, dicho en otro de sus arrebatos infantiloides, se trata de “una organización criminal”.
Como señaló Ernesto Tiffenberg en su columna de este viernes, el razonamiento “libertario” -visto desde los hermanos Milei- es más sencillo. Y lo revelan sus propios operadores periodísticos. Milei cree que lo de Villarruel es fuego amigo, y que todo lo que hace la vice es para despegarse de algún cabo suelto capaz de ser considerado causal de juicio político.
Llegado el caso de que Milei vea amenazado su lugar, enjuiciado por el Congreso (o, agregamos en forma de pregunta, arrastrado por algunas explosiones sociales que su estabilidad psicológica no toleraría), Villarruel “no quiere correr el más mínimo riesgo de acompañarlo en su suerte”.
Hacia detrás de esa eventualidad, se puede jugar con el dato de que entre La Hermana y la vice hay una inquina profundísima. Viene desde la campaña electoral.
La Hermana siempre desconfió de quien supo hacer actos con logo propio, entre otros detalles. Y encima, la obsesiona que debajo o delante de las movidas de Villarruel esté la mano del vacacionero Mauricio, quien anunció que El Hermano terminará pudriendo la oportunidad que abrió. Y después hay más jueguitos especulativos todavía, del tipo de si Milei podría, acaso, escapar de lo que le marca su pariente en jefe.
Todos estos componentes son muy atractivos, propios del chusmerío de lo que otrora se llamaban revistas del corazón. Tienen espectáculo, morbo, voyeurismo. Y no se dice, ni mucho menos, que sean ítems secundarios en cómo se constituyen o eluden acciones políticas. Al contrario.
Tiende a creerse que, “por arriba”, todo está predeterminado desde estructuras que manejan estos ingredientes a piacere. Aquello del entretenimiento para la gilada. A veces funciona así. Y a veces, no. Acá y en cualquier parte de toda época y lugar. Caer en lógicas binarias no es lo más recomendable.
Villarruel es una neofascista (sáquenle el prefijo, si quieren) inteligente, carismática, de rostro y discurso imperturbables. No trabaja de tuitera 24x7. Aparece en los momentos justos. Da imagen “institucional” siendo una negacionista. Sabe transar con lo que la puerilidad ideológica denomina “la casta”.
Villarruel es muchísimo más peligrosa que Milei, en proyección hipotética de tiempos en donde todo está corrido a la derecha. Quizás tenga detrás la mano de Macri a fines de prepararse para el momento justo. Quizás es poco o nada de eso, y sólo se trate de sus deseos de ser una Meloni, una Ayuso, o espécimen de esa naturaleza. Villarruel es una opción de derecha de la derecha, si Milei no logra atravesar una recesión despampanante en su guerra de misión bíblica contra casi todos.
Enfrente de esa posibilidad -muy en potencial- empezaría a articularse lo Massa, lo Larreta, lo Lousteau, lo Manes, y el acuerdo con algunos gobernadores hacia un pacto confederal más o menos en serio, de condiciones distributivas que no sean la extorsión del Pacto de Mayo. Un contrato básico para frenar en parte esta locura y acordar elementos clave de despegue productivo.
Al fin y al cabo, es lo que Cristina definió en el “centrismo” de su documento, convocando a tomar nota de que, en efecto, hay tantos derechos sociales a preservar como anquilosamientos de los que salir, a esta altura de la revolución tecnológica.
Supo adelantarlo o ratificarlo Axel Kicillof, cuando en septiembre del año pasado, ante una platea ultra K, llamó a dejar de aferrase a las instancias “gloriosas” de Perón, Evita, Néstor y Cristina porque, en caso contrario, esos símbolos serán “las bandas de rock que tocan grandes viejos éxitos”. Fue en reemplazo de eso que el gobernador bonaerense invitó a “componer una nueva, y no una que sepamos todos”. Y lo único que falta es que Kicillof sea considerado de derecha, o un tibio socialdemócrata -soviético, eso sí- a estar por los versos alucinados de las nuevas estrellas del panelismo televisivo.
Salir de esa zona de confort ideologista y de proclamas poéticas -que no es lo mismo que perder la ideología- es complicado e imprescindible.
Es muy difícil desentrañar en qué derivará esta etapa argentina, para no ir más lejos, porque ya no hay partidos. Hay tribus. Y como si fuera poco, las tribus no tienen liderazgos. O los que tienen están devaluados.
Tal vez se le haya abierto una posibilidad de consolidación a Kicillof, desafiado con rebelión fiscal por el tránsfuga Espert. Pero, reiterado e incrementado, el gobernador debe vérselas contra, justamente, un ahorque estremecedor.
A eso nos referimos ya en otras columnas, cuando preguntábamos, frente a la probabilidad de aprietos políticos severos, vacío de poder, etcétera, quiénes serían hoy los Alfonsín y Duhalde que encabezarían la administración de la crisis.
Habrá que ver si el experimento de Milei, gracias a algún apoyo financiero internacional más el de las corpos locales y extranjeras, sobrevivirá a este estadio donde él festeja que “la gente” no tenga un mango porque lo sacrificial dará resultados. Aunque acaba de afirmar que los jubilados, en dólares, tuvieron un 150 por ciento de aumento en sus haberes.
¿Tiene sentido seguir discutiendo sobre las cosas que dice este sujeto?
Habrá que ver y cada quien actuar según sus posibilidades, necesidades, capacidades. Y deseos. No hablamos de intereses porque esa cuestión enorme está puesta en jaque hace rato, debido a la victoria cultural del individualismo sobre el espíritu colectivo.
Más pareciera que un sentido mayor es cuál será el volumen de aguante, o hipnosis, del grueso social que sostiene a este Gobierno con esperanza o resignación (junto con sus Conan mediáticos, y la parte de “la casta” todavía temerosa de quedar como destituyente).
Pero, como si ese desafío fuera poco, además hay que acertarle a quiénes conducirían el reemplazo de semejante experiencia, tan lisérgica como cruel.
No es algo gustoso, claro.
Es lo que hay objetivamente, y mejor prepararse para construir la opción superadora de esta crueldad.