Por Daniel Guiñazú
Cada vez que nos asomamos al fútbol de la Premier League inglesa percibimos que se trata de un deporte que se llama igual al que se practica en el resto del mundo. Pero que a la vez, resulta diferente. Tanto sus equipos de punta como aquellos que luchan por no descender protagonizan partidos abiertos, intensos, de ida y vuelta, con muchos goles y muchas situaciones y resultados que nunca terminan de cerrarse. La calidad de los grandes jugadores y la decisión de los técnicos de asumir riesgos más allá de las diferencias de poderío económico producen espectáculos atrapantes, que bien nos gustaría disfrutar con mayor frecuencia en nuestro empobrecido fútbol de entrecasa.
Esta excelencia futbolística genera muchos mejores partidos. Pero en paralelo, no provoca campeonatos parejos y peleados. De hecho, disputadas 21 fechas y faltando 17 para el final, Manchester City lidera con diez puntos de diferencia (53 a 43) sobre Chelsea. Sería una hecatombe que el gran equipo que dirige Pep Guardiola perdiera este título. En otras ligas importantes de Europa, sucede exactamente lo mismo: hay un conjunto cortado en la punta que galopa rumbo al campeonato casi sin oposición. En la Bundesliga alemana, Bayern Munich le lleva nueve unidades (43 a 34) al escolta Borussia Dortmund, en la Liga española, Real Madrid le sacó ocho (46 a 38) al Sevilla) y en la Ligue 1 francesa, el PSG le hizo 13 de diferencia (46 a 33) al Niza. Sólo la Serie A de Italia (Inter 46, Milan 42), la Eredivisie de Holanda (PSV 43, Ajax 42) y la Primera Liga Portuguesa (Porto y Sporting 44) resultan equilibradas e imprevisibles.
La última edición de la Liga Profesional Argentina se pareció bastante a esos campeonatos desparejos: River salió campeón tras haberle sacado 7 puntos (54 a 47) al segundo Defensa y Justicia. Pero en general, los torneos locales se resuelven por diferencias estrechas. Y es aquí donde se plantea la disyuntiva: ¿donde está la emoción de un torneo? ¿En el alto nivel del juego o en una competencia equilibrada y repartida? Desde luego que el ideal emotivo sería reunir técnica y competitividad en un mismo certámen. Pero no siempre es posible, o sólo lo ha sido en contadas ocasiones. Al menos en esta temporada 2021/22, las ligas más importantes de Europa destacan varios equipos que juegan muy bien y generan grandes partidos. Pero que están muy por encima del resto. A veces demasiado.
El fútbol argentino, en cambio, cada año parece alejarse más y más de la excelencia técnica europea. Los mejores jugadores emigran rapidamente, si despunta algún buen equipo, muy pronto queda desmantelado por las ventas y los técnicos mandan a cerrar los partidos que, en muchos casos, resultan soporíferos, escasamente soportables. Lo único que todavía puede ofrecer son campeonatos mas o menos parejos y peleados. Con ese atributo alcanza para sostener la pasión. Pero no para disimular las carencias que saltan a la vista no bien se pone a rodar la pelota.