Por José Luis Lanao
Hace unos años se vendió una vagina en internet. Algo que invita a pensar y repensarnos. La actriz y modelo Cara Delevingne, con más de 43 millones de seguidores en Instagram y nueve millones en Twitter, decidió crear y vender una obra de arte digital en torno a su vagina bajo la confesión de no saber muy bien lo que estaba vendiendo. Se trataba de un NFT (Not Fungible Tokens), productos diseñados, por lo general, como obras de artes digitales de compra y venta en la “nube”. En el video promocional se la veía a la joven de 28 años desnuda, frente a una puesta de sol, transmitiendo el siguiente mensaje: “Esta vagina es mía, y con ella hago lo que quiero”.
El agitador de la “alt-right” Jack Posobiec, uno de los portavoces de la extrema derecha estadounidense, y conocido de Javier Milei, consideró la obra de “porno basura” y la alineó con el llamado “marxismo cultural”, enemigo de los valores de la sociedad occidental, cristiana y de libre mercado. Demasiada influencia para una modesta vagina digital. Pero es que como ya dijo Trump: “El marxismo cultural lo impregna todo. Es el enemigo a vencer”. Un pensamiento que recorre el sistema nervioso central de Giorgia Meloni a Le Pen, de Orbán a Bolsonaro, de Milei a Macri. Ese “marxismo cultural” que se enmarca dentro del rearme ideológico de la extrema derecha y la derecha alternativa como parte de la teoría de la conspiración, que sostiene que los movimientos progresistas incapaces de triunfar en el terreno político y económico se atrincheran en el terreno cultural como último baluarte para preservar sus contenidos.
Consideran cultura “neomarxista” todo aquello que alimente la supuesta corriente “gramsciana” de dominio de las ideas, de las creencias, de la moral, de las artes, del deporte, de la educación. Ese “marxismo cultural” demonizado en su vertiente ecológica, LGTBI o feminista, de género, de clase, de raza. Hasta las consecuencias del cambio climático son percibidos como una estrategia por imponer una “marxista dictadura verde”.
La batalla por la hegemonía cultural de la ultraderecha se desarrolla, hoy en día, en espacios de lo más sorprendentes. Unas simples elecciones en Boca pueden ser un formidable campo de batalla donde confrontar con el “marxismo cultural”. Es así como fueron a la caza del “marxista” Riquelme, convertido, sin proponérselo, en un inesperado símbolo resistencia popular.
El actual presidente de Boca entendió que no solo venían por su cabeza, sino también por las vísceras de la entidad. Y les hizo frente. Que no es poco. “Boca no se privatiza”, dijo. Un “alarido” que hoy toma un valor relevante, cuando más de 40 empresas del Estado están en el objetivo de ser privatizadas. Uno se pregunta si saldremos a la calle a defender con el mismo entusiasmo, con el mismo fervor de resistencia “xeneize”, de pertenencia, de identidad, cuando estos profetas de la jibarización del Estado nos vengan a privatizar la sanidad, la educación, las pensiones. Si no es así, como dijo Pound, la vida seguirá pasando como un ratón de campo, sin agitar la hierba.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979