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Opinión del Lector

Moto, guitarra y poncho

 Juanjo Lakonich

Por Juanjo Lakonich

Suelo caminar mirando más el piso que el horizonte, es un defecto que arrastro desde la niñez. Por eso la veo cada vez que paso por el edificio de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde trabajo como docente. Algunos la pisan como si fuera una más, yo la rodeo y recuerdo a alguien que me hubiera gustado conocer. Vanamente, lo imagino en su moto, con el poncho puesto y la guitarra atravesada a la espalda.

La baldosa dice: “En homenaje a Roberto 'el Gordo' Sammartino. Psicólogo y docente de nuestra carrera de psicología. Músico y librepensador de gran sensibilidad social. Asesinado a sus 34 años por el terrorismo de estado, en manos de la C.N.U. 4 de junio de 1975.”

En aquella época la carrera se cursaba solo por la tarde-noche en el edificio de la Escuela Secundaria N° 1, conocida como “La Piloto”, donde hasta hace pocos años me desempeñé como director. Siento que me unen varias cosas con Roberto: la docencia universitaria, haber caminado las mismas aulas y pasillos, y un modo distinto de intentar el oficio de psicólogo.

Diego Naddeo y Damián Rodríguez Sessarego también son psicólogos y docentes de la Facultad, y nacieron algunos años después de que la banda de ultraderecha Concentración Nacionalista Universitaria que asoló Mar del Plata y se enquistó en la conducción de la misma universidad secuestrara a Sammartino la noche del 4 de junio, luego de haber dado sus clases de siempre de Psicología del Trabajo. Ellos realizaron una profunda investigación sobre la vida de nuestro colega.

“Eramos estudiantes que estábamos por finalizar la carrera y queríamos saber la vida que habían tenido aquellos que estaban congelados en una foto en la cartelera de homenaje a los detenidos-desaparecidos que estaba en el pasillo de la Facultad. Y nos pusimos a investigar por nuestra cuenta, incluso después de recibirnos. Entrevistamos a docentes, a familiares, a graduados y a compañeros de militancia; revolvimos cajas de archivos y aparecieron los legajos olvidados. Y al ir conociendo, nos dimos cuenta que Sammartino representaba algo especial porque era una figura central en el ámbito académico de aquellas épocas".

“Roberto había estudiado derecho en Córdoba y después en La Plata. Era músico amateur, tocaba muy bien la guitarra y también el trombón. Escribía poesía y esculpía en madera. Y era motoquero, varias veces se fue con amigos en su Zanella 175 a recorrer el norte argentino, donde hizo estudios antropopsicológicos, y el Uruguay, donde en una ocasión sufrió una razzia a la salida de un recital popular. Además de ser docente, como psicólogo trabajaba en orientación vocacional y ocupacional, lo que lo llevó a dar cursos en sindicatos, por ejemplo en Luz y Fuerza. Y siempre andaba emponchado y con su guitarra. Su hermana nos ha contado que era una persona con gran preocupación por los problemas sociales y políticos, por el malestar de las clases más desfavorecidas y siempre crítico con los estamentos y los grupos de poder político. Con un pensamiento de izquierdas y en algunas épocas cercano al peronismo, su personalidad -siempre rebelde a la autoridad y las jerarquías- y su forma de concebir la libertad personal y de pensamiento, hizo que nunca estuviese encuadrado. Era sin embargo un apasionado y ameno discutidor en cualquier foro o grupo, con un estilo provocador de tipo socrático que creaba malestar en quien se sentía cuestionado. Era muy conocido en distintos ámbitos de la ciudad, una persona querida, y también un personaje entrañable para muchos, y molesto para otros”.

¿Se sabe por qué le apuntaron a él? “No se sabe bien por qué. Un mes antes habían secuestrado a Coca Maggi, que era la decana de la facultad, y su hermana y su cuñado, ya graduados y también docentes, se habían exiliado en España. Roberto estaba bastante expuesto y ya había recibido amenazas. Es muy poco lo que se ha podido averiguar de lo ocurrido la noche que lo desaparecen. Cuentan que le dijo a una estudiante embarazada que estaba charlando con él en la vereda, que se fuera para su casa, que la mano venía pesada, pero no sabemos si eso es del todo cierto. Supuestamente lo interceptaron cuando salió con su moto. Esa misma noche, la patota militar le revuelve el departamento y la casa de su madre, buscando vaya a saber qué o a quién. Y su cuerpo acribillado con veinticinco balazos apareció al día siguiente en un descampado de la avenida Colón, al fondo de la ciudad.”

Les pregunto qué es lo que ven en la corta vida de Sammartino: “Una modalidad de ser docente universitario y también de ejercicio profesional, sin solemnidad, dotado de versatilidad, profundamente comprometido con el tiempo que le tocó vivir. Solitario y colectivo al mismo tiempo.”

Pienso en nuestro oficio, como le gustaba decir al maestro Fernando Ulloa. En 1975 recién se estaba construyendo lo identitario del psicólogo. Se pendulaba entre el consultorio y los diversos ámbitos sociales. Y ese hecho y los que sobrevinieron después del golpe, empujaron a los colegas hacia la actividad privada entre cuatro paredes, o al exilio durante algunos años.

“Un detalle increíble que muestra la impunidad que gozaban los asesinos es que cuando salió en el diario que habían encontrado su cuerpo, justo en la misma página, había una nota de las autoridades universitarias que cuarenta años más tarde fueron juzgadas y condenadas como autores de la muerte de Coca Maggi y de otros crímenes, aunque no por el asesinato de Roberto, que permanece impune. Los indicios llevan a sospechar que fueron los mismos autores, pero no se pudo probar. De un modo genérico, se hizo justicia”, cuentan Diego y Damián.

“La colocación de la baldosa fue reconocer en la memoria de Roberto, a todos los muertos, desaparecidos, perseguidos y exiliados del campo de la psicología”.

No obstante la reparación lograda, pienso que la comunidad profesional “psi” aún le debe un mayor reconocimiento institucional a Roberto Sammartino, alguien que disfrutaba y hacía disfrutar de la vida y quien fue el primer psicólogo argentino víctima de la represión, en este caso de la violencia paraestatal, que luego se fusionaría con el terrorismo de estado.

Se me ocurre pensar que está bien rodear la baldosa, tratar de no pisarla porque pareciera que es pisotearla. Se trata también de no de evitarla, porque se vuelve urgente resignificar legados y compromisos. Y también ejercer la psicología más allá de los consultorios, rumbeando hacia las mayorías populares, como nos pedía Ignacio Martín-Baró.

Tengo la sensación que en esa cuestión casi cincuenta años después, muy poco hemos avanzado. Basta remitirnos al surgimiento de algunos discursos y prácticas sociales del orden de la crueldad, que incluso forman parte de alguna de las opciones electorales que se nos presentan y que sorprendentemente, logran una considerable adhesión de nuestros compatriotas.

Colegas, hay que arremangarse que tenemos mucho por hacer.

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