"La parte que nos toca o la vida que podemos dar", es el titulo de una declaración difundida por el Obispado de Goya y, que fue redactado por el Equipo de Formación Ciudadana de esta diócesis, con motivo de las elecciones que se llevaran a cabo el próximo fin de semana. Invitan a replantearse el "compromiso ciudadano, cristiano y moral para construir la amistad social".
Un nuevo acto electoral se aproxima. Elegiremos, entre los candidatos que definimos en las P.A.S.O., diputados y senadores nacionales. En el contexto social, político, cultural y económico que estamos viviendo, es necesario replantearnos cuál es nuestro compromiso ciudadano, cristiano y moral que nos lleve a contribuir y construir nuevas relaciones de amistad social y fraternidad.
Nos cuestionamos.
¿Nos sentimos llamados a ejercer nuestro derecho a elegir?
¿Abogamos por elecciones democráticas, libres, transparentes y representativas?
¿En qué circunstancias nos involucramos participando en los asuntos de interés público? ¿Qué nos mueve? ¿El bien común o nuestros intereses mezquinos?
¿Exigimos transparencia en la administración pública, pero en nuestros ámbitos de vida solemos caer en la corrupción?
Condenamos las grietas, divisiones, pero ¿valoramos a cada persona respetándola desde su dignidad, su pensamiento, opinión o elección?
Miremos a la viuda, como lo hizo Jesús. “Ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” Mc. 12, 44. La actitud de la viuda nos cuestiona sobre cómo estamos “siendo parte” de la sociedad en la que nos encontramos inmersos. A veces, sólo “hacer nuestra parte” no alcanza, no ayuda, necesitamos involucrar y poner la vida misma en aquello que damos.
No alcanza con sólo votar cuando nos toca o porque nos sentimos obligados a hacerlo. No basta una moral cívica que protesta y denuncia, pero no propone.
Construir sociedades democráticas requiere el esfuerzo de todos, donde, como enseña el Concilio Vaticano II, “los derechos de la persona (sean) condición necesaria para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa pública”.
El ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral.
Deberíamos ser guiados más por nuestras convicciones morales que por nuestro apego a un partido político o grupo con intereses especiales, para “ver más allá de la política partidista, (analizar) las promesas de la campaña con un ojo crítico y (escoger) dirigentes políticos según su principio, no su afiliación política o el interés propio” (USCCB, Vivir el Evangelio de la Vida, no. 33).
La falta de representación política nos desanima. Y es justamente por esto, que debemos responder con valentía y perder el miedo a participar, evitando prejuicios descarnados, y la muy temida concepción de que “esto no cambia más”.
Reducir nuestra participación social y política a un acto electoral es rebajar la calidad de nuestro sistema democrático, condenándolo a un mero procedimiento inerte.
¿Qué podemos hacer?
· Ejercer la caridad y el compromiso con el bien común, dejando de lado la “ventaja”, el “atajo” y el interés que busca sólo su propio bien.
· Exigir mediante la ley, el efectivo ejercicio del derecho de acceso a la información pública, promoviendo la participación ciudadana y la transparencia de los actos de la gestión pública.
· Bregar por los derechos humanos fundamentales de cada persona, el cuidado de la creación y la opción preferencial por los pobres y vulnerables. (Evangelli Gaudium, n° 221)
Junto al Papa Francisco “redescubramos que la vida no sirve, sino se sirve”.