Aparentemente, el 26 de julio, Kamala Harris logró hacerse con la candidatura demócrata para las elecciones presidenciales de noviembre, tras seis largos días de intriga. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden , había anunciado su renuncia a ser candidato el día 21, tras haber ganado todas las primarias. Hubo casi una semana de incertidumbre, de volatilidad . El mismo día de la renuncia de Biden, Harris presentó una solicitud para apropiarse de su campaña, pero eso no la confirmaba como candidata. Quedaba la opción de que algún verso suelto, algún gobernador o senador, le disputara la candidatura en lo que se viene a llamar un congreso abierto.Pero aquel día 26, los Obama zanjaron de una vez por todas el asunto. Fue una llamada telefónica, pero tenía la escenografía de una producción de Hollywood. Las cámaras grababan a Kamala en un pasillo, y ella, traje y chaqueta color crema, collar de oro de Tiffany, sonreía y asentía: «¡Hola! ¡Estáis los dos!». Por supuesto, sabía que le iban a llamar los dos, que le iban a brindar su apoyo y que iban a encargarse de que ella fuera la elegida. «Michelle y yo no podemos estar más orgullosos de darte nuestro apoyo y hacer lo posible por ayudarte a ganar estas elecciones y llegar al Despacho Oval», le dijo él. Resultado del movimiento: un vídeo viral, con 100 millones visitas en la red social X.Pero lo que en julio pareció una vertiginosa sucesión de hechos insólitos , de incertidumbre y coincidencias que acabaron con un relevo aparentemente fortuito en la candidatura demócrata, se llevaba en realidad fraguando no meses, sino años. La llamada \'Operación Kamala\' era un secreto apenas oculto en Washington y, para discernir sus verdaderas dimensiones, es necesario remontarse a 2009.Noticia Relacionada estandar Si Los Obama exaltan a los demócratas con una embestida doble a Trump para impulsar a Harris Javier Ansorena | Enviado especial a ChicagoAquel año, el primero de presidencia de Barack Obama, Harris tenía grandes planes. Durante cinco años, había sido fiscal de distrito en San Francisco, pero aspiraba a ascender, a ganar las elecciones a fiscal de distrito de toda California. Tenía Harris algún problema de imagen, sobre todo por la polémica suscitada por un programa piloto para llevar a juicio a los padres cuyos hijos faltaran a clase en más de 50 ocasiones en un año escolar (hubo siete imputados, ninguno condenado). Y, ya entonces, al rescate vinieron los Obama . Una periodista cercana a estos, la presentadora de la cadena PBS Gwen Ifill, publicó un libro sobre los nuevos líderes políticos negros, en el que dejó escrito: «Es brillante, es inteligente, la llaman la versión femenina de Barack Obama». El entonces presidente tardó menos de un año en apoyarla en las elecciones a fiscal general, con lo que eso suponía: acabó ganando, como no podía ser de otra manera.Todo comenzó en 2004Obama y Harris se conocieron cuando él se presentó a un escaño del Senado por Illinois, y ella, que era por entonces fiscal de distrito, acudió a una cena con él en California. Era 2004, él ganó, ofreció un recordado discurso en el congreso de su partido de ese año (el candidato era John Kerry) y decidió, ya entonces, presentarse a las primarias de 2008 si su partido perdía de nuevo frente al expresidente George W. Bush, como sucedió.Obama tenía un problema entonces, de nombre Hillary Clinton. La ex primera dama, entonces senadora, aspiraba a romper el techo de cristal y tomar las riendas del partido. Las primarias demócratas de 2008 fueron de las más reñidas de la historia, una guerra fratricida en toda regla . Obama, un desconocido, un verdadero \'outsider\', necesitaba todos los apoyos que pudiera reunir, en especial de mujeres. Y Kamala Harris se apuntó a la lista de voluntarios , tomó un vuelo de California a Iowa, y gratis total, en el frío hiriente del invierno del Medio Oeste, fue de puerta en puerta explicando por qué votar al candidato Obama era lo adecuado.Obama ganó los caucus de Iowa y se aseguró la candidatura el 4 de junio. Y, de entre las muchas deudas y peajes adquiridos en ese proceso, la que ha tenido con Kamala Harris ha sido la que mejor ha pagado. Desde la Casa Blanca, Obama apoyó a Harris en todas las elecciones a las que se presentó: a fiscal general de California y a senadora por ese estado. Cuando en 2015 se le jubiló su primer fiscal general, Eric Holder, el presidente planteó a su gabinete sustituirle por Harris, aunque al final se decantó por otra mujer negra, Loretta Lynch, porque ella prefería el Senado, que fue su plataforma a una candidatura a la presidencia en 2020.Con Holder de por medio, Obama se metió en un apuro en 2014, cuando en un discurso en California expresó su admiración por Harris no solo por su pericia, su intelecto y su labor como fiscal. «Es brillante, es dedicada, es dura, y también resulta ser de lejos uno de los fiscales generales más atractivos de todo este país», dijo entonces Obama. «Venga, venga, es verdad», añadió el presidente, como bromeando. Tuvo que pedir perdón menos de veinticuatro horas después, entre críticas de machismo y bromas sobre el estado de su vida conyugal. El final de la era Obama fue una debacle para los demócratas. Perdieron todo el poder en Washington en las elecciones de 2016. El vicepresidente de Obama, Joe Biden, querría haberse medido con Donald Trump, era la opción lógica, jugaba al mismo juego que el republicano: un populismo nacionalista lejano de las elites con un tono socarrón y a veces cómico. Pero Obama le cortó el paso. En 2008 había ganado a Clinton, le debía una por el apoyo que ella le había ofrecido tras el final de las primarias. Por mucho que Biden le hubiera prometido a su hijo mayor, Beau, en su lecho de muerte, que se presentaría a la presidencia, iba a ser imposible.Biden siempre ha mantenido que en 2016 hubiera ganado a Trump. La mejor forma de demostrarlo fue para él su contundente victoria sobre este en 2020. Porque Obama le cerró el paso una vez, se negó a dejarse asesorar . Cuando portavoces, conseguidores e interpuestos de Obama le advertían sobre su avanzada edad, sobre lo mal que le iba en las encuestas, el presidente hacía oídos sordos, se refugiaba en su familia y en su equipo, y, aprovechando el monumental peso de vivir en la Casa Blanca, se impuso en las primarias sin que nadie le tosiera. El problema para Biden era él mismo. Sus lapsus se hicieron más frecuentes y más graves. Tropezaba, se caía, confundía nombres y fechas, perdía el hilo. Su evidente declive quedó evidente en el debate con Trump del 27 de junio, y entonces la maquinaria de los Obama se puso en marcha. Ya estaba todo preparado. Si no, no se explica que, menos de doce horas después del debate, cuatro asesores y colaboradores de Obama, todos ellos veteranos de la Casa Blanca, tuvieran un pódcast grabado y publicado, pidiendo al líder de su partido que se marchara cuanto antes. Esos asesores, apodados \'los obama-bros\', Jon Favreau, Tommy Vietor, Jon Lovett y Dan Pfeiffer, fueron la avanzadilla de un movimiento de presión que adquirió la fuerza de un tsunami que engulló al presidente Biden. En julio, Obama calló pero su silencio fue muy elocuente. En una entrevista con Lester Holt, de la cadena NBC, Biden admitió que no se llamaban , que el contacto en un momento tan amargo para el presidente era nulo. Los amigos de Obama, también el influyente estratega David Axelrod, aparecían en todas las cadenas de televisión instando a Biden a irse. Otra vieja amiga de los Obama, Nancy Pelosi, que hasta 2023 fue presidenta de la Cámara de Representantes, movilizó a los diputados demócratas para que fueran pidiendo públicamente la jubilación del presidente Biden . Uno tras otro, en un goteo tan incesante como humillante, fueron dando el paso que se les reclamaba. Sumaban la veintena cuando Biden anunció por carta que tiraba la toalla. Hasta el presidente de la primera potencia mundial tiene un límite.El hoy presidente y el que fue su jefe durante ocho años ni siquiera se toleran En el mundo de la política, el odio más intenso suele esconderse tras una sonrisa y un abrazo. Si se le pregunta a Joe Biden sobre su relación con Barack Obama, algo que ha sido muy habitual en sus cuatro años de presidencia, responderá siempre en la misma línea, con palabras idénticas: «Es mi colega, es mi amigo, yo fui su vicepresidente». Esto último es verdad. Lo primero, queda en duda. El equipo de Biden apenas ha ocultado el desprecio que siente por Obama y los suyos por la situación imposible en que les ha colocado. Les ha sido imposible mantener viva la candidatura del presidente cuando su predecesor, igual que los Clinton, se ha negado a expresar en público, como en privado, unas pocas palabras de aliento, por breves o comedidas que fueran. La última vez que ambos se vieron fue el 17 de junio, en un acto de recaudación de fondos con millonarios en Hollywood. Recaudar, recaudaron: 30 millones. Ahora bien, Obama, han revelado varios asistentes a esa cena, quedó entonces preocupado. Biden, que venía de varios viajes y se había cruzado medio planeta, estaba catatónico, parecía no reconocer a nadie, era incapaz de articular más de dos ideas juntas. Obama, con sus amigos George Clooney y Julia Roberts, llevó el peso de la noche, se codeó con los famosos, fue abriéndoles la chequera. Quedó patente en aquel sarao que la energía que le sobraba a quien estaba ya jubilado le faltaba, y de forma desesperada, a quien pretendía seguir siendo líder del mundo libre hasta haber cumplido los 86 años. Tras aquella bochornosa noche, Obama pasó a callar, mientras por debajo preparaba un relevo imposible de parar.Cargos afinesLos seis días que tardaron los Obama en expresar su apoyo a Harris fueron para muchos una pantomima. Los hechos hablaban por sí mismos. Harris, al tomar el control de la campaña de Biden, le sobreimpuso a una serie de nuevos fichajes... Todos ellos procedentes de la era Obama . David Plouffe, jefe de la campaña de Obama en 2008, es hoy el máximo asesor de Harris. La subjefa de la campaña de Obama en 2012, Stephanie Cutter, se desempeña hoy en unas funciones similares con Harris. David Binder, un estratega experto en demoscopia que asesoró a Obama, presta unos servicios idénticos a la hoy candidata.En ese momento, la campaña de Harris renació. Una vicepresidenta impopular, que tenía serios problemas de imagen, denostada por el fracaso de su gestión de la crisis migratoria, se reinventó en una ilusionante candidata, de padres inmigrantes, encarnación misma del sueño americano, rebosante de esperanza y garante del cambio. Era, sin apenas disimulo, un calco de la campaña de Obama en 2008. Para disimular, donde Obama decía «cambio», Harris dice «futuro»; y donde Obama decía «esperanza», Harris promete «ilusión».Todo eso, dicen sus críticos, incluidos los últimos partidarios de Biden, es una gran operación de \'marketing\' de los viejos estrategas de Obama. Cuando estos tenían ya firmemente cogidas las riendas de la campaña, Michelle y Barack escenificaron la llamada y se encargaron de que el congreso del Partido Demócrata en agosto fuera un mero trámite. Harris llegó ya a él ungida como candidata, sin haber ganado un solo voto en las primarias, tras una votación secreta que tuvo lugar por vía electrónica.Biden, el presidente defenestrado, quedó relegado a un discurso a altas horas durante la primera noche de congreso, la más floja. El tercer día, Harris dio el gran discurso final, y prometió «un nuevo camino para un nuevo futuro», como si no llevara cuatro años siendo vicepresidenta. En medio, la segunda jornada se dedicó a los Obama, a los dos, que fueron ensalzados como lo que son: dueños de los designios de su partido y de su nación.