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Internacionales

El rearme del poder duro en Europa, por David Rieff

Joseph Nye acuñó el concepto \'poder blando\' en 1990 en su libro \'Bound to Lead\'. Su propósito era rebatir el lugar común de entonces, según el cual, dado que la Unión Soviética estaba superando a Estados Unidos en poderío militar y Japón lo sobrepasaba económicamente, el país americano estaba condenado al declive al igual que antes había ocurrido con los imperios español y británico. Los \'declinistas\', cuyas valoraciones quedaron plasmadas en \'Auge y la caída de las grandes potencias\', el exitoso libro de Paul Kennedy de 1978, lo sostenían porque se centraron únicamente en el poder duro estadounidense y en el conjunto de los recursos tangibles de la nación. Este enfoque, proponía Nye, había llevado a los dirigentes de la política exterior estadounidense a subestimar los abundantes recursos del poder blando del país, que definía como «la capacidad de conseguir lo que se quiere mediante la atracción y no mediante la coerción o el pago». Para Nye estos recursos eran asimismo vitales. Si bien, posteriormente, en un ensayo de 2017, \'Poder blando: los orígenes y decurso político de un concepto\', Nye reconoció que sus ideas parecían haber tocado más la fibra sensible de los dirigentes políticos europeos que de los estadounidenses, un eufemismo donde los haya. Pues la Unión Europea había hecho del poder blando o, más precisamente, del poder normativo, el fundamento no sólo de su diplomacia internacional sino de su propia conceptualización como gran potencia. No es que los Estados miembros de la Unión Europea hubieran desguazado sus bases militares. El propósito mundial de Europa ya no era el imperio, como lo había sido durante medio milenio, sino la instauración, dentro de las fronteras de la UE, de la \'paz perpetua\' basada en el derecho cosmopolita de aplicación universal con el que había soñado Immanuel Kant y, al otro lado de esas fronteras, la globalización de dicha paz mediante el establecimiento de normas y la elevación del derecho internacional por encima del nacional, sobre todo en lo tocante a los derechos humanos. Mediante el repudio de su pasado sanguinario, y la propugnación de su propio éxito en la construcción de lo que Jürgen Habermas denominó una «constelación posnacional» que sirviera de catalizadora para conducir al mundo hasta lo que Churchill, al referirse a las promisorias Naciones Unidas, llamó la «soleada altiplanicie», mediante el ejemplo -las normas que estipulaba para sí misma- y el ejercicio de su influencia, su \'poder blando\', en la promoción de dichas normas en el ámbito internacional. Pacto de seguridadA diferencia de las conjeturas pesimistas en las que se funda la centralidad del poder duro, conjeturas compendiadas en el célebre adagio romano, «Si quieres la paz, prepárate para la guerra», la coherencia de esa representación del mundo dependía de un discurso del progreso, de la idea, por tomar prestada la expresión de Martin Luther King, de que el arco de la historia moral podrá ser largo, pero se inclina hacia la justicia. No había poca complacencia y autobombo en semejante concepción, pues a menudo los diplomáticos europeos parecían estar diciendo, en efecto: «Si podemos poner fin a milenios de guerra en nuestro continente, ¿por qué no podéis hacer lo propio en otros continentes?» Sin embargo, sería un error considerar el enaltecimiento europeo del poder blando como mera manifestación de cinismo. Pues también su idealismo era genuino. La Unión Europea es muchas cosas: un pacto de seguridad entre sus miembros; el mayor mercado único del mundo; desde 1992 una unión económica y monetaria; y, algo menos admirable, un coto de proteccionismo agrícola (algunos dirían incluso que un tinglado). Pero desde su origen también ha sido un proyecto moral, visionario incluso, aunque ya esto parezca absurdo a muchos, sobre todo en el sur global, donde el orden internacional basado en normas encabezado por la UE se considera en amplios sectores mero colonialismo por medios no militares. Tal y como Habermas ha encuadrado este núcleo ético del proyecto europeo, Europa se conformó a partir de dos experiencias históricas, la del conflicto entre Estados en el continente y la de la conquista imperial en el resto del mundo. Para Habermas, el gran logro de la Unión Europea desde la perspectiva moral estribó en sustituir la norma de la guerra y la colonización por otra fundada en ideas universales de derechos humanos, democracia y secularismo, y en la que es creciente el rechazo a la guerra como un atavismo. El final de la Guerra Fría pareció despejar las vías para la consecución de dicho ideal.El sueño europeo de un mundo en el cual el poder blando sustituyera al poder duro ha terminado hecho polvo en UcraniaLos fracasos de la invasión estadounidense de Irak y de su ocupación de Afganistán parecieron validar la noción de que un unilateralismo al estilo estadounidense, que desdeña el derecho internacional y depende en buena medida del poder duro, no sólo era moralmente turbio sino, en la práctica, contraproducente. Pero el sueño europeo de un mundo o, en su defecto, al menos de un continente, en el cual el poder blando o, para ser más precisos, el poder normativo sustituyera al poder duro, ha terminado hecho polvo, en sentido literal y figurado, en Ucrania. El filósofo político e historiador alemán Jan-Werner Müller reflexionó recientemente al respecto: «A los euroanimadores les gustaba contraponer las formas estadounidenses de promover la democracia -invadir países y obtener grandes beneficios para las empresas estadounidenses- a las europeas: volver irresistible la adhesión para los Estados vecinos, y luego transformar en su seno pacíficamente la política -mientras se obtienen grandes beneficios para las empresas europeas-». Sin embargo, en la estela de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia el 24 de febrero de 2022, de pronto la guerra dejó de parecer obsoleta, incluso para muchos en la izquierda en países como Alemania y Holanda, donde los movimientos antibelicistas lograron movilizar a millones de personas contra diversos despliegues de misiles de la OTAN en los años ochenta y contra la invasión estadounidense de Irak en 2003. Armas nuclearesIncluso el temor de que Rusia pudiera recurrir a las armas nucleares -y el temor de que toda guerra en Europa terminara por ser nuclear permite explicar el poder de la opinión antibelicista existente en muchos países europeos hasta el conflicto en Ucrania- no ha sido suficiente para movilizar a los europeos contra el rearme masivo precisamente en países como Gran Bretaña, Holanda y Alemania, en los cuales históricamente se han desarrollado los mayores movimientos de masas antibelicistas, y que la guerra de Ucrania ha provocado.Para dejarlo claro, no es que las antiguas potencias coloniales, sobre todo Gran Bretaña y Francia, sino también Holanda, Bélgica y Alemania, hayan pasado completamente a retiro a sus ejércitos ni, lo que es más decisivo, a sus fabricantes de armas. Al contrario, entre 2019 y 2023 Francia fue el segundo mayor exportador de armas tras Estados Unidos, y Alemania, Italia, Gran Bretaña y España fueron el quinto, sexto, séptimo y octavo, respectivamente, tras el tercero, Rusia, y el cuarto, China. Y sobre todo en Francia un ejército fuerte siempre ha contado con el apoyo mayoritario tanto en el centro-izquierda como en el centro-derecha y la derecha. Pero ningún país europeo, entre ellos Gran Bretaña y Francia, ha estado dispuesto a sufragar con el dinero necesario el equipamiento de sus ejércitos para librar una guerra convencional contra un adversario semejante. Al contrario, durante la Guerra Fría, los países europeos de la OTAN dependieron de Washington para que respaldara la defensa del continente, y posteriormente, tras el 11-S, en lugar de modernizar sus fuerzas para lo que en la jerga militar se denomina conflicto de \'alto nivel\', los países que aún mantenían sus presupuestos militares los reconfiguraron para centrarlos en las capacidades de contrainsurgencia necesarias a fin de combatir en la llamada guerra mundial contra el terror. Se pasaron por alto las voces que advirtieron sobre la necesidad de prepararse asimismo para una guerra convencional y se archivaron los planes previos al 11-S destinados a ello.Actualmente la situación es diametralmente opuesta a la imperante antes de la invasión rusa a gran escala de Ucrania. Casi todos los países europeos de la OTAN han incrementado un tanto su presupuesto militar, algunos muy significativamente, y asegurado próximos incrementos. Ha terminado el período en el que Donald Trump pudo exigir justificadamente, durante su presidencia, que sus aliados en la OTAN debían cumplir el compromiso de gastar el 2 por ciento del PIB en sus fuerzas armadas. A partir de este año, sólo 8 de los 32 países de la OTAN -Canadá, Italia, España, Portugal, Bélgica, Croacia, Eslovenia y Macedonia- todavía no cruzan el umbral del 2 por ciento. Y es igualmente importante que los recursos destinados tanto a la producción a gran escala de munición para el almacenamiento, lo cual no había sido antes prioritario para la OTAN, como a los sistemas de armamento necesarios para librar una guerra convencional como la que se está desarrollando en Ucrania, y comprende diversas tecnologías, sobre todo de drones, han transformado radicalmente el conflicto armado, tanto como otras tecnologías militares, desde el fusil de retrocarga hasta el misil, lo transformaron en épocas anteriores. El \'efecto Ucrania\' ha supuesto que los países de la OTAN hayan incrementado su presupuesto militarAdemás, los países que habían previsto reducir su capacidad han retrocedido. Por ejemplo, los neerlandeses tenían la intención de no reemplazar su flota de submarinos cuando fuera desguazada en los cinco años próximos. Pero en 2024 esa decisión se revirtió y adjudicaron un contrato de 5.600 millones de euros al constructor francés Naval Group por cuatro submarinos nuevos. El gobierno neerlandés también ha previsto el encargo de cuatro nuevas fragatas y seis buques de transporte anfibio, cuyo coste total se estima entre 4.500 y 6.000 millones de euros.El \'efecto Ucrania\' ha supuesto que en todos los países de la OTAN igualmente se efectúen pedidos de una magnitud sin precedentes. Francia gastó 21.900 millones de dólares en la adquisición de armamento en 2023, lo cual incluyó 42 cazas de combate Rafale, un cantidad no especificada de buques de patrulla de altura, 109 obuses montados en camiones Caesar de nueva generación, un sistema de armamento que ya ha demostrado su utilidad en los campos de batalla ucranianos, y 420 vehículos blindados ligeros Serval. En lo tocante a su PIB, los países más pequeños de la OTAN, sobre todo los contiguos a Ucrania y a Rusia, como los bálticos y Rumanía, han asignado aún más recursos, y estos últimos han efectuado un pedido de 7.200 millones de dólares por 32 cazas F-35 de última generación estadounidenses. Polonia se armaEl caso más extremo de todos es el de Polonia. Entre la disolución en 1991 del Pacto de Varsovia, la alianza militar encabezada por los soviéticos a la que perteneció desde 1955 hasta la caída de la Unión Soviética, y 2015, el presupuesto militar polaco nunca superó los 10.000 millones de dólares. En 2021 había aumentado a 15.000 millones de dólares, y en 2024 se ha duplicado hasta superar los 32.000 millones de dólares, más del 4 por ciento del PIB del país, y proporcionalmente el más cuantioso de la OTAN, incluido el de Estados Unidos. Entre los pedidos de compra de Polonia a Estados Unidos en 2023 y 2024 destacan 96 helicópteros artillados Apache, 48 nuevas baterías de misiles Patriot y 366 carros de combate Abrams nuevos o modernizados. Otros pedidos se han efectuado a contratistas de defensa de Suecia y, sobre todo, de Corea del Sur, que en años recientes se ha convertido en un importante productor de armamento de alta gama, como aviones de reconocimiento, tanques, obuses autopropulsados y cazas de combate ligeros.La acumulación polaca de armamento es producto de un consenso político nacional. Iniciado por el gobierno populista del Partido Ley y Justicia (PiS) y ha continuado con el centrista partido Coalición Cívica que llegó al poder a finales de 2023. Marius Błaszczak, ministro de Defensa de Ley y Justicia en 2023, declaró que el objetivo de Varsovia era tener «las fuerzas terrestres más poderosas de Europa». De sus palabras se hizo eco Radek Sikorski, uno de los líderes de Coalición Cívica, cuando fue designado ministro de Asuntos Exteriores: se jactó de que el gasto militar de Polonia aumentaría hasta un 5 por ciento en 2025 y quizá aún más en años posteriores. Incluso si Sikorski exagera, el ejército polaco ya es más poderoso de lo que había sido desde la muerte en 1693 de Juan III Sobieski, rey de la Mancomunidad de Polonia-Lituania y el que levantó el asedio otomano a Viena. La perspectiva desde Varsovia, Helsinki, Tallin, Riga, Vilna o incluso Bucarest es evidentemente muy distinta de la londinense, parisina o hayense, por no hablar de la berlinesa. Los polacos, los finlandeses (con Suecia, el miembro más reciente de la OTAN), los bálticos y los rumanos, no tienen pasado colonial de que avergonzarse. Fueron los colonizados, no los colonizadores. Si Rusia les parece una amenaza a su existencia es porque Rusia efectivamente lo ha sido en un pasado relativamente reciente en el caso de los países bálticos, y en un pasado no muy remoto en el caso de Polonia y Finlandia. Para ellos, la guerra de Ucrania no es en modo alguno una sorpresa. De ahí que, por ejemplo, en una Polonia por lo demás muy dividida, el consenso político no sólo sobre el imperativo de un fortalecimiento militar amplio sino sobre la alta probabilidad de que sin ello, como no se harta Radek Sikorski de advertir de que la OTAN entre por fin en razón y acepte al hecho de que para Europa el peligro es existencial, ellos sean los siguientes.Rusia, sin escrúpulosDesde una perspectiva polaca o lituana, Rusia está procediendo como siempre: como un conquistador despiadado al que sólo se puede frenar con la fuerza de las armas o, al menos, con la convincente amenaza de la fuerza militar. Es obvio, no obstante, que antes de la invasión a gran escala de Ucrania, y a pesar de la evidencia de los designios imperiales de Rusia primero en Chechenia, luego en Georgia y al cabo con la anexión de Crimea en 2014, se trata a lo sumo de una opinión minoritaria en Europa occidental, circunscrita en su mayor parte a los europeos cuyos pareceres sobre Rusia (y sobre muchas otras asuntos) son casi indistinguibles de las mantenidas por los neoconservadores estadounidenses.En ningún lugar dicho consenso tuvo más arraigo que en Alemania, la cual, desde la cancillería de Willy Brandt entre 1969 y 1974, ha propugnado tanto la distensión política con la Unión Soviética primero y con la Federación Rusa después, como, en la era postsoviética, la colaboración económica con Moscú. Después de 2010 esta colaboración se transformó en algo próximo a la dependencia. Según Müller, «conseguir que Alemania dependiera del gas ruso fue la solución práctica de [la otrora canciller Angela]Merkel a las complicaciones derivadas de su Energiewende, la transición a la energía limpia anunciada en 2010, cuyo plan abruptamente sustrajo la energía nuclear tras el desastre de Fukushima de 2011». Y adonde Alemania se dirigiera, voluntaria o involuntariamente, allí la siguieron sus socios de la UE. Pues a diferencia de las relaciones de poder establecidas entre los Estados miembros durante las primeras décadas de la Unión Europea, cuando el dominio se repartió entre Alemania y Francia, en los quince años recientes Alemania ha impuesto su supremacía. Su preeminencia económica quedó asentada con la adopción del euro, y su papel político como primer \'inter pares\', fue consecuencia de la crisis económica europea de 2010-2012 y de la expansión de la UE. Rusia está procediendo como siempre: como un conquistador despiadado al que sólo se puede frenar con la fuerza de las armasTodo lo cual supone que a efectos prácticos no puede producirse actualmente cambio alguno de importancia en la política de la UE sin el consentimiento de Berlín. Sin embargo, sería un error reducir la reticencia de Alemania, tras la anexión rusa de Crimea, sobre todo, y menos aún solamente, al interés económico nacional. El tropismo de la Alemania posterior a Hitler la dirige, si no hacia el pacifismo, sobre todo una vez finalizada la Guerra Fría, al menos hacia la certidumbre de que el poder duro ya no debería desempeñar un papel principal en las relaciones internacionales y absolutamente ningún papel en el continente europeo, se ha fundado en la convicción de que sólo una cultura de paz puede prevenir que Alemania a la postre repita los errores de su pasado militarista. Incluso durante la Guerra Fría, cuando los presupuestos militares alemanes aún eran relativamente altos, la opinión extendida en Alemania sostenía, como ha señalado Robert Kagan, que la estrategia de Estados Unidos era «demasiado beligerante, demasiado militarista y demasiado peligrosa», y que «el acuerdo y la seducción, los lazos comerciales y políticos, la paciencia y la contención» eran medios mucho más eficaces de lidiar con los soviéticos. En Polonia, en Rumanía, en Finlandia y en los países bálticos el consenso amplio sostiene que si no se frena a Rusia en Ucrania, ellos serán los siguientesEn la época posterior a la Guerra Fría, se produjo una convergencia entre la extendida cultura antibelicista alemana, cuya arenga era «hagamos la paz sin armas»; la impresión del destacado contraste de la eficacia percibida del poder blando en el periodo posterior a la Guerra Fría -sobre todo la caída de la Unión Soviética, cuyo poder militar no consiguió impedir-; lo que en aquel entonces parecía ser la diseminación mundial de la democracia; los fracasos del poder duro estadounidense en Irak y Afganistán; y el propio interés económico en mantener relaciones cordiales con Rusia. Este consenso es el que la invasión a gran escala de Rusia ha trastocado, incluso en Alemania, aunque el redescubrimiento del poder duro ha sido, por todas las evidentes razones históricas, mucho más áspero y se ha mantenido con mucha mayor ambivalencia que en Francia, Holanda o Escandinavia. Pero incluso en Alemania, con la destacada excepción de los dos partidos populistas insurgentes, el AfD de la derecha dura y el izquierdista Bündnis Sahra Wagenknecht, persiste la impresión de que la paz posterior a la Guerra Fría es cosa del pasado y de que Alemania debe rearmarse con el resto de Europa, con plena consciencia de que el rearme no es un mero despliegue sino, como recuerda el adagio romano, la preparación para la guerra. Aunque resulte imposible saber si esa guerra sobrevendrá. Sensatez o desastreEn Polonia, en Rumanía, en Finlandia y, por razones obvias, en los países bálticos, el consenso amplio sostiene que si no se frena a Rusia en Ucrania, ellos serán los siguientes. El rearme polaco y rumano; la aceptación, así sea a regañadientes, del imperativo del poder duro; el despliegue de fuerzas «preventivas» de la OTAN en el Báltico; y el vuelco de la opinión pública tanto en Suecia como en Finlandia que posibilitó la adhesión de ambos países a la OTAN tras ocho décadas de orgullosa y persistente neutralidad: todos estos hechos dan fe de lo que podría denominarse, y que Freud me perdone, el retorno de lo reprimido, es decir, del poder duro.Si todo lo anterior ha de recibirse con beneplácito o ha de lamentarse es cuestión aparte. Como ferviente partidario de la causa ucraniana, convencido como estoy de que el objetivo de Vladímir Putin es conquistar o, como se solía decir, \'finlandizar\' a los vecinos de Rusia, acojo con satisfacción el rearme de Europa, y me agradaría que se agilizara aún más. Me parece que el poder blando real no existe sin un poder duro real, y sostener lo contrario no es sino la incapacidad de afrontar las malas noticias. Pero el propósito de estas líneas no ha sido el de hacer proselitismo de tal punto de vista, sino el de describir, con tanta ecuanimidad como es posible, lo que está sucediendo. El rearme de Europa es un hecho, un hecho que al parecer no se revertirá pronto. Pero bien es posible considerarlo como una muy tardía recuperación de la sensatez en el continente, o bien concluir que llevará al desastre a Europa y al mundo.* Traducción de Aurelio Major .

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