Aunque no aparece reflejado en el Evangelio de San Mateo, la tradición habla de un cuarto Rey Mago, una leyenda que sin ser parte de la Revelación cuenta que se llamaba Artabán, también vio brillar la estrella sobre Belén y decidió seguirla. Al igual que Melchor, Gaspar y Baltazar llevaban Oro, Incienso y Mirra para obsequiar al hijo de Dios, el presente que portaba Artabán para ofrecerle al niño era un cofre lleno piedras preciosas que, lógicamente, no pudo entregar.
Decidió seguir los pasos de Jesús, pero no pudo encontrarle. Sin embargo, en su camino se fue encontrando con diversas personas que iban solicitando de su ayuda. Este Rey Mago las atendía con alegría y diligencia, e iba dejándoles una perla a cada uno. Pero eso fue retrasando su llegada y vaciando su cofre. Encontró muchos pobres, enfermos, encarcelados y miserables, y no podía dejarlos desatendidos. Se quedaba con ellos el tiempo necesario para aliviarles sus penas y luego procedía su marcha, que nuevamente era interrumpida por otro desvalido. Sucedió que cuando por fin llegó a Belén, ya no estaban los otros Magos y el Niño había huido con sus padres hacia Egipto, pues el Rey Herodes quería matarlo. El Rey Mago siguió buscándolo, ya sin la estrella que antes lo guiaba.
Artabán estuvo más de treinta años recorriendo la tierra, buscando al Niño y ayudando a los necesitados hasta que un día llegó a Jerusalén y sólo contaba con un rubí. A pesar de todo, recorrió el camino hacia el Gólgota con la esperanza de encontrarse con Jesús. Justo cuando estaba a punto de llegar, se cruzó con una mujer que iba a ser vendida como esclava para pagar las deudas que había contraído su padre. Artabán no pudo evitar ignorar tamaña injusticia y, con ese último rubí, pagó la libertad de la joven. Luego siguió su camino y llegó justo en el momento que la multitud enfurecida pedía la muerte de un pobre hombre. Mirándolo, reconoció en sus ojos algo familiar. Entre el dolor, la sangre y el sufrimiento, podía ver en sus ojos el brillo de aquella estrella. Aquel que estaba siendo ajusticiado era el Niño que por tanto tiempo había buscado. La tristeza llenó su corazón, ya viejo y cansado por el tiempo.
Tembló la tierra y los cielos crujieron. Allí, abatido, Artabán escuchó la voz de Jesús: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste“. Artabán, atónito, preguntó en voz alta: ¿Cuándo hice yo eso? y Jesús, le respondió: “Todo lo que hiciste por los demás, lo hiciste por mí. Pues yo estaba en todos los pobres que atendiste en tu camino. ¡Muchas gracias por tantos regalos de amor! Ahora estarás conmigo para siempre, pues el Cielo es tu recompensa”.
La enseñanza tiene que ver con que todos somos el cuarto Rey Mago y Jesús espera que le encontremos en cada persona necesitada que se cruce en nuestro camino…