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Rosario Sin Secretos: El día que el Zamora se casó con la Molina

 

No, no se trata de la localidad y la provincia ibérica ni del glorioso jugador y entrenador leproso con actuación internacional. Tampoco estamos hablando del árbitro que el 25 de este mes está cumpliendo 74 años, aunque ese se escriba todo junto. Pero como somos una ciudad bien futbolera, nos tomamos el atrevimiento de colocar este título para narrar algo de nuestra pintoresca historia.

Nos enteramos, leyendo el artículo de Adriana Valdés Tiejten de Sánchez Almeyra publicado en el Boletín del CEGeHR, y lo compartimos, que un día como hoy, allá por 1805, Nicolás Zamora contrajo enlace en la capilla del Rosario (hoy la Catedral en la que se atesora la imagen llegada desde Cádiz, en 1773, de Nuestra Señora del Rosario, la misma que vio Belgrano con sus propios ojos) con María del Rosario Molina, ambos de origen cordobés y traslados a una Rosario incipiente que prometía grandes destinos.

Era Zamora uno de los más conocidos del puñado de habitantes de entonces. Como que fue, entre otras cosas, el dueño de la Pulpería y Almacén de Ramos Generales a los que caía todo el mundo, ubicados sobre la calle más antigua que recibió un nombre: Mensajerías. La misma que con el tiempo se ocupó de dirimir algunas cuestiones políticas entre el pronunciamiento de Urquiza ocurrido un 25 de Diciembre y la reivindicación de Rosas. Tal vez sea hora de restañar heridas de tantas luchas fratricidas entre federales y unitarios y volver al mensaje que nos da la historia en la nomenclatura de Rosario…

Este matrimonio dio una proficua descendencia, ¡siete hijos tuvieron!, entre los que estaba la inefable Dorotea que tanto tuvo que ver con los orígenes del querido Hospital Provincial de Rosario por su denodado trabajo en la Sociedad de Beneficencia.

Quiso la Providencia que en el 12º aniversario de bodas de los padres de Dorotea naciera, en Buenos Aires, el fundador y director del diario rosarino La Confederación, Federico de la Barra, un aliado incondicional para llevar a cabo semejante sueño coronado con la capilla de San José.

De la Barra era porteño, y defendía acérrimamente a Rosas. Al conocer Rosario se convirtió en el adalid de Urquiza. “Cambia, todo cambia”, dice la canción escrita por el chileno Julio Numhauser en 1982 durante su exilio en Suecia y que Mercedes Sosa nos hizo conocer dos años después.

La alegoría del arquitecto Oscar Mongsfeld y la paleta en el óleo de Leoni Matthis nos ayudan a viajar en el tiempo

Pero lo que nunca cambió en Federico de la Barra, fue su espíritu progresista e impulsor de grandes obras, igual que el de la hija de su amiga María del Rosario, quien se reunió con otras nobles damas, en su imprenta de Comercio (Laprida) y San Lorenzo, para crear la Sociedad de Beneficencia.

¿Cómo no va a tener ese espíritu misericordioso la hija de Nicolás Zamora, uno de los privilegiados espectadores del primer izamiento de nuestra Bandera cuando el ferviente mariano, Manuel Belgrano, nos hizo su Cuna aquel 27 de Febrero de 1812, frente a las barrancas del majestuoso Paraná?

Y también, uno de los que puso su firma incondicional al pedido del párroco Pascual Silva Braga cuando solicitó al gobierno de Santa Fe de la Vera Cruz, se le diera a la Capilla del Rosario la designación de Ciudad. No llegaron a eso, pero al menos, el año pasado se cumplieron 200 años de la declaración del brigadier Estanislao López de Ilustre y Fiel Villa. Lo de Ciudad quedaría para agosto de 1852.

 

 

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