Por Daniel Caran
El tema, se admite desde el principio del análisis, es sumamente susceptible.
Ahondar en razones y argumentos puede herir a más de uno, y de los dos lados ‘del mostrador’.
Unos, acérrimos defensores de los DDHH, plantearán que es irrisorio y hasta inhumano criminalizar a pibes de 10, 11 años.
Enfrente, los que sostienen la política de mano dura, plantearán los justificativos de porqué debe actuarse con todo el peso de la ley, aun en la temprana edad.
En cuestión de horas pibes de entre 9 y 13 años fueron protagonistas directos de episodios delictivos, y la Policía, a través de sus medios de prensa, hasta se encargó de enviar la fotografía de los mismos (de espaldas) alimentando aún más esta discusión social que trasciende las ideologías.
Son pibes, nenes. Y es muy claro que no puede apuntárseles a ellos la conducta delictiva de sus actos, cuando ni la Ley los puede condenar como tales.
Pero, ¿su mala educación… es culpa de quién?.
¿De su entorno familiar… que vive inmerso en la pobreza estructural que los obliga a sobrevivir ‘con lo que venga’, buscando alternativas hasta imposibles para poder comer?
¿De sus maestros… que también deben subsistir con sueldos miserables, sin la estructura adecuada, y atendiendo cosas que trascienden su estricta condición de educadores?.
¿De los policías… mal pagos y mal formados, que si no actúan son criticados… y si lo hacen son sancionados… con vehículos ploteados a full, pero escasos de combustibles, y sin la adecuada capacitación para tratar estos casos extremos?
¿De los profesionales médicos que los atienden si están pasados con algún estupefacientes… esos que deben suministrarles una inyección para que duerman y al otro día largarlos a sus casas, porque las instalaciones sanitarias son pésimas?.
Claro que son maleducados. Por supuesto.
Mal educados por una sociedad que prefiere seguir cobrando sus sueldos al día antes que buscar alternativas para que la educación no termine siendo –porque parece ir en ese camino- solo el privilegio de unos pocos.
Son maleducados, y su obligado destino los lleva a esto.
Miserable futuro que tenemos todos, aunque no aparezcamos en fotografías de espaldas.