Por Daniel Caran
Es inevitable tratar los temas comunes que mañana serán títulos de los diarios y se instalaron durante el día en los portales informativos.
Es inevitable caer en la lógica de buscar argumentos sostenidos ante situaciones extremas, más aún cuando la muerte se codea con nosotros y se instala en nuestras mentes como hecho consumado de situaciones previsibles desde la obviedad social.
Nuestros policías, desde hace tiempo, vienen teniendo una muy débil formación en toda su preparación previa, lo que deriva en casos lamentables y repetidos: violencia de género, suicidios, muertes violentas, golpizas. En fin, tragedias.
En las últimas horas Corrientes se conmovió con otro hecho de sangre que enluta doblemente a una familia. Y los interrogantes surgen de inmediato.
¿Están preparados para manipular sus propias armas?, ¿saben hacer el mantenimiento mínimo de un elemento mortalmente peligroso?, ¿conocen las medidas estrictas de seguridad para evitar tragedias al limpiar armas?, ya consumada una muerte: ¿pueden tener el necesario momento de lucidez para evitar que el drama sea aún mayor?
Todo puede entrar en el terreno de la especulación inútil cuando hablamos de dos muertes.
Todo puede quedar minimizado a la nada cuando hay una familia entera que perdió dos seres queridos en cuestión de minutos.
Ahora: ¿vamos a seguir dejando que nuestros jóvenes sean policías por el sueldo, y no por vocación?, ¿vamos a seguir formando policías emocionalmente vulnerables?, ¿vamos a formar policías que no saben o no pueden limpiar su arma?
Aunque duela y golpee fuerte la muerte vuelve a dejarnos preguntas que debemos responder.
O mejor dicho: deben resolver quiénes corresponde.
