Por Edgardo Mocca
La extraordinaria movilización popular del fin de semana anterior puso un profundo signo de interrogación sobre la presunción del dominio político del gobierno y de los sectores dominantes en nuestra sociedad sobre el estado de conciencia colectiva. Una impresionante multitud, con presencia predominante de jóvenes y de mujeres, un clima de paz y de alegría, la ausencia de violencia, la convivencia política y generacionalmente plural y entre sus participantes certifica la plena vigencia de la tradición política, participativa y democrática entre nosotros. Quedó demostrada la falsedad intencionalmente extendida por el gobierno y sus apoyaturas políticas y periodísticas en el sentido de un supuesto apoyo “silencioso” de las mayorías sociales y políticas argentinas al nuevo experimento neoliberal hoy en curso.
¿Por qué la sorpresa? ¿Qué es lo que permitió a los sectores dominantes de nuestra sociedad crear el relato de un pueblo “conforme” con la brutalidad social, económica y política impuesta por sus sectores más poderosos? Lejos de la experiencia de la “larga siesta” neoliberal de la década de los noventas, se reveló la existencia de un pueblo (joven y con gran peso de las mujeres en su interior) “disponible” para la impostergable tarea de construir una unidad alternativa contra el avance del neoliberalismo salvaje en nuestra patria. A partir de este histórico viraje en la calle es que hay que pensar en el año político que acaba de comenzar. 2025 es el año de las elecciones legislativas, es decir el año en que la política tiene la ocasión de definir buena parte de los acontecimientos futuros.
El momento es particularmente importante por lo que tiene detrás de sí: empieza a romperse el silencio, a aparecer el país real detrás de la marquesina oficialista del “cambio”, detrás de la fantasía que intenta tejer la incesante maquinaria oficialista de “grandes mejoras” y de expectativas de cambios favorables. No se trata, claro, de un proceso rectilíneo y mucho menos de una dirección definitiva. Pero hay un elemento que, tarde o temprano, mostrará su peso: la elección es una prueba de fuego para el sistema de partidos políticos argentinos: a lo largo de este período veremos cuánto hay en nuestra sociedad de pasiva aceptación del rumbo ferozmente antipopular y antinacional del gobierno de Milei y cuánto de una disposición a enfrentarlo y derrotarlo. Habrá que ver si se fortalece el espíritu “colaboracionista” con el gobierno en los meses que nos separan de la elección y cuánto crece el nivel de las demandas que se acumulan en nuestra sociedad contra un proceso de concentración económica a favor de los poderosos.
Acaso la gran cuestión que comenzará a dilucidarse es la de la vigencia del peronismo. Una vez más, como en cada experiencia de derrota popular, florecen las miradas apocalípticas sobre lo que en 1955 dio en llamarse la “desperonización” de la Argentina; una expresión que siempre significó en la práctica el debilitamiento de la estructura y la vida sindical, la restricción de la movilización social, sistemáticamente colocada en el lugar de responsable principal de nuestros retrocesos. Estará, como siempre, el “mantel tendido” para quienes acepten los nuevos vientos de la colaboración con el estado y los palos preparados para convencer a los más díscolos. Y éste no es un pasaje cualquiera. Es pensado por los sectores dominantes como una nueva y gran oportunidad. En primer lugar porque significa el cierre de una etapa de ascenso popular sobrevenida después de la gran crisis de 2001 y la consecuente posibilidad para las clases poderosas de volver a homogeneizar la política sin la molesta presencia de la “anomalía peronista”.
Sería un error para la política popular dejar de apreciar que no se trata de una circunstancia cualquiera. Hay que darle mucha importancia a los reagrupamientos y replanteos estratégicos que rodean a nuestro país caracterizados principalmente por la voluntad norteamericana de reactivar en plenitud su supremacía político-militar absoluta en la región. Milei es una de las “esperanzas blancas” para el proyecto de reconstrucción del patio trasero, después del pasaje inestable y políticamente riesgoso para el imperio que significó el comienzo del siglo en la región. Sin atender este giro geopolítico será difícil orientarse en los años que vienen: serán seguramente tiempos de muchos cambios en la región y en el mundo. La política argentina no debería subestimar el contexto y los peligros que trae aparejados.
Todo esto es, además, el contexto obligado de la “cuestión peronista”. El período abierto a comienzos del siglo pasado constituye un punto de referencia obligado y central. Si quisiéramos sintetizarlo en una imagen podríamos acudir al festejo de nuestro bicentenario en 2016. El clima de unidad regional que transmitió lo constituyó en un punto de referencia histórica: por eso el bloqueo de cualquier situación análoga es un objetivo crucial para el imperio. Milei es la expresión autoritaria y potencialmente violenta de este curso imperial. La excentricidad del presidente no debería ser visto exclusivamente como un dato de su inestabilidad personal. Como suele ocurrir en política los rasgos personales están sometidos al tiempo histórico en los que le toca actuar a los protagonistas. El tiempo de Milei es el tiempo de profundos cambios geopolíticos con fuerte proyección hacia el futuro. En la elección están en juego aspectos centrales del lugar de nuestro país en la escena regional y mundial.