Por Jaime Duran Barba
En Argentina la mayoría de la gente apoya el proyecto de ley, que dispone que solo puedan ser candidatos políticos que no tengan condenas, especialmente por corrupción. Éticamente la idea emociona, pero cuando en la realidad bastantes jueces y fiscales hacen política y juzgan más con obediencias partidarias y encuestas que con códigos, es peligroso que a cualquier candidato le apliquen una condena exprés para sacarlo de la competencia. Lo vimos en Brasil cuando el fiscal, que luego se candidateó a la presidencia, sacó del juego a Lula da Silva.
Apropósito de esta polémica hay quienes han dicho que en 2017 sugerí al gobierno de ese entonces, que necesitaba a Cristina en la cancha para polarizar con ella y ganar, lo que es totalmente falso. Publiqué bastantes libros que se encuentran en cualquier librería porteña, y mantengo esta columna en PERFIL desde hace tres lustros. Defendí siempre que hay que respetar las instituciones, porque de lo contrario, los países caen en un caos personalista. En ese entonces hubo políticos y periodistas que sugirieron públicamente que se aprese a la expresidenta violentando el orden jurídico “solo por esta vez”. El gobierno de Mauricio Macri fue respetuoso de la división de poderes, eso me pareció republicano y lo apoyé. En todo país en el que tuve alguna influencia, me he opuesto siempre a toda persecución.
En democracia, hay que ganar las elecciones en las urnas, sin proscripciones. De hecho en ese mismo año, ayudé a Esteban Bullrich, un candidato inteligente, preparado, con muchos méritos, que derrotó a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires.
No hay candidatos invencibles, con más frecuencia hay campañas que son derrotadas, porque carecen de estrategia. Pasó algo semejante en el 2009, cuando el matrimonio Kirchner estaba en la cumbre de su popularidad y lanzó en la Provincia una lista, encabezada por el propio Néstor Kirchner, al que acompañaban candidatos de la talla de Daniel Scioli y Sergio Massa. Fue la lista más poderosa de la historia reciente, que jugó entre dos triunfos abrumadores de Cristina Fernández en Buenos Aires, dos años antes y dos años después de esa fecha. Los derrotó Francisco de Narváez, un candidato preparado, inteligente, nacido en la sofisticada clase política colombiana, nieto de un presidente de ese país, que no tenía la popularidad de sus adversarios. En ese momento fue un triunfo tan desconcertante como el de Milei, hubo rumores de que los Kirchner iban a huir a Venezuela, muchos dijeron que estaban acabados. En el 2011 Cristina obtuvo un triunfo abrumador y ganó la presidencia en una sola vuelta.
Está claro que si el gobierno actual polariza con Cristina, pasará lo mismo que con Evo y Correa, los otros líderes del socialismo del siglo XXI que compiten en elecciones democráticas: todos tienen un piso duro de un 30% y un rechazo de más de la mitad de la población. Los líderes de esa corriente que se mantienen en el poder son solamente Maduro y Ortega, dictadores militares que se mantienen por la fuerza de las armas.
No hay candidatos invencibles, con más frecuencia hay campañas que son derrotadas, porque carecen de estrategia.
Si las dos únicas opciones reales en las elecciones argentinas son Javier Milei y Cristina Fernández, y no existe un espacio renovado, que ofrezca un cambio, es muy probable el triunfo del Gobierno. El cristinismo representa a un pasado Jurásico que tiene tantas posibilidades de volver, cómo los walkman a casetes de reemplazar a las plataformas de la red. Si esa es la única alternativa a Milei, tendremos al libertario mientras dure.
Éste es un fenómeno que se generalizó en Occidente. En todos lados hay un rechazo virulento del pasado, de los líderes formales, del discurso coherente, porque la Tercera Revolución Industrial cambió la mente de la gente e instaló la liviandad y el meme. La mayoría no piensa como lo hacíamos los antiguos, hace diez años.
El mundo es otro, nos guste o no a quienes nos formamos amando a las letras. Si lo pensamos sin poner fecha, es difícil de imaginar quién habría ganado en una elección entre Milei y Alfonsín. Si ubicamos la hipótesis en el tiempo no: hace cuarenta años, en la época del discurso, habría triunfado el radical, si se celebraba en la época de las redes sociales, habría barrido el libertario.
Lo que es peor, incluso algunos líderes que saben hablar el lenguaje contemporáneo como Donald Trump, pero mantienen ideas anticuadas, son un peligro para el progreso de su país y, en este caso, para Occidente.
La idea de volver a un pasado glorioso que nunca existió es peligrosa. Todo tiempo pasado fue peor. Estados Unidos nunca fue tan grande como ahora, cuando está intentando conquistar Marte y analiza galaxias que surgieron cerca del Big Bang. Si intentamos reconstruir la Argentina gloriosa de hace cien años, deberíamos acostumbrarnos a una sociedad sin agua potable y sin alcantarillado, en el que los seres humanos tenían una expectativa de vida que era casi la mitad de la actual y la mortalidad infantil era cuatro veces más importante. Las antigüedades son muy bonitas, pero suelen ser incómodas.
La idea de Trump de obligar a las grandes empresas a cerrar sus plantas en el extranjero y volver a su país, encerrándolo en sí mismo, estableciendo altos aranceles a los productos procedentes de Canadá, México y China, lo van a conducir a ser una Albania retrasada, pero más grande.
En plena Revolución del Conocimiento, no cabe poner al frente de la educación a una campeona de lucha libre. La educación, la investigación científica, el avance tecnológico son los elementos que debe privilegiar cualquiera que quiera competir en el mundo globalizado.
No hay duda de que Alemania fue un país ordenado, el dínamo de Europa, pero su estrella se eclipsa por un simple hecho: no se adaptó a la Revolución Tecnológica.
La nueva política
El libro Kaput, the end of de German miracle de Wolfgang Münchau, un economista que fue editor del Financial Times, analiza la actual crisis económica germana. El país llegó a ser el mayor exportador global durante el auge de la hiperglobalización, desarrollando sus industrias tradicionales, especialmente la automotriz. En estos días, Volkswagen, Mercedes-Benz y BMW se encuentran en crisis. Volkswagen, el mayor empleador privado de Alemania amenaza con cerrar plantas por primera vez en sus 87 años de historia.
No se trata de que esta empresa esté retrasada en términos tradicionales, su planta funciona exclusivamente con energía solar, son importantes sus avances en lo que tiene ver con la no contaminación del ambiente, la robotización de algunas de sus fábricas.
El problema está en que Alemania es un país reacio al cambio tecnológico, tiene una de las peores redes de telefonía móvil de Europa, no supo adaptar su industria al modelo digital. Producen vehículos eléctricos, pero no están a la vanguardia ni en eso, no en la producción de vehículos autónomos. Los norteamericanos y los chinos son los líderes en esa actividad.
El mundo se transformó de manera radical y, especialmente en América Latina, estamos atrasados, poco conscientes de ese cambio.
Alemania no ha dado la importancia que tiene al desarrollo de la inteligencia artificial, internet de las cosas, la robótica y otras disciplinas propias de la Tercera Revolución. Su desarrollo industrial ha estado más vinculado al siglo XX, mientras China y Estados Unidos viven plenamente en el siglo XXI.
Las empresas alemanas, las que quiere desarrollar Trump, las que impulsan algunos industriales argentinos, no tienen futuro sin un gran componente de innovación. No es posible que resurja una clase obrera decimonónica pujante porque se instalan industrias en esos países. El proletariado tiende a robotizarse.
Los gigantes tecnológicos del mundo son norteamericanos o chinos, no existe ninguno europeo. No existen unicornios que tengan como centro de su tarea la fabricación de máquinas de escribir. El futuro de la economía está atado a la inteligencia artificial y al desarrollo tecnológico.
Si Trump pretende que “América” vuelva a ser grande como hace un siglo, va a hundir a Occidente. Resucitará el manufacturing belt, crecerá la población de blue collars, mientras los avances tecnológicos de China y Japón llevarán a esos países a una nueva etapa de la historia de la humanidad. Actualmente, la riqueza tiene que ver con la educación, la inteligencia artificial.
Los grandes gigantes tecnológicos del mundo, son casi todos norteamericanos, chinos, y no hay ninguno europeo. China es el país en el que surgieron más multimillonarios en los últimos diez años. Hay mucha más desigualdad entre los ricos y pobres que en el tiempo de Mao, pero se acabó la pobreza extrema que sufrían seiscientos millones de personas.
El mundo se transformó de manera radical y, especialmente en América Latina, estamos atrasados, poco conscientes de ese cambio. Estamos trabajando intensamente con PERFIL, para convocar a consultores, políticos de alto nivel, personas que quieran pensar en conjunto la crisis para encontrar salidas que nos lleven a una etapa mejor.
Vamos a unir los esfuerzos de instituciones argentinas, mexicanas y probablemente brasileñas, para tener un posgrado que prepare a quienes podrán ser los presidentes o personajes influyentes de nuestros países en las próximas décadas.
Éste es un viejo sueño al que me referí en esta columna a lo largo de los años, pero parece que puede hacerse realidad en un momento en que creemos, que lo más importante es algo que está en desuso: estudiar y pensar.
* Miembro del Club Político Argentino. Profesor de la GWU.