Por Carina Cabo
La confusión en un mensaje de WhatsApp revela cómo el miedo al examen persiste incluso tras graduarse
La evaluación siempre es un tema de debate y, si bien se han producido cambios en la temática en los últimos tiempos, generalmente se la considera como un momento tortuoso.Tal es así que, para graficar lo antedicho, transcribo el mensaje que le quise enviar a Morena, una alumna de formación docente a fines de noviembre: “Te sugiero que hagas el recuperatorio del parcial. Tomate el finde y luego subilo a la página. Fíjate de fundamentar teóricamente con los textos dados”. Pero al buscar a la estudiante en el chat de WhatsApp, se lo envié a una homónima, una odontóloga que días anteriores me había hecho un tratamiento de conducto.
Esta última, Morena, la especialista con varios años de recibida en la carrera y aprobada su especialización, me respondió con una voz de terror: “Hola Cari. Creo que te confundiste de chat, yo soy Morena O., casi me infarto cuando me llegó este mensaje”. Luego del episodio, charlando con varios graduados me afirmaron que el miedo al examen es algo que perdura por mucho tiempo.
¿Cómo puede ser que, una vez finalizada la carrera, se siga sintiendo en el cuerpo el terror a rendir?, ¿Por qué los docentes no demostramos que el examen es una instancia más del proceso de aprendizaje?, ¿Cómo evaluamos a diario para que se sufra tanto?Creo que deberíamos buscar las respuestas para que los exámenes puedan ser vividos tal cual es su objetivo: que el estudiante pueda dar cuenta que comprendió, que sabe definir o describir tal o cual concepto, o que puede llevar a cabo tal habilidad.Evaluar es mucho más que acreditar; si bien es un proceso que incluye la medición y la nota, también debe tender a incluir cómo el alumno comprendió y cómo fue el proceso de construcción de esos aprendizajes.
Por supuesto que evaluar implica emitir un juicio de valor, es decir, poner una nota, pero, asimismo, es necesario asociar al término con otras acciones tales como retroalimentar, tomar decisiones, analizar las prácticas, valorar la planificación, entre otras. Esto implica “calificar” al alumno, necesario y obligatorio, pero también mirar nuestra acción docente y preguntarnos si estamos enseñando bien.
A su vez, evaluar implica valorar la construcción de conocimientos, si el estudiante interpreta la información y si mira la realidad de una manera contextuada. No se trata de seguir una lógica de control al estudiante, sino de “vigilar” epistemológicamente los itinerarios por los que transita; es decir, si aprendió y, además, que pueda tomar conciencia de lo que le falta aprender.
Otra evaluación es posibleLa existencia de prácticas muy arraigadas de evaluación requiere ser revisada a fin de promover un mejoramiento real en los procesos de enseñar y aprender, evitando que se constituya en un instrumento de y para el control y para el fortalecimiento en la asimetría de las relaciones institucionales.En las escuelas y universidades es necesario discutir enfoques evaluativos, intencionalidades y posturas. De este modo, seremos transparentes en el espacio público pudiendo explicitar razones y criterios que sostienen nuestras decisiones como docentes.
Para ello, es necesaria una evaluación auténtica, la cual requiere la justificación argumentada de las respuestas docentes a los exámenes y la evaluación de un conjunto de competencias, una evaluación que sea genuina, funcional (útil para que el alumno resuelva situaciones en diferentes escenarios), verosímil (la situación que se plantea podría realmente ocurrir) y real.
No olvidemos que el gran valor de la evaluación está en ser un instrumento potente de investigación educativa. En este sentido, implica búsqueda de acuerdos y definiciones sobre algunos interrogantes: qué se desea evaluar, con qué propósitos, cómo evaluar, en qué momento y para qué. La toma de decisiones estará directamente vinculada con la selección y puesta en práctica de estrategias que se consideren las más adecuadas para mejorar los resultados. Es responsabilidad del docente trabajar con los estudiantes los criterios de evaluación para que sea lo más clara posible y para que se convierta en una instancia de aprendizaje más que en una escena de terror.
El aplazo no le sirve al alumno si el docente no lo acompaña en el trayecto de aprendizaje y si no valora sus progresos. Un aprobado puede ser 6 ó 7 dependiendo de la institución que evalué; por lo tanto, la nota es muy relativa.A fin de romper con prácticas tan arraigadas, es necesario comenzar a buscar variadas estrategias de enseñanza para que todos aprendan y puedan aprobar cuando se hayan apropiado de los contenidos y, además, empezar a pensar exámenes que impliquen más reflexión por parte del alumno a fin de evitar “llenar cabezas” en pos de aprender a aprender y para que, de una vez por todas, las instancias de exámenes dejen de ser el agujero negro donde caen los alumnos.