Por Washington Uranga
Con motivo de la Navidad, el papa Francisco pronunció su mensaje e impartió la bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad y al mundo) pero lo que podría haber sido una ceremonia más dentro de la tradición católica, por imperio de las circunstancias pero también por la impronta de Francisco, fue mucho más que un protocolar saludo navideño y se convirtió en otro signo de la época. Primero porque en lugar de la Plaza de San Pedro repleta de feligreses y al Papa hablando desde el balcón de la basílica de cara a la multitud se lo vio a Jorge Bergoglio por televisión dirigiéndose a una audiencia remota desde el Aula de las Bendiciones del propio Vaticano. Lo hizo por su propio resguardo, pero a la vez para respetar las medidas restrictivas impuestas en Italia a raíz del recrudecimiento de la pandemia generada por la covid-19. Fue una imagen insólita para una Navidad en Roma, pero un nuevo signo del momento que estamos viviendo por la pandemia.
Sin embargo, no fue solo eso.
Si algo lo caracteriza a Francisco es por atender al máximo –desde su particular lugar de observador y partícipe del escenario mundial- la suma de acontecimientos que ocurren en la sociedad internacional. Es así que su saludo navideño estuvo atravesado por continuas referencias a las desigualdades y conflictos y a la necesidad de construir como sociedad un “nosotros” que no deje a nadie afuera. “Este Niño, Jesús, ‘nació para nosotros’: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones”, dijo a propósito.
Y desde ese escenario insólito y despoblado poco habitual para un discurso papal, Bergoglio retomó el sentido político de su prédica religiosa, el mismo que ha estado presente en sus documentos y manifestaciones públicas. Por eso hubo menciones a los niños que “en Siria, Irak y Yemen, aún pagan el alto precio de la guerra”, a las tensiones que persisten en Oriente Medio y el Mediterráneo Oriental, a los conflictos en Siria, Iraq, Yemen y Libia, a la hostilidad infinita entre israelíes y palestinos, a la situación del Líbano, y un pedido de compromiso a la comunidad internacional y a los países involucrados para continuar el alto el fuego en Ucrania. En África el Papa fijó su atención en la crisis humanitaria que azota a Burkina Faso, Malí y Níger, donde los conflictos armados agravan las consecuencias de la pandemia, a la realidad de Cabo Delgado en el norte de Mozambique y respaldó las iniciativas de diálogo por la paz que avanzan en Sudán del Sur, Nigeria y Camerún. No faltaron tampoco las referencias a “las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano”.
Una mirada global sobre la coyuntura de la sociedad mundial y sus conflictos, lo que ratifica también el lugar que Francisco asume como protagonista de la vida política de la comunidad internacional.
Ajustado a la misma lógica Bergoglio no eludió tampoco la referencia a la crisis sanitaria universal y, reconociendo la esperanza que supone el descubrimiento de las vacunas, de inmediato pidió “vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados en todas las regiones del planeta” criticando a quienes anteponen “las leyes del mercado y las patentes de invención a las leyes del amor y la salud de la humanidad”. Sin dejar de señalar además las consecuencias económicas de la pandemia y la situación de “las mujeres que han sufrido violencia doméstica en estos meses de encierro”.
Una alocución navideña que, superando los límites ceremoniales y protocolares, es un repaso a la situación mundial y a las cuestiones más conflictivas con el sello que Francisco le ha puesto a su pontificado: pararse desde el lugar de los más pobres, de los “descartados” como suele decir.
En definitiva, un mensaje político cultural que se ubica más allá de las formalidades de un saludo navideño de quien, siendo la máxima figura de la Iglesia Católica, afianza su lugar como una voz que resuena en el escenario internacional para ser vocero de muchas y muchos cuyas demandas son silenciadas o no se les presta atención.